The Japanese defeat in the Second World War was total and comprehensive. It possessed political and diplomatic dimensions, economic and industrial failure, and defeat in the air, at sea and on the islands of the Pacific and Southeast Asia, and on the Asian mainland in Northeast India and Burma, southern China and Manchuria and northern China. The Japanese failure was one that ultimately left her without allies to face the world's most populous power, China, the world's greatest empire, Great Britain, the world foremost industrial, naval and air power, the United States, and the world's greatest military power, the Soviet Union. It was a defeat that left Japan without any real friends or supporters in any of the conquered territories; in which there were people who were associated with Japan but no more, their power and importance was minimal, their relevance even less
H.P Willmott, The Battle of Leyte Gulf
En el imaginario contemporáneo existe la falsa impresión de que nuestra visión de la guerra, el modo en que se narra en las popularizaciones tipo Anthony Beevor, es más justo y preciso al centrarse en las experiencias de los soldados rasos. Es cierto que esa manera nos ha permitido sentirnos más cercanos al conflicto, casi como estuviéramos en ella, y que responde a nuestra concepción democrática de la sociedad, ofreciendo por tanto una visión más equilibrada del conflicto, al permitir escuchar diferentes voces, pero en realidad corre el peligro de ser tan reduccionista como la visión del general sentado en su silla y que observa el curso de la batalla con su catalejo, ya que acaba por reducirlo todo a sangre, sudor y lágrimas, a esfuerzo físico del que surge victorioso el más tenaz y resistente.
Esos relatos no nos ayudan a darnos cuenta de la enormidad y complejidad de los conflictos bélicos, de como tras cada soldado que está en el frente se necesitan varios que aseguren sus comunicaciones, transporten sus suministros. De como las guerras involucran intimamente a la población civil, que tiene que vivir para su ejército, producir para él, sacrificarse por él. Peor aún, no nos damos cuenta de que el resultado de las guerras no depende del heroísmo o la bravura, ese ingrediente que tanto abunda en las películas de Guerra, sino de la cantidad y la calidad del material, de la capacidad que cada país tiene para desplegarlo y mantenerlo, de la eficacia de sus soldados y mandos en utilizarlos. Tampoco tenemos idea de las pérdidas que se pueden producir en una batalla de verdad, y pensamos que 5000 muertos del ejército americano en Irak son pérdidad inaceptables, cuando esa era casi la totalidad de la dotación del acorazado japonés Yamato, hundido en los últimos días de la segunda guerra mundial.
En ese sentido, un libro tan poco dado a la narración anecdótica como es el que H.P. Willmott dedica a la batalla de Leyte es una buena llamada de atención. Para el que no lo sepa, esa batalla, dividida en cuatro encuentros principales, ha sido la última y mayor batalla naval que haya presenciado la humanidad, y Willmot la analiza con absoluta frialdad, aportando datos y hechos, mostrando las posibilidades de cada combatiente, el estado de sus "piezas", por así decirlo, y las dificultades con las que se encontraban.
Así, puede encontrarse uno con datos tan poco conocidos, en esa historia que se basa en las hazañas personales, como el grado en que la escasez de combustible limitaba las operaciones bélicas japonesas, reduciéndolas casi a una simple incursión, llegar y hacer el máximo daño posible. Unas operaciones en el que cualquier retraso, ya sea por acción enemiga o por propia confusión, podía resultar desastroso, puesto que las unidades más pequeñas como los destructores podían agotar sus reservas de combustible y quedarse detenidos en mitad del océano, a merced del enemigo, que dominaba el mar, sin que sus compañeros pudieran hacer nada por salvarles ya que se arriesgaban a sufrir el mismo destino.
Asímismo, y en contra de esa historia que parece basarse en los militares geniales y omniscentes, el libro nos descubre un plan de batalla japonés cuyo único punto claro desde el principio es la necesidad de atacar con toda la flota al enemigo, ya sea para causarle una humillante derrota, o bien para morir en el intento, en un claro ejemplo de espíritu Kamikaze. Excepto ese objetivo, el resto del plan se improvisa en unos pocos días y atraviesa diferentes fases hasta que al final queda algo que es todo menos un prodigio de organización, en el que la fuerza principal se divide en dos flotas, una atacante por el norte y otra por el sur, decisión tomada a última hora y aún hoy poco explicable, mientras que desde el propio Japón se destaca una tercera escuadra para atacar también por el sur... sin que se intente coordinar en ningún instante las operaciones de las dos flotas del sur y mucho menos estas con las del norte.
Pero lo más impresionante, en ese estudio basado en los hechos y los datos, es percatarse de la enormidad de los recursos que se lanzan a la lucha, tal y como se muestra en el párrafo siguiente, porque si ya era enorme la flota japonesa, incluso para hoy día, la americana es prácticamente inimaginable.
In the course of the Second World War in the Far East, between December 1941 and September 1945, the United States commissioned into service eighteen fleet, nine light fleet and 77 escort carriers, eight battleships and two battlecruisers,thirteen heavy and 33 light cruisers, 349 destroyers and 420 destroyer escorts, 73 other escorts and 203 submarines and these totals exclude the number of ships that were commissioned but turned over to allies. Such is the context of the "sixty-three remaining vessels in the Japanese Navy" that saw service at Leyte Gulf
Un párrafo que ilustra perfectamente lo absurdo y suicida del ataque japonés, que aunque hubiera logrado una victoria temporal (y estuvieron a punto de conseguirlo) no habría conseguido otra cosa que retrasar la hora de su destrucción, remachada como todos sabemos por las dos bombas atómicas de agosto del 45, pero segura y conocida desde el verano del 44, cuando la aviación americana contaba con bases, en la islas Marianas, desde las que golpear el territorio japonés y los submarinos americanos habían prácticamente cortado las líneas de comunicación por las que llegaban suministros al Japón
Una derrota final inevitable que es también ilustrada en el párrafo con el que he abierto la entrada, perteneciente al inicio del libro, y en el que se muestra la locura y la irracionalidad de la decisión japonesa de hacer la guerra, puesto que no sólo se enfrentaron a las naciones más poderosas del momento, cada una superior al Japón en un campo, sino que fueron incapaces de conseguir aliados en los territorios que decían haber liberado de los opresores occidentales.
Y es esa ceguera frente a la realidad, la incapacidad de reconocer cuando los métodos de siempre serán incapaces de surtir efecto, la que marca el comienzo de la decadencia de todos los imperios, por muy avanzados y poderosos que se crean
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