jueves, 17 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (IV)

Outre que l'habitude remplit tellement nôtre temps qu'il ne nous reste plus a bout de quelques mois un instant libre dans une ville où a l'arrivée la journée nous offrait la disponibilité de ses douze heures, si une par hasard était devenue vacante, je n'aurais plus eu l'idée de l'employer à voir quelque église pour laquelle j'étais jadis venu à Balbec, ni même à confronter un site peint par Elstir avec l'esquisse que j'en avais vue chez lui, mais à aller faire un partie d'échecs de plus chez M. Feré. C'était en effet la dégradante influence, comme le charme aussi qu'avait eu ce pays de Balbe, de devenir pour moi un vrai pays de connaissances; si leur  répartition territoriale, leur ensemencement extensif tout le long de la côte, en culture diverses, donnaient forcément aux visites que je faisais à ces différentes amies la forme du voyage, ils restreignaient aussi le voyage à n'avoir plus que l'agrément social d'une suite de visites. Les mêmes noms de lieux, si troublants pour moi jadis que le simple "Annuaire des Châteaux", feuilleté au chapitre du département de la Manche. me causait autant d'émotion que l'Indicateur des chemins de fer, m'étaient devenus si familiers que cet indicateur même, j'aurais pu le consulter, à la page Balbec-Douville par Doncieres, avec la même heureuse tranquillité qu'un dictionnaire d'adresses. Dans cette vallée trop sociale aux flancs de laquelle je sentais accrochée, visible ou non, une compagnie d'amis nombreux, le poétique cri du soir n'était pas celui de la chouette ou de la grenouille, mais le "Comment va" de M. de  Criquetot ou le "Khairé" de Brichiot. L'atmosphère n'y éveillait plus de angoisses et, chargée d'effluves purement humains, y était aisément respirable, trop calmante même. Le bénéfice que j'en tirais, au moins, était de ne plus voir les choses qu'au point de vue pratique. Le mariage avec Albertine m'apparaissait une follie.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.

Además, el hábito llena de tal maner nuestro tiempo, que pasados unos meses no nos queda un instante libre en una ciudad donde a nuestra llegada el día nos ofrecía sus doce horas a nuestra disposición, si  una por  azar hubiera quedado vacía, yo no tendría la ocurrencia de utilizarla para ver alguna iglesia por la que antaño hubiera venido a Balbec, ni siquiera a comparar un lugar pintado por Elstir con el esbozo que yo había visto en su casa, sino ir a jugar una partida de ajedrez con M. de Feré. Era, en efecto, la degradante influencia, como también el encanto que había tenido este país de Balbec, de convertirse para mi en una tiera de conocidos, si su distribución territorial, su cultivo extendido a lo largo de la costa, en parcelas distintas, convertían a las visitas que yo hacía a diferentes amigos en una especie de viaje, tambíén restringían ese viaje a nos ser otra cosa que el acuerdo social de una serie de visitas. Los propios nombres de lugar, antaño tan turbadores para mí que  ojear el "Anuario de Castillos" por el capítulo del departamento del Canal de la Mancha, me causaba tanta emoción como la guía de ferrocariles, me parecían ahora tan familiares que habría podido consultar, en la página Balbec-Douville via Doncieres, con la misma tranquilidad que una lista de direcciones. En este valle demasiado social en cuyos flancos yo me sentía adherido, ya visible o no, a una larga compañía de amigos. el grito poético de la tarde no era el de la lechuza, sino el "qué tal" de M. de Criquetot o el "Khairé" de Brichot. El ambiente no evocaba ya ninguna angustia y, pleno de efluvios meramente humanos, se podía respirar con tranquilidad, incluso era demasiado adormecedor. El beneficio que de él extraía era, al menos, ver las cosas sólo desde un punto de vista práctico. Casarme con Albertine me parecía una locura.

