sábado, 26 de julio de 2014

Fighting With Honour



















Es común en el cine de entretenimiento americano, especialmente en el de las últimas décadas, el proceder a la demonización del contrario, hasta arrebatarle cualquier atisbo de humanidad. El objetivo de esta estrategía es doble, por una parte hacer brillar la virtud del héroe, mientras que por otro se nos obliga a ponernos de su lado, haciendo propias sus decisiones, por muy terribles y salvajes que sean sus consecuencias. No pretendo aquí señalar a los pecadores, bastante conocidos son por todos, sino indicar como ese clima mental se está trasladando al anime, en el que empiezan a ser demasiado frecuentes los personajes de una sola pieza, frente a los que no queda posibilidad de elección.

Sin embargo, no siempre fue así. Precisamente una de la características que a muchos nos enamoró del anime fue su ambigüedad moral, o mejor dicho, su capacidad para dar la vuelta a las expectativas que se habían creado en el público. Así, los malos demostraban tener razones justificables para actuar como lo hacían, mientras que los buenos veían cuestionada su superioridad moral, la apropiación de la justicia con la que tan comúnmente se les asocia.

La introducción anterior se debe a que en estas semanas he estado viendo una serie del 2012/2013 que se me había pasado en su momento, pero que es una de las mejores de estos últimos tiempos. Se trata de Uchuu Senkan Yamato 2199 (Space Battleship Yamato 2199), cuya caracteristica más señalada es precisamente el remitirnos a esos otros tiempos del anime, en que las series se preciaban por romper las barreras entre buenos y malos, de manera que al final del recorrido sólo quedaba una única humanidad, obligada a entenderse y cooperar.

No es la única virtud, ni tampoco significa que esté libre de la serie. En el debe se encuentra cierta contaminación, aunque mínima, por los modos del moe, que en ocasiones cruciales distrae y aparte de la secuencia argumental que estamos presentando. Resulta además curioso que en una serie de 2013, y especialmente en una serie que se pretende seria y profunda como ésta, se siga recurriendo al tópico de las Bridge Bunnies, con una separación radical entre los uniformes de la tripulación masculina y femenina que ya no tiene justificación alguna. Estas pequeñas discordancias se ven compensadas por un aparato de producción impresionante, que utiliza al extremo las posibilidades del ordenador y el CGI dentro del marco de las 2D, hasta conseguir escenas de una belleza y una plasticidad extraordinarias, como todo el episodio de la batalla en la nebulosa de la Tarántula, auténtico trasunto de una batalla entre portaaviones y acorazados de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, como ya les apuntaba, lo más llamativo es precisamente el tratamiento de iguales que se da a los dos bandos en conflictos, sin arrebatar a ninguno su humanidad. La serie, de hecho, comienza como si fuera a seguir el modelo Hollywoodiano, con una tierra al borde de la aniquilación a manos de un imperio galáctico en expansión. Sin embargo, ese enemigo sin cara del inicio, implacable e inhumano en su crueldad, empieza a tomar rostro, a mostrarse como un conglomerado de personas diversas con diferentes intereses, incluido el de la rebelión abierta, en cuyo interior el poder se ejerce mediante una mezcla variable de coacción y recompensas. Este dilema implícito en toda estructura política, el miedo al castigo que puedan sufrir el tuyos unido al rechazo a convertirse en traidor a los tuyos, provoca que, como en otras muchas situaciones históricas, la gente buena que puebla Yamato 2199, aquellos que en otras circunstancias serían tus aliados, terminen convertidos en tus enemigos.

Es en el descubrimiento y la aceptación de esa situación, de ese dilema irresoluble, donde estriba la gran fortaleza de esta serie. Porque, aunque clara en la presentación de los horrores de la guerra, en como toda su gloria se resuelve en muerte y destrucción, un cierto espíritu romántico humanista se adueña también de la narración. Se trata de esa idea antigua, del siglo XVII, en la que librar la guerra no significaba que se debiese librar con deshonor. Entre los combatientes de la serie acaba por establecerse una cierta relación de admiración, según la cual entrar en combate contra el Yamato supone un privilegio para los miembros de las fuerzas armadas del Imperio, mientras que ser derrotado por ese navío no acarrea deshonra alguna.

Un sentimiento que acaba por ser compartido también por la tripulación del Yamato, quienes rinden honores militares a sus encarnizados enemigos, e incluso confraternizan con ellos en alguna tregua ocasional, abandonando en gran medida el deseo de venganza, de aniquilación de un enemigo implacable, que les animaba al principio. Una evolución que se debe tanto al descubrimiento, como digo, de la humanidad del enemigo, como de que el inicio de la guerra se debió en gran parte a las acciones equivocadas y apresuradas de sus propios mandos.

Conclusión sorprendente, de un humanismo exaltado, tan necesario en un mundo como el nuestro, que parece encaminarse a un nuevo ciclo destructivo, espoleado por tantos halcones de cuarto de estar y por la propaganda que ellos financian.

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