martes, 31 de agosto de 2010
Hermetism
Había hablado en entradas anteriores de la casualidad que ha hecho coincidir la semana pasada las muertes de Kon Satoshi y Kawamoto Kihachiro, en una auténtica semana negra para la animación, así como mi propósito, siempre pospuesto, de comentar algún corto del segundo, que gracias a su muerte, aunque la expresión sea poco afortunado, al fin voy a cumplir, ya que de Kon son muchos los que han hablado, pero casi nadie de Kawamoto, ni siquiera entre los que son aficionados a la animación.
Tampoco quiero presumir de ser un experto, hasta hace unos meses no había visto nada suyo, pero en ese tiempo he podido revisar una compilación de sus cortos, y el omnibus de animación Fuyu no Hi (días de invierno) que se ocupó de compilar y del que ya he hablado en una entrada anterior. Para el que aún sepa menos que yo, que será la gran mayoría, señalar que este animador japonés es uno de los grandes de la stop motion, en la cual ha dejado un buen puñado de obras en las que adapta leyendas de la literatura japonesa, con una fuerte influencia del teatro Noh, que las dota de una fuerte ritualización, aunque eso no le quite un ápice a su expresividad.
Es esa fracción de su obra la más conocida y apreciada en occidente, por su conexión con un Japón tradicional, ya desaparecido, pero que en nuestra imagen sigue superponiéndose y substituyendo a la real, al igual que ellos nos siguen viendo supendidos en el tiempo, en algún instante alrededor de 1900. No obstante, Kawamoto ha cultivado muchas otras variantes de la animación, como la 2D tradicional o el cut out. Es precisamente de uno de sus cortos realizados con esa técnica, Tabi (El viaje), al que quería referirme en otra ocasión (y en mi revisión de la lista de 100 mejores cortos animados de Annecy, ya habrá tiempo para sus cortos más tradicionales).
La anécdota de Tabi es mínima, el viaje de una joven japonesa a Europa en busca de no sabe bien qué, suponemos que iluminación, conocimiento, descubrimiento de su propio ser. Dicho así, podría resultar un tema muy trillado, ese cliché juvenil al que el cine vuelve una y otra vez, como pesadilla repetida de la que no se puede despertar. Sin embargo, como se puede ver en las capturas, Kawamoto lo toma como excusa para realizar un despliegue de símbolos, en unas impresionantes ilustraciones que sólo pueden conseguirse mediante la animación puesto que con personajes de carne y hueso resultarían ridículos.
Unos símbolos que sólo a media resulta comprensibles, para nosotros los habitantes de la cultura visitada por la protagonista, pero cuyo significado puede ser descifrado a grandes rastros. Un tiempo en el que ese ideal ético y artístico que suponemos persigue la protagonista se ha desvanecido por completo, destruido por sus mismos custodios, y donde sólo quedan ya ruinas y mercaderes, descreídos y opresores. Un camino de conocimiento ilustrado en diferentes escenas inconéxas, donde la protagonista va asímismo siendo modificada por esas experiencias hasta llegar a descubrir que su metamorfósis le impide gozar del ideal anhelado justo en el momento en que este se le muestra ante sus ojos en toda su gloria.
Un corto, al final, donde se descubre la paradoja y el absurdo de la existencia humana, simbolizada en las palabras ya centenarias de un poeta chino, el cual nos señala como siempre lamentaremos no haber emprendido un viaje, pero de ninguno de los que hayamos completados habremos de obtener nada.
Y, por último, les dejo con él, para que lo disfruten.
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