Sodome et Gomorrhe ocupa una posición central dentro de À la Recherche, no ya por el mero hecho de ser la cuarta novela de las siete, sino por constituir un punto de inflexión tanto en la composición de la obra como en su trama. Por una parte, ésta es la última novela que se publicó en vida de Proust y que por tanto podemos considerar como "terminada", en la medida que ese adjetivo es aplicable a un escritor que volvía una y otra vez sobre sus manuscritos, para modificarlos, refinarlos, completarlos y en ocasiones hincharlos sin medida. A partir de Sodome et Gomorrhe sólo se cuenta con un manuscrito previo a las pruebas de imprenta, lleno de enmiendas, añadidos y tachaduras, y con un número de páginas por novela bastante inferior a la media de antes del corte. Resulta claro que si Proust hubiera seguido trabajando, el resultado final hubiera sido como mínimo más extenso y seguramente hubiera contenido cambios importantes, cuando no trascendentales, que nos hubieran hecho rechazar las novelas que hoy conocemos como meros esbozos, al igual que las decenas de cuadernos que constituyen el legado Proust, registro de más de una década de aventura compositiva de À la Recherche.

No obbstante el mayor cambio en el ciclo novelistico pre y post Sodome et Gomorrhe se produce en la mente del narrador y no es, aunque importante y determinante, el descubrimiento de esas otras sexualidades, al que se une la proximidad y la cercanía de los exilados de ambas ciudades, ocultos a los ojos de todos, pero cláramente visibles a sus correligionarios.

martes, 15 de octubre de 2013

Under the Shadow of Postmodernism (IV)

The sense of insecurity and the frequency of the challenges to the king, especially when new to the throne, that emerge from such conciliar texts, are confirmed, not least by the detailed account of the first year of the reign of the reign of Wamba in Julian of Toledo's History of Wamba, and also by the evidence of yet other sources, such as coinage. Thus, two monarchs are represented in the Visigothic coinage, of whom no mention whatsoever is made in any literary source. One of them, called Iudila, is known from two coins, one minted in Merida and the other in Eliberri, a Roman town close to Granada. As their style is closest to that of the coinage of Sisenand (631-6), it would seem that he held power for a short while in the province of Baetica, probably sometime in the early 630s. The other case is that of a certain Suniefred, known only from a single coin minted in Toledo, which can be dated stylistically to the first half of the reign of king Egica (687-702). These two examples show how very limited is our knowledge of what may have been quite major events in the history of the Visigothic kingdom.

Roger Collins, Visigothic Spain.

Los pocos que sigan este blog sabrán de mi oposición al postmodernismo en lo que se refiere al estudio de la historia, al considerarlo una influencia corrosiva sobre esta disciplina, una amenaza a su permanencia y relevancia. No obstante, como ya habrán notado, mi rechazo se ha visto bastante matizado en el tiempo que este espacio lleva abierto. Por una parte, la irrupción de esa corriente filosófica ha supuesto un necesario revulsivo en una disciplina de por sí conservadora. Casi a duras penas, los historiadores se han visto obligados a revisar la veracidad y pertinencia datos sobre los que se funda la reconstrucción del pasado, iniciando una saludable polémica que aún sigue abierta y que ha revitalizado - especialmente para los aficionados - lo que esta ciencia puede ofrecer.

El segundo factor es que, también a regañadientes, todos nos hemos vuelto postmodernos. La triste verdad que todos - aficionados y expertos - hemos tenido que tragar es que seguramente la historia no se puede reconstruir, sino que tenemos que conformarnos con un consenso en el que los hechos históricos llevan asociados una cierta probabilidad que no asegura su veracidad ni su verosimilitud, sino simplemente que son preferibles, dado el estado de la investigación, frente a otros parecidos. En mi caso, este giro hacia el postmodernismo - aunque sea limitado y matizado - se ha visto acelarado por dos factores principales, ambos relacionados con la política española reciente.

viernes, 11 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (III)

