En una entrada anterior, ya había señalado a Shiki como la serie de la temporada verano/otoño y como una de las mejores de este año (que tampoco es que haya ido muy sobrado por cierto). Como ya dije entonces, constituye un soplo de aire fresco por muchas razones, no siendo las menores el pulso con el que está narrada y el hecho de contar con una amplio elenco de personajes perfectamente caracterizados, de muy diferentes edades, y sin ninguna concesión a la moda moe/kawai que está astragando el anime.
Muy importante es que esta ultimísima vuelta de tuerca al tema del vampirismo es extramadamente original por volver a los orígenes del mito y tratar el tema con inesperado realismo, mostrando la lenta destrucción de una comunidad rural ante la llegada de esos vampiros, sin caer en el gore ni el efectismo, sino mediante una lenta progresión en la que el espectador va descubriendo la realidad de los acontecimientos al mismo tiempo que los protagonistas, de forma que se torna realmente inquietante y turbadora.
Sin embargo, lo que más me fascina de esta nueva mirada al mito, tan alejada de Twillights y demás, es como tiene su foco de atención en dos facetas del tema vampírico, poco tratadas, pero que a mí me fascinan y que considero centrales.
Por una parte, como en ese mito está presente una de las realidades más devastadoras de nuestra experiencia humana, simplemente el hecho de que las víctimas de crueldades tienden a transformarse ellas mismas en torturadoras, una vez desaparecido ese agente externo que las destruía y aniquiliba. Una ley que se cumple tanto en la geopolítica, con tantos pueblos oprimidos que una vez alcanzada la libertad se convierten en la peor pesadilla de sus minorías intersas, o en el ámbito familiar, con la tendencia de aquellas personas que han sido sometidas de niños a abusos y malos tratos a devenir matratadores y abusones cuando llegan a adultos. Justo lo que representa a la perfección los vampiros, donde aquel que ha sido mordido se convertirá tras su muerte en una nueva bestia sin corazón, cuyo único deseo es el de alimentarse de otros seres humanos, como él mismo fue.
Por otra parte, y aún menos representado en el cine, está el hecho de que el vampiro conserva el recuerdo de todo lo que fue siendo humano, incluido sus vínculos sentimentales, lo cual le lleva, muy frecuentemente, a atacar a las personas que más amó en vida. Una trampa mortal para su víctima, si su deseo fue correspondido, ya que esa persona se hallará completamente desarmada e indefensa frente a su asesino, incapaz de concebir o aceptar la horrible transformación que se muestra ante sus ojos, puesto que en su fuero interno seguirá pensando que, pase lo que pase, al final recobrará a aquel que enterró, a esa persona que amó, y no un monstruo decidido a causar su muerte.
Como ocurre en la escena a la que pertenecen las capturas que encabezan la entrada, donde una madre se reencuentra con su hija fallecida y no puede por menos que acogerla en su seno.
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