No tenía intención de escribir más sobre Hearts and Minds (1974) de Peter Davis, pero ya les he dicho en otras ocasiones que un documental no acaba con la palabra fin, sino que toda obra notable de ese género no es más que un apunte, una introducción, un acicate que nos debería llevar a investigar más sobre los hechos allí ilustrados. Esa condición de inconcluso no es privativa del documental, sino que se puede aplicar a las obras de ficción, que, como dice el dicho cinéfilo, continúan rodándose en la mente del espectador. Sin embargo, mientras en la ficción esa continuación personal es un simple añadido, en el documental es una condición imprescindible, que se extiende no sólo a la realidad mostrada en su metraje, sino que alcanza a los métodos compositivos, las múltiples decisiones, aciertos y equívocos que han llevado a esa plasmación concreta y no a otra, de la cual podrían derivarse conclusiones políticas completamente opuestas.
La edición reciente de Criterion viene con material suficiente para embarcarse en ese ejercicio de hermenéutica. En la entrada anterior, señale que Davis utiliza un método contrapuntístico al construir su película, contraponiendo las declaraciones de los entrevistados con imágenes que bien corroboran o contradicen lo expresado por ellos, de manera que en todo momento quede explícita la tesis que intenta demostrar el documental o se desmientan las de los entrevistados. Pues bien, los extras de Criterion contienen varias de estas entrevistas en bruto, sin interrupciones, cortes o montajes, acumulando en total una duración mayor que la película. No es ya que estas largas conversaciones apunten a muchos otros montajes distintos, a muchas otras películas que podrían haberse compuesto con ese material, es que en ellas se incluyen protagonistas/testigos que no fueron incluidos en la versión final.
La razón de estas ausencias/descartes es bastante simple. Los entrevistados por Davis pertenecían a tres tipos: los opuestos a la aventura vietnamita desde un principio, los partidarios de la intervención que luego cambiaron de opinión ante la inutilidad del conflicto, y aquellos que siguen convencidos de su justicia y necesidad, atribuyendo al fracaso a la falta de recursos, voluntad y audacia. El director sólo incluyó en el montaje final a los dos últimos grupos, como si quisiera subrayar la profunda brecha que el conflicto creó en todos los niveles de la sociedad estadounidense, y que, a pesar de la victoria en los 80 de halcones y neocons, continua gravitando sobre el presente político de este país.
De esta manera, la inclusión de los testimonios en bruto como extras consigue equilibrar la película, mostrando que la debacle vietnamita no provocó la aparición repentina de unas fuerzas antes desconocidas en la escena política norteamericana, sino que éstas existían ya, antes incluso de que Viet-Nam se convirtiera en un nombre infame de la historia de los EEUU. La reacción contra ese conflicto, por tanto, no surgió de la nada, sino que tuvo profundos cimientos, ya fuera en las reminiscencias del New Deal de Roosevelt, en los fuertes sindicatos estadounidenses y otras organizaciones de derechos civiles, o simplemente en el idealismo que llevó a ese país a ser instrumental en los juicios de Nuremberg, la definición de los crimenes contra la humanidad y los mismos derechos humanos... un idealismo progresista del que parece haber abjurado la clase política contemporánea, inmersa en su confusa e interminable War on Terror.
Es necesario por tanto, para restituir la imagen completa de Hearts and Minds, apenas esbozada en mi entrada anterior, añadir unos breves apuntes sobre estas entrevistas, sus protagonistas y su visión del conflicto.
Philippe Devillers es un periodista e historiador francés que cubrió lo que se llamaba entonces la Guerra de Indochina, el conflicto de 1948 a 1954 en el que la Francia de postguerra fracasó en el intento de reconstruir su imperio colonial en Asia Sudoriental, cuya culminación fue en la humillante derrota de Diem Biem Phu a manos del Viet Minh de Ho Chi Minh.
Lo importante de su testimonio es mostrar la ingenuidad de los EEUU al aceptar encargarse de la prolongación de un conflicto que ellos veían en términos de combate global contra el comunismo, pero que en realidad era una intervención colonial, o al menos así era visto por amplios sectores de las sociedades que ellos decían proteger.