Une des jeunes filles que je ne connaissais pas se mit au piano, et Andrée demanda à Albertine de valser avec elle. Heureux, dans ce petit casino, de penser que j'allais rester avec ces jeunes filles, je fis remarquer à Cottard comme elles dansaient bien. Mais lui, du point de vue spécial du médecin, et avec un mauvaise éducation qui ne tenait pas compte de ce que je connaissais ces jeunes filles à qui il avait pourtant dû me voir dire bonjour, me répondit: "Oui, me les parents son bien imprudents qui laissent leurs filles de prendre de pareilles habitudes. Je ne permettrais certainement pas aux miennes de venir ici. Sont-elles jolies au moins? Je ne distingue pas leurs traits. Tenez, regardez", ajouta-t-il en me montrant Albertine et Andrée qui valsaient lentement, serrées l'une contre l'autre, "j'ai oublié mon lorgnon et je ne vois pas bien, mais elles sont certainement au comble de la jouissance. On ne sais pas assez que c'est surtout par les seins que les femmes l'éprouvent. Et voyez, le leurs se touchent complètement" En effet, le contact n'avait pas cessé entre ceux d'Andrée et ceux d'Albertine. Je ne sais pas si elles entendirent ou devinèrent  la réflexion de Cottard, mais elles se détachèrent légèrement l'une de l'autre tout en continuant à valser. Andrée dit à ce moment un mot à Albertine et celle-ci rit du même rire pénétrant et profond que j'avais entendu tout à l'heure. Mais le trouble qu'il m'apporta cette fois ne me fut plus que cruel: Albertine avait l'air d'y montre, de faire constater à Andrée quelque frémissement voluptueux et secret. Il sonnait comme les premiers ou les derniers accords d'une fête inconnue.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe

Una de las jóvenes que yo no conocía se sentó al piano y Albertine pidió a Andrée que bailara con ella. Feliz, en ese pequeño casino, de saber que estaba en compañía de esas jóvenes, le hice notar a Cottard lo bien que bailaban. Pero él, con el punto de vista especial de un médico, y con una mala educación que no tenía en cuenta que yo conocía a esas jóvenes a las que sin embargo me había visto saludar, me respondió. " Sí, los padres que permoiten a sus hijas esas costumbres son bien imprudentes. Yo nunca permitiría a las mías que vinieran aquí. ¿Son al menos hermosas? No las veo bien desde aquí? Mirad" - añadió mientras señalaba a Albertine y Andrée que bailaban lentamente, estrechadas la una contra la otra - " he olvidado mis gafas y no veo bien, pero estoy seguro que se hallan en el clímax del placer. No es muy conocido que es en los senos donde las mujeres lo sienten. Y daos cuenta que los suyos se tocan completamente". En efecto, el contacto no había cesado entre los de Andrée y los de Albertine. No sé muy bien si oyeron o adivinaron los comentarios de Cottard, pero se separaron ligeramente la una de la otra mientras continuaban bailando. Andrée dijo a Albertine y ella rió con la risa penetrante que yo había escuchado hace poco. Pero la preocupación que esto me causó no fue menos cruel: Albertine parecía querer mostrar, constatar ante Andrée un extremecimiento voluptuoso y secreto. Sonaba como los últimos acordes de una fiesta desconocida.

Quien haya leído a Proust sabe que desde las primeras páginas del ciclo de À La Recherche, la descripción del sentimiento amoroso ocupa un lugar central. Por supuesto, como también sabrán los que sigan estas anotaciones, la postura de Proust hacia esa experiencia vital es cualquier cosa menos romántica, o al menos romántica al uso de revistas, programas televisivos y blockbusters de Hollywood.

miércoles, 2 de octubre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (y II)

