Como todos los domingos, continúo mi con revisión semanal de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a La Linea, serie de cortos realizados en tandas en 1971,1978 y 1986 por el animador italiano Osvaldo Cavandoli.
A riesgo de parecer más viejo de lo que soy, tengo que decirles que la televisión de los años 70 y 80 me parece más variada que la actual, a pesar de la inacabable multiplicidad de canales reciente. En un día normal entre semana, podía uno encontrarse con cine de todas las épocas de la cinematografía, muda, oriental, clásica, vanguardista o de actualidad. Esa amplitud de miras no se restringía a las formas mayores de ese arte, sino que se extendía a todos los ámbitos televisivos, de manera que en la programación infantil se colaban cortos animados de los países del este, de la NFB del Canadá o de otros lugares mágicos de la animación.
Por supuesto en aquellos años, los de mi niñez y mi primera juventud, no se daba uno cuenta de la suerte que tenía. Aquello era lo normal, lo habitual, lo que se consumía sin prestarle mucha atención, lo que se disfrutaba una vez e inmediatamente se olvidaba. Ha sido luego, en mi edad madura, cuando mi interés adormecido por la animación se ha vuelto a despertar, que he descubierto que había visto, sin saberlo ni apreciarlo, muchas de las obras señaladas como grandes e imprescindibles por los historiadores de la animación.
La Línea de Osvaldo Cavandoli, es una de esas obras maestras olvidadas. Su importancia hoy en día podría radicar en recordarnos un hecho que era evidente en los años 70, pero que la irrupción del ordenador y la 3D nos ha hecho olvidar casi por completo: para crear animación no hacen falta complicados aparatos, ni costosos equipos, basta con tomar cualquier objeto inerte y dotarle de la vida de la que carece, con la magia de las técnicas tradicionales de la animación.
Así, la premisa de la línea no puede ser más sencilla: dibujar una silueta en una superficie monocrómática y someterla a todo tipo de transformaciones. Esa silueta como pueden suponerse, es la línea a la que hace referencia el título, cuya existencia en un espacio abstracto permite que no haya impedimentos externos a la hora de quebrar la lógica de la forma y de la acción. Este proceso de metamorfosis se realiza por tres medios diferentes: haciendo aparecer nuevos elementos antes invisibles a medida que la cámara se mueve, realizando esas transformaciones cuando el personaje se sale de cuadro, o finalmente, y más importante, invocando a la mano del animador para que ejecute las intervenciones necesarias.
Como pueden imaginarse, estos recursos no son nuevos. Ya aparecían en ese corto fundacional que es la Fantasmagoríe (1910) de Emile Cohl. Sin embargo, a pesar de su presencia constante en la historia de la animación, hasta casi convertirse en un lugar común, siguen sorprendiendo, trayendo una frescura e innovación que parecen inagotable. Parte del éxito en un recurso tan simple y tan manido se debe a su ruptura de la ilusión de verosimilitud, al recordarnos, en contra de los que pretende la animación Disney y la 3D actual, que lo que vemos es artificial, un proceso artesanal que sucede sobre la mesa del animador, sin existencia ni consistencia real.
Por supuesto, este recurso no siempre funciona y como todas las herramientas puede aplicarse de forma rutinaria y torpe. Para ser efectivo necesita de un animador de talento que sepa medir los tiempos, para aplicarlo en el momento preciso que pille al espectador desprevenido. Ése es el caso de Cavandoli, quien tiene una especial capacidad para romper la secuencia de acontecimientos prevista por el espectador, para conducirlo por derroteros inesperados, que se suceden sin tregua y transforman el exiguo tiempo de los dos minutos de estos cortos, en un vasto e inabarcable paisaje de aciertos y hallazgos.
No les entretengo más. Disfruten con el corto y luego sigan con el resto de los 90 de la serie (no se dejen engañar por la numeración). Se trata de una de las obras mayores de la animación
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