La figura de George Ball tiene rasgos trágicos. Fue uno de esos "best and brightest" que Kennedy reunió para formar su gabinete, en el que sirvió como subsecretario de estado, pero su oposición temprana a la guerra de Viet-Name, cuando era sólo un asunto de asesores militares y de operaciones encubiertas, le convirtión en una especie de Casandra contemporánea a la que nadie hacía caso.
Su situación empeoró durante la presidencia de Johnsonn, una vez realizado el despliegue masivo de tropas en Viet-Nam, concluyendo con su dimisión en 1966. Al final su juicio de la situación se reveló acertado, pero su trayectoria muestra lo difícil que es para un individuo en solitario cambiar el curso de la historia, además de como un profundo sentido del honor y del patriotismo puede llevar a contemporizar con decisiones que repugnan interiormente.
Tony Russo es famoso por haber publicado The Pentagon Papers, en los que se filtraban los informes que la organización RAND, a la cual Russo pertenecía, había realizado sobre el terreno en Viet-Nam, entrevistando a prisioneros políticos en las cárceles del gobierno survietnamita o de la CIA. Como consecuencia fue detenido por revelar secretos de estado y enviado a prisión. pero no tardó en ser absuelto por un juez federal - algo que hoy, en nuestra sociedad atenazada por el terror, sería impensable.
Lo que nos cuenta Russo es como su opinión sobre lo que estaba sucediendo en Viet-Nam se transformó con esas misma entrevistas que tenía que realizar, al descubrir que el conflicto era en realidad una guerra civil librada con extrema crueldad por su gobierno, en la que esos prisioneros tenían mucho de patriotas e idealistas cuya determinación no cedería hasta lograr la independencia completa de su país.
Una causa justa y buena, por tanto.
David Brinkley fue presentador de los noticiarios de la NBC durante el conflicto. Escucharle ahora, en medio de la crisis actual del periodismo, constituye una autentica lección de deontología de esa profesión. Basta con con oírle aseverar que su tarea era la de mostrar a la población los hechos, no la de comentarlos, pues entonces dejaría de ser ecuánime y se acercaría peligrosamente a la manipulación, ésa tan común en los medios de comunicación actuales.
Recuerdo necesario, por tanto, y homenaje a una sociedad que fue capaz de producir personas de ese rigor y que también era aún lo suficientemente consciente de sus derechos y obligaciones como para escucharle.
El general William Westmoreland fue el comandante en jefe de las tropas americanas en Viet-Nam de 1965 a 1968, cuando su prestigio fue erosionado irremediablemente por la ofensiva del Tet. Si Georges Ball era una figura trágica,Westmoreland podría calificarse de patético. Incapaz de entender el nuevo tipo de guerra que era la campaña de Viet-Nam, cayó en el error estadounidense de pensar que todo puede resolverse con bombas más grandes y potente, hasta que el desarrollo de los acontecimientos, la citada ofensiva del Tet, se lo llevó a él por delante.. sin que jamás llegará a comprender porqué todo acabó de esa manera.
Esa y no otra, es precisamente la imagen descarnada que da en esta entrevista, donde su discurso se reduce a un puñado de tópicos militares, que suenan a viejos e inútiles, cuando no crueles e inhumanos. Triste y terrible que los destinos de tantos jóvenes estén en manos de mediocres con medallas.
Finalmente, tenemos a Walt Rostow, uno de los halcones de la administración Johnson en la que figuró como asesor de seguridad nacional. Prefigurando a los miembros de administraciones posteriores, él no veía otra política posible que la de aumentar la escala de las operaciones, si la fuerza militar destacada se revelaba insuficiente para los objetivos planteados. Como los miembros de esas otras administraciones, él tampoco encontraba ningún fallo o error en sus planteamientos, ya que, obviamente, su páis y su gobierno estaban de lado de la justicia y la libertad, pero eso no quita que sus "soluciones" provoquen escalofríos. Sencillamente, su receta para terminar la guerra era ocupar Laos y Camboya para cortar la ruta de Ho Chi Min o invadir directamente Viet-Nam del Norte, con la confianza de que China o la URSS no intenvendría.
Sueños y más sueños ueños, tan similares a los que prometían democracia universal en oriente próximo y sólo han conseguido abrir paso a Califatos fanáticos e intolerantes.