J'avais oublié de fermer les volets et sans doute le grand jour m'avait éveillé. Mais je ne pus supporter d'avoir sous les yeux ces flots de la mer que ma grand-mère pouvait autrefois contempler pendant des heures; l'image nouvelle de leur beauté indifférente se complétait aussitôt par l'idée qu'elle ne les voyait pas; j'aurais voulu boucher mes oreilles à leur bruit, car maintenant la plénitude lumineuse de la plage creusait comme un vide dans mon cœur; tout me semblait me dire comme ces allées et ces pelouses d'un jardin public où je l'avait autrefois perdue quand j'étais tout enfant: "Nous ne l'avons pas vue", et sous la rotondité du ciel pâle et divin je me sentais oppressé comme sous une immense cloche bleuâtre fermant un horizon où ma grand-mère n'était pas. Pour ne plus rien voir, je me tournai du côte du mur, mais hélas! ce qui était contre moi c'était cette cloison qui servait jadis entre nous deux de messager matinal, cette cloison qui, aussi docile qu'un violon à rendre toutes les nuances d'un sentiment, disait si exactement a ma grand-mère ma crainte à la fois de la réveiller, et si elle était réveillée déjà, de n'être pas entendu d'elle et qu'elle n'osât bouger, puis aussitôt comme la réplique d'un seconde instrument, m'annonçant sa venue et m'invitant au calme. Je n'osais pas approcher de cette cloison plus que d'un piano où ma grand-mère aurait joué et qui vibrerait encore de son toucher. Je savais que je pourrait frapper maintenant, même plus fort, que rien ne pourrait plus la réveiller, que je n'entendrais aucune réponse, que me grand-mère ne viendrait plus. Et je ne demandais de plus a Dieu, s'il existe un paradis, que d'y pouvoir frapper contre cette cloison les trois petits coups que ma grand-mère reconnaîtrait entre mille, et auxquels elle répondrait par ces autres coups que voulaient dire: "Ne t'agite pas, petite souris, je comprends que tu es impatient, mais je vais venir", et qu'il me laissât rester avec elle toute l'éternité, qui ne serait pas trop longue pour nous deux.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.

Había olvidado cerrar las contraventanas y la luz del amanecer me había despertado. No podía soportar tener ante los ojos las olas del mar que mi abuela podía antaño contemplar durante horas enteras: la nueva imagen de su belleza indiferente se completaba inmediatamente con la idea de que ella ya no las veía; habría querido taponarme los oidos contra su ruido, porque ahora la plenitud luminosa de la playa cavaba un vacío en mi corazón, todo parecía decirme como lo hicieran esas avenidas y esas praderas de un jardín público donde la había perdido de vista cuando era niño: "Nosotros no la hemos visto", y bajo la rotundidad del cielo pálido y divino me sentía oprimido como bajo una inmensa campana azulada que encerraba un horizonte en cuyo interior no estaba mi abuela. Para no ver nada, me volví hacia el muro, pero ¡ay! que lo que estaba contra mí era ese tabique que nos servía antaño de mensajero matinal, ese tabique que, tan dócil como el violín a la hora de representar todos los matices del sentir, comunicaba exactamente a mi abuela al mismo tiempo mi temor a despertarla, y si ya lo estaba, el de no ser oído por ella y que ella no se moviera, puesto que inmediatamente, como la réplica de un segundo instrumento, me anunciaba su venida y me invitable a tener clama. No me atrevía a acercarme a ese tabique, al igual que no lo habria hecho a un piano en el que mi abuela hubiera tocado y que aún vibrase con sus notas. Yo sabía que por muy fuerte que golpease ahora, nada podría desperarla, no escucharía respuesta alguno, mi abuela no vendría. Y yo no pedía más a Dios, si existe el paraíso, que poder golpear este tabique con tres golpes que mi abuela reconocería entre mil y a los que respondería con otros que querrían decir: "No te agites, ratoncito, sé que te impacientas, pero enseguida voy" y que me permitiesen permanecer con ella toda la eternidad, que no sería demasiado larga para ninguno de nosotros.

Un hecho central en Le Côte de Guermantes era la muerte de la abuela del protagonista, trasunto del fallecimiento de la propia madre de Proust. Sin embargo, aunque la novelización de ese acontecimiento permitió a Proust escribir algunas de sus mejores páginas, su impacto quedaba un tanto difuminado en medio de la descripción de la ascensión social deul protagonista, a quien se le abrían repentinamente las puertas de la sociedad francesa más selecta, representada por la muy antigua y muy noble familia de Guermantes.

Como en muchas ocasiones de la vida, la intensidad del sentimiento, en este caso del duelo, impedía cobrar completa consciencia de la gravedad de la pérdida. Se hacía necesario un periodo de aquietamiento, de separación y desapego, de atenuación, casi de olvido, para que una vez solucionadas las necesidades más urgentes, retornado a la vida cotidiana, interrumpida por ese cambio irremediable, se encontrase el tiempo, los tiempos muertos, de los que surgiese repentinamente la imagen, la representación concreta e ineludible de la pérdida, sin que fuera ya posible posponerla, ni aplazarla.

