Es ya la segunda vez que veo el documental Hearts and Minds (1974), película de Peter Davis sobre la guerra de Vietnam, y empieza a parecerme la mejor obra sobre ese conflicto, con perdón de Cimino, Coppola, Kubrick y tantos otros grandes nombres. Es más, a pesar del tiempo transcurrido, ya cercano al medio siglo y por tanto empezando a tomar visos de historia antigua, a la película no ha perdido un ápice de su actualidad, sino que sigue teniendo mucho que decir en la situación política que nos ha tocado sufrir.
Vayamos por partes.
Gran parte del impacto y resonancia de la película se debe a ser casi estrictamente contemporánea a los hechos, aunque ya en su tramo final. Esto acarrea que los individuos que aparecen en el largometraje, del soldado raso y el ciudadano de a pie, al alto cargo civil o el jefe militar, son protagonistas de los mismos hechos que narran, con lo que su visión no se haya enturbiada por el recuerdo y la fabulación. Asímismo, la película construye sus entrevistas en el tiempo final de ese conflicto, cuando muchos de esos testigos han sido arrastrados por los acontecimientos, relegados a un segundo plano, de forma que pueden hablar con una libertad de la que no podrían gozar en su puesto oficial.
Esto no quiere decir que sus declaraciones no sean sinceras. En muchos casos, como el caso de quien fue el comandante en jefe de las tropas americanas en Viet-Nam, el general MacNamara, lo que se nos relata no es sino un elaborado conjunto de excusas con el que intentar justificar su fracaso allí, o al menos aliviarlo un tanto. Otros, por último se detienen un instante antes de la censura o condena abierta del gobierno en el que habían participado, de las acciones que habían aprobado, como no podía ser de otra manera en el caso de quienes se consideran patriotas y, por supuesto, situados en el lado de los justos, a pesar de los errores y los "daños colaterales" que sus decisiones pudieran haber causado.
Es en en este punto, en el denunciar la mentira, la excusa conveniente, donde es crucial la labor del director, que en el caso de Hearts and Mind la hace tan distinta de muchas películas pacatas y medrosas de hoy mismo. En nuestro presente, los EEUU se han vuelto a enfrascar en un conflicto parecido al de Viet-Nam, sólo que en esta vez en el Oriente Medio, con casi el mismo resultado: largos años de conflicto sin otra salida que la retirada completa, para ceder el campo al enemigo que habían pretendido derrotar. No obstante, en los documentales presentes, existe un claro miedo, disfrazado de neutralidad y objetividad, a contradecir al entrevistado, de forma que su versión de los hechos se ve sancionada por el director. No es el caso de Peter Davis, que continuamente pone entredicho la declaraciones que recoje, por el sencillo medio de contraponerlas a imágenes reales o a las declaraciones de otros protagonistas.
Un ejemplo magnífico, de los que abunda la cinta, es el ilustrado arriba. Tras unas declaraciones en las que relevantes personalidades vietnamitas del sur hablan de sus ansias de libertad, de los motivos por los que rechazan la intervención americana y de como esa acción está destinada al fracaso, al ser impuesta militarmente contra los deseos de un pueblo, la cinta pasa a ilustrar las celebraciones del cuatro de Julio en EEUU, en la que, según escuchamos a uno de sus participantes, viene a festejarse lo mismo: la rebelión contra un imperio mundial y la determinación inquebrantable de los revolucionarios, dispuestos a morir por su libertad.
Queda de manifiesto así la hipocresía y la estupidez del gobierno americano de entonces, que pretendía imponer la libertad a bombazos, pero que en realidad sólo conseguía apoyar a dictadores sanguinarios y enajenarse cualquier simpatía popular. Este proceso de autoderrota, auténtico circulo vicioso en el que una vez embarcados era imposible salir, se plasmaba en dos actuaciones igual de absurdas, igual de negativas: el ataque indiscriminado contra los campesinos, quemando sus pueblos y deportándolos a zonas seguras, para así supuestamente aislar al Viet-Cong de sus apoyos, mientras en paralelo en las zonas urbanas se perseguía despiadamemente a todo aquel que no cantase las alabanzas del gobierno proamericano, calzándole la etiqueta de comunista y marcándole así como enemigo a eliminar.
Es en la ilustración de estos procesos donde se halla otra de las virtudes de la película: en dar la palabra a los propios Vietnamitas. En efecto , la mayoría de las películas sobre Viet-Nam se centran en el punto de vista estadounidense, mientras que la población local queda reducida a mero decorado exótico, parte de la fauna autóctona o, en las peores, más dianas en las que acertar - Viet-Nam sería maravilloso sin los vietnamitas, dice un piloto americano en Hearts and Minds -. Incluso en algunas películas que han intentado cruzar al otro lado del espejo, como Heaven and Earth (1993 ) de Oliver Stone, se han limitado a soñar un cuento de hadas, en el que la población vivía en el edén, hasta que los malvados guerrilleros comunistas hicieron acto de aparición.
En Hearts & Minds por el contrario, son los propios vietnamitas lo que tienen la palabra, una voz que se muestra multiple y compleja, cruzada y tránsida por los problemas mundiales de la década de los sesenta. Viet-Nam, por tanto, no es un lugar idilíco, ni una tierra fuera del tiempo, sino un país profundamente influido por la cultura europea, orgulloso de sus tradicciones y que intenta descubrir su identidad en el cruce entre tradición y moderrnidad. El único elemento unificador es, precisamente, el deseo de que les dejen a ellos encontrar ese camino, sin interferencias, injerencias o imposiciones exteriores. La cinta permite así una oportinidad de expresarse a esas gentes sin voz cinematográfica que lleva a un descubrimiento inesperado, gracias a esa yuxtaposición y contraposición constante entre Oriente y Occidente: el hecho de que en el fondo nuestra humanidad compartida nos hermana, de que los dos países, Viet-Nam y USA, son más parecidos de los que podría pensarse, que esa guerra, como todas las guerras, no es otra cosa que conflicto civil.
Pero claro, aquellos eran otros tiempos. Tiempos de duda e incertidumbre, en el que los principios de Occidente estaban siendo puesto en dudas desde su interior, desde su propia élite intelectual, y en el que este ejercicio de autocrítica no sólo estaba permitido, sino que era necesario e ineludible. Nada que ver con estos tiempos de sumisión, tras la victoria en los ochenta de los neocons, en los que la versión de la historia ya está escrita, consensuada y refrendada, de forma que todo estudio se ve obligado a ser cobarde y servil, tímido y temeroso, si quiere ser publicado.
Un estado de cosas que ya era anunciado por la pelñícula de Davis. Porque al final, a pesar de la crisis que Viet-Nam causó en la sociedad estadounidense, del profundo replanteamiento de sus postulados ideológicos, éstos, los del Imperio y el Poder Militar, seguían bien vivos, fuertes y poderosos. La bandera que una década más tarde serviría para congregar y fundir a la derecha de ese país.
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