Pero todo lo anterior no son más que problemas y remordimientos, si es que los hay, de hombres blancos acomodados. Nunca hay que olvidar a los que realmente sufrieron. Los que sólo aparecían en las noticias como listas de bajas enemigas, la infame body count, en la que se apuntaba a todos los muertos, fueran del Viet-Cong o no, fueran civiles inocentes o no.
La edición reciente de Criterion viene con material suficiente para embarcarse en ese ejercicio de hermenéutica. En la entrada anterior, señale que Davis utiliza un método contrapuntístico al construir su película, contraponiendo las declaraciones de los entrevistados con imágenes que bien corroboran o contradicen lo expresado por ellos, de manera que en todo momento quede explícita la tesis que intenta demostrar el documental o se desmientan las de los entrevistados. Pues bien, los extras de Criterion contienen varias de estas entrevistas en bruto, sin interrupciones, cortes o montajes, acumulando en total una duración mayor que la película. No es ya que estas largas conversaciones apunten a muchos otros montajes distintos, a muchas otras películas que podrían haberse compuesto con ese material, es que en ellas se incluyen protagonistas/testigos que no fueron incluidos en la versión final.
La razón de estas ausencias/descartes es bastante simple. Los entrevistados por Davis pertenecían a tres tipos: los opuestos a la aventura vietnamita desde un principio, los partidarios de la intervención que luego cambiaron de opinión ante la inutilidad del conflicto, y aquellos que siguen convencidos de su justicia y necesidad, atribuyendo al fracaso a la falta de recursos, voluntad y audacia. El director sólo incluyó en el montaje final a los dos últimos grupos, como si quisiera subrayar la profunda brecha que el conflicto creó en todos los niveles de la sociedad estadounidense, y que, a pesar de la victoria en los 80 de halcones y neocons, continua gravitando sobre el presente político de este país.
De esta manera, la inclusión de los testimonios en bruto como extras consigue equilibrar la película, mostrando que la debacle vietnamita no provocó la aparición repentina de unas fuerzas antes desconocidas en la escena política norteamericana, sino que éstas existían ya, antes incluso de que Viet-Nam se convirtiera en un nombre infame de la historia de los EEUU. La reacción contra ese conflicto, por tanto, no surgió de la nada, sino que tuvo profundos cimientos, ya fuera en las reminiscencias del New Deal de Roosevelt, en los fuertes sindicatos estadounidenses y otras organizaciones de derechos civiles, o simplemente en el idealismo que llevó a ese país a ser instrumental en los juicios de Nuremberg, la definición de los crimenes contra la humanidad y los mismos derechos humanos... un idealismo progresista del que parece haber abjurado la clase política contemporánea, inmersa en su confusa e interminable War on Terror.
Es necesario por tanto, para restituir la imagen completa de Hearts and Minds, apenas esbozada en mi entrada anterior, añadir unos breves apuntes sobre estas entrevistas, sus protagonistas y su visión del conflicto.
Philippe Devillers es un periodista e historiador francés que cubrió lo que se llamaba entonces la Guerra de Indochina, el conflicto de 1948 a 1954 en el que la Francia de postguerra fracasó en el intento de reconstruir su imperio colonial en Asia Sudoriental, cuya culminación fue en la humillante derrota de Diem Biem Phu a manos del Viet Minh de Ho Chi Minh.
Lo importante de su testimonio es mostrar la ingenuidad de los EEUU al aceptar encargarse de la prolongación de un conflicto que ellos veían en términos de combate global contra el comunismo, pero que en realidad era una intervención colonial, o al menos así era visto por amplios sectores de las sociedades que ellos decían proteger.
La figura de George Ball tiene rasgos trágicos. Fue uno de esos "best and brightest" que Kennedy reunió para formar su gabinete, en el que sirvió como subsecretario de estado, pero su oposición temprana a la guerra de Viet-Name, cuando era sólo un asunto de asesores militares y de operaciones encubiertas, le convirtión en una especie de Casandra contemporánea a la que nadie hacía caso.
