Tenía Petronio por costumbre dormir los días, y valerse de las noches para hacer en ellas sus negocios y tomar sus deleites, regalos y pasatiempos. Y como otros por su industria y habilidad, éste por su negligencia y descuido había ganado reputación; y con todo eso no era tenido por tabernero y desperdiciador, como lo suelen ser muchos que por este camino consumen sus haciendas, sino por hombre que sabía ser vicioso con cuenta y razón. Sus dichos y hechos, cuanto por vía de simplicidad y descuido se mostraban más libres y disolutos, tanto se recibían y solemnizaban con mayor gusto. Pero, sin embargo, cuando fue procónsul de Bitinia y después cónsul, dio buena cuenta de sí y se mostró vigilante en los negocios públicos.
Tácito, Anales, Libro XVI
Si alguien tiene la constumbre de leer este blog, le habrá sorprendido que con la alta proporción de artículos de anime que contiene, no haya recogido la noticia de la reciente muerte de Kon Satoshi. Por decirlo de una manera simple, creo que cualquier cosa que dijera sería redundante, puesto que otros muchos han señalado lo que supone esta pérdida para el futuro del anime, como bien se cuenta en el blog de Ben Ettinger. Además no ha sido la única tragedia que esta semana ha deparado al mundo de animación, ya que también ha fallecido el animador independiente y experimental Kawamoto Kahichiro, uno de los colosos del stop motion, de cuya desaparición nadie parece haberse acordado excepto los muy aficionados, y del que llevo semanas planeando escribir una entrada, así que será su figura quien recibirá un homenaje próximo.
En fin, y volviendo al tema de hoy, esta verano, como ya se ha visto en otras anotaciones de este blog, he estado releyendo los Anales de Tácito, esa crónica desencantada y pesimista de la Roma de los primeros emperadores, siguiendo mi inveterada constumbre de volver siempre a los clásicos, desde que los descubriera estando en 2 de BUP en clase de latín.
El caso es que la figura de Tácito es casi tan controvertida como los personajes que relata y pueden encontrarse tantas interpretaciones o explicaciones como gustos. De valioso documento sobre ese tiempo a panfleto interesado para elogiar la figura de los emperadores de principieos del siglo II, (Trajano y Adriano); de denuncia de la abyección a la que todo poder absoluto se ve abicado a protomaquiavelo que muestra el auténtico modo en que ese poder omnímodo debe utilizarse; o simplemente de defensor de las libertades repúblicanas frente a la opresión de los príncipes a conservador retrógrado que intenta defender sus privilegios frente a la revolución política y social realizada por los emperadores (y resulta extraño o quizás preocupante que está postura sea defendida por personas que se suponen avanzadas, extraña necesidad eéa de arrodillarse ante un poder superior que parece compartir muchos hombres libres)
En resumidas cuentas, todo cabe bajo el paraguas de Tácito. Hasta tal punto que acaba por asemejarse a un espejo que refleja las ideas políticas del lector.
Por supuesto, el error viene de que intentamos hacer de Tácito uno de los nuestros o uno de nuestros enemigos. El pertenecía a las clases dirigentes y la república que defendía con tanta vehemencia, era eminentemente oligarquica, un gobierno en que los mejores debían dirigir a la mayoría, sin que esta pudiera participar en el gobierno. No es la menor de sus contradicciones, ya que esa defensa a ultranza del gobierno republicano se realiza bajo unos emperadores no menos absolutos que los de comienzos del Imperio, de manera que sí bien cabe imaginarse la obra de Tácito como una obra propagandística de labor de esos emperadores al mostrar el marasmo en que se hallaba el imperio antes de su llegada, cabe también la posibilidad de que Táctico escriba historia ya antigua en su tiempo, por no poder componer historia contemporánea, y que su desilusión y desengaño la desahogue en estos tiempos ya pasados y condenados por el tiempo.
¿Y en qué consiste esa condena? En la mayoría de los casos se articula en términos que nosotros lectores del siglo XXI podemos entender completamente, por ejemplo el uso arbitrario que realiza Tiberio de sus poderes, saltándose las leyes, aboliéndolas o reformándolas cuando se oponen a su capricho, sin que esto provoque protesta alguna, más bien al contrario, el aplauso y la adulación de aquellos que deberían velar por la legalidad. En otros casos, sin embargo, nos parece más lejano o quizás menos comprensible, como es el caso de Nerón, al cual se critica por abandonarse al placer, en festejos y francachelas, un modo de vida que debía escandalizar a los romanos educados en la sobria virtud de sus antepasados, pero que a nosotros nos parece normal y habitual, una vez desparecidas las restricciones religiosas y morales que prohibían esos comportamientos, y los hacían propios de libertinos y calaveras.
En este sentido, Tácito no sería otra cosa que ese conservador retrógrado y malhumorado, perpetuamente criticando los modos de la juventud y elogiando un tiempo pasado que no existió más que en su cabeza. Alguien capaz de llamar tirano al presidente americano Clinton, por que tocaba el saxofón en público, al igual que Nerón con su lira. Lo cual sería suponer que nuestro historiador era un simplón, cuando todo nos indica lo contrario, como bien demuestra el pasaje que he incluido, ya que en el la figura de Petronio es en todo semejante a la de Nerón, la de un libertino que gasta su tiempo en la persecución del placer terrenal, excepto por una pequeña diferencia, que cuando se le dió un puesto de responsabilidad fue capaz de desempeñarlo sin tacha alguna, mientras que a Nerón, por decirlo así las responsabilidades del gobierno le resbalaban.
Lo cual por cierto, es la misma diferencia que podemos encontrar en la actualidad entre la figura de un Clinton y un Berlusconi. Entre alguien que a pesar de sus resbalones sexuales sabe de la responsabilidad que pesa sobre sus hombros y la de la quien considera el país que gobierna como su cortijo privado, del cual disponer a su capricho.
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