Esto es precisamente lo que ocurre al final del primer tercio de Sodome et Gomorrhe, coincidiendo con el retorno del protagonista al Balbec en el que había pasado un largo verano de vacaciones en compañía de la familiar tan amada.

jueves, 26 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (I)

Il appartenait à la race de ces êtres moins contradictoires qu'ils n'en ont l'air, dont l'idéal est viril, justement parce que leur tempérament est féminin, et qui sont dans la vie  pareils, en apparence seulement aux autres hommes; là où chacun porte, inscrite en ces yeux à travers lesquels il voit toutes choses dans l'univers, une silhouette intaillée dans la facette de la prunelle, pour eux ce n'est pas celle d'une nymphe, mais d'un éphèbe. Race sur qu pèse un malédiction et qui doit vivre dans la mensonge et le parjure, puisqu'elle sait  tenu pour punissable et honteux, pour inavouable, son désir, ce qui fait pour toute créature la plus grande douceur de vivre; qui doit renier a son Dieu, puisque, même chrétiens, quand a la barre du tribunal il comparaissent comme accusés, il leur faut, devant le Christ et en son nom, se défendre d'une calomnie de ce qui est leur vie même; fils sans mère, à la quelle ils sont obligés de mentir même à l'heure de lui fermer les yeux; amis sans amitiés, malgré toutes celles que leur charme fréquemment reconnu et que leur cœur souvent bon ressentirait; mais peut-on appeler amitiés ces relations qui ne végètent qu'à la faveur d'un mensonge et d'où le premier élan de confiance et sincérité qu'ils seraient tentés d'avoir les ferait rejeter avec dégout.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe

El pertenecía a la raza de esos seres menos contradictorios que no tienen la apariencia, en los que el ideal es viril simplemente porque su temperamento es femenino, y que en la vida son parecidos, en apariencia solamente, a los otros hombres; allí donde cada uno lleva, inscrito en los ojos con los que ve todo en el universo, una silueta tallada en la pupila, para ellos no es la de una ninfa, sino la de un efebo. Raza sobre la que pesa una maldición y que debe vivir en la mentira y el perjurio, puesto que sabe punible y vergonzoso, inconfesable, su deseo, aquell que constituye para toda criatura el mayor placer de la vida; que debe renegar de su Dios, puesto que, incluso siendo cristiano, cuando comparece ante un tribunal como acusado, es preciso, delante de Cristo y en su nombre, defenderse de una calumnia que es su propia vida, hijos sin madre, a quien deben mentir incluso cuando llega la hora de cerrarle los ojos, amigos sin amistades, a pesar de todas  aquellas que su encanto tan frecuentemente reconocido y que su corazón bueno de ordinario apreciaría, pero... ¿pueden llamarse amistades esas relaciones que no crecen sino a la sombra de una mentira y a las que el primer impulso de confianza y sinceridad al que se vieran tentados, haría que fueran rechazadas con asco.

Como podrán recordar, la primera vez que me animé con la lectura de À la Recherche... - tenía yo apenas viente años -, debido a un error biblotecario me vi forzado a empezar a mitad del ciclo, concretamente en Sodome y Gomorrhe. No era la primera vez que me embarcaba en una aventura similar - La Guerra y La Paz también la empecé a medias, justo cuando comienza la invasión napoleónica de Rusia - así que tenía cierta experiencia y las fuerzas que da la juventud, para atreverme con la descripción de un mundo en el que la mayoría de los personajes eran completos desconocidos a los que el autor suponía presentados propia y correctamente.