Su situación empeoró durante la presidencia de Johnsonn, una vez realizado el despliegue masivo de tropas en Viet-Nam, concluyendo con su dimisión en 1966. Al final su juicio de la situación se reveló acertado, pero su trayectoria muestra lo difícil que es para un individuo en solitario cambiar el curso de la historia, además de como un profundo sentido del honor y del patriotismo puede llevar a contemporizar con decisiones que repugnan interiormente.
Tony Russo es famoso por haber publicado The Pentagon Papers, en los que se filtraban los informes que la organización RAND, a la cual Russo pertenecía, había realizado sobre el terreno en Viet-Nam, entrevistando a prisioneros políticos en las cárceles del gobierno survietnamita o de la CIA. Como consecuencia fue detenido por revelar secretos de estado y enviado a prisión. pero no tardó en ser absuelto por un juez federal - algo que hoy, en nuestra sociedad atenazada por el terror, sería impensable.
Lo que nos cuenta Russo es como su opinión sobre lo que estaba sucediendo en Viet-Nam se transformó con esas misma entrevistas que tenía que realizar, al descubrir que el conflicto era en realidad una guerra civil librada con extrema crueldad por su gobierno, en la que esos prisioneros tenían mucho de patriotas e idealistas cuya determinación no cedería hasta lograr la independencia completa de su país.
Una causa justa y buena, por tanto.
David Brinkley fue presentador de los noticiarios de la NBC durante el conflicto. Escucharle ahora, en medio de la crisis actual del periodismo, constituye una autentica lección de deontología de esa profesión. Basta con con oírle aseverar que su tarea era la de mostrar a la población los hechos, no la de comentarlos, pues entonces dejaría de ser ecuánime y se acercaría peligrosamente a la manipulación, ésa tan común en los medios de comunicación actuales.
Recuerdo necesario, por tanto, y homenaje a una sociedad que fue capaz de producir personas de ese rigor y que también era aún lo suficientemente consciente de sus derechos y obligaciones como para escucharle.
El general William Westmoreland fue el comandante en jefe de las tropas americanas en Viet-Nam de 1965 a 1968, cuando su prestigio fue erosionado irremediablemente por la ofensiva del Tet. Si Georges Ball era una figura trágica,Westmoreland podría calificarse de patético. Incapaz de entender el nuevo tipo de guerra que era la campaña de Viet-Nam, cayó en el error estadounidense de pensar que todo puede resolverse con bombas más grandes y potente, hasta que el desarrollo de los acontecimientos, la citada ofensiva del Tet, se lo llevó a él por delante.. sin que jamás llegará a comprender porqué todo acabó de esa manera.
Esa y no otra, es precisamente la imagen descarnada que da en esta entrevista, donde su discurso se reduce a un puñado de tópicos militares, que suenan a viejos e inútiles, cuando no crueles e inhumanos. Triste y terrible que los destinos de tantos jóvenes estén en manos de mediocres con medallas.
Finalmente, tenemos a Walt Rostow, uno de los halcones de la administración Johnson en la que figuró como asesor de seguridad nacional. Prefigurando a los miembros de administraciones posteriores, él no veía otra política posible que la de aumentar la escala de las operaciones, si la fuerza militar destacada se revelaba insuficiente para los objetivos planteados. Como los miembros de esas otras administraciones, él tampoco encontraba ningún fallo o error en sus planteamientos, ya que, obviamente, su páis y su gobierno estaban de lado de la justicia y la libertad, pero eso no quita que sus "soluciones" provoquen escalofríos. Sencillamente, su receta para terminar la guerra era ocupar Laos y Camboya para cortar la ruta de Ho Chi Min o invadir directamente Viet-Nam del Norte, con la confianza de que China o la URSS no intenvendría.
Sueños y más sueños ueños, tan similares a los que prometían democracia universal en oriente próximo y sólo han conseguido abrir paso a Califatos fanáticos e intolerantes.
Pero todo lo anterior no son más que problemas y remordimientos, si es que los hay, de hombres blancos acomodados. Nunca hay que olvidar a los que realmente sufrieron. Los que sólo aparecían en las noticias como listas de bajas enemigas, la infame body count, en la que se apuntaba a todos los muertos, fueran del Viet-Cong o no, fueran civiles inocentes o no.
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