Para lo que no estaba preparado es para la sorpresa de la relativamente breve - en términos Proustianos -  primera parte. Como saben, Proust es uno de los primeros escritores occidentales que tuvo el valor de hablar de la homosexualidad en los mismos términos que podría narrarse, por ejemplo, la cojera, la vehemencia, el mal aliento, o el largo cabello de uno de los personajes, sin utilizar para ello las construcciones prefabricadas de la antigüedad clásica o el escudo defensor del rechazo social. Esa primera parte, por tanto, tiene visos de relámpago, de iluminación repentina sobre un mundo desconocido, sobre el que no se quería volver la mirada, un descubrimiento inesperado que se ve reforzado por su inclusión sin aviso previo - excepto por un ambiguas alusiones que podían pasar desapercibidas -, para enseguida embarcarse en una detallada e inacabable descripción de esos otros ambientes, tan desconocidos y al mismo tiempo tan cercanos.

En gran medida, mi tiempo, los primeros ochenta tras el fin del régimen dictatorial, derechista y católico, del general Franco, compartían muchos aspectos con la Francia de 1900 en la que se desarrolla la novela, especialmente en su concepción de las relaciones sexuales. Aunque la homosexualidad había dejado de ser un crimen, un tabú del que no se podía hablar, nuestra infancia había transcurrido en un ambiente en el que sí lo era, de manera que inconscientemente seguíamos considerandola como algo sucio, algo que debía permanecer por siempre fuera de nuestras mentes, cuya existencia era propia de entornos sórdidos y degenerados, no los que nosotros frecuentábamos y, por supuesto, sin ser practicado por ninguno de nuestros amigos.

Esta pervivencia de ideas ya en declive - y que aún siguen conformando nuestro lenguaje, por mucho tiempo y cambios que hayan ocurrido - explica la profunda impresión que me produjo una descripción tan sincera de "ese algo", que nos parecía el receptáculo de todo lo que no podíamos ser, si queríamos llegar a ser respetados, hombres plenos en definitiva. Como ocurre la mejor literatura, por primera vez estaba viendo el mundo con otros ojos, cuya mirada era tan cierta, tan válida y tan sincera como la mía. Mis falsas conviciones, mis solidos prejucios se derrumbaban sin resistencia, sin ruido, sin dejar rastro alguno.

Sin embargo, para lo que no estaba preparado es para la desagradable sorpresa que tuve en mi cuarta relectura a principios de la primera década de este siglo. Durante ella me di cuenta que lo que describía Proust podía ser interpretado equivocadamente como un alegato homofóbico.



jueves, 19 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Le Côte de Guermantes (III)

Mme. de Guermantes m'offrait, domestique et soumise par l'amabilité, par le respect devant les valeurs spirituelles, l'énergie et la charme d'une cruelle petite fille de l'aristocratie des environs de Combray, qui, dans son enfance, montait à cheval, cassait les reins aux chats, arrachait l’œil aux lapins et, aussi bien qu'elle était restée une fleur de vertu, aurait pu, tant elle avait les mêmes élégances, pas mal d'années auparavant, être la plus brillante maîtresse du prince de Sagan. Seulement elle était incapable de comprendre ce que j'avais cherché en elle - le charme du nom de Guermantes  - et le petit peu que j'y avais trouvé, un reste provincial de Guermantes. Nous relations étaient fondées sur un malentendu qui ne pouvait manquer de manifester dès que mes hommages, au lieu de s'adresser à la femme relativement supérieure qu'elle croyait être, iraient vers quelque femme aussi médiocre et et exhalant le même charme involontaire. Malentendu si naturel et que existera toujours entre un jeune homme rêveur et une femme du monde, mais qui le trouble profondément, tant qu'il n'a pas reconnu la nature de ses facultés d'imagination et n'a pas pris son parti des déceptions inévitables qu'il doit éprouver auprès des êtres, comme au théâtre, en voyage et même en amour.

Marcel Proust, Le côte de Guermantes.

 Madame de Guermantes me ofrecía, doméstico y sumiso por la amabilidad, por el respeto a los valores espirituales, la energía y el encanto de una niña cruel de la aristocracia de los alrededores de Combray, que, en su niñez, montaba a caballo, le tronchaba la espalda a los gatos, arrancaba los ojos a los conejos y, que aún habiendo permanecido un ejemplo de virtud, habría podido, tan parecida era su elegancia, haber sido unos años antes, la amante más brillante del príncipe de Sagan. Lo único que era incapaz de comprender era qué había buscado yo en ella - el encanto del nombre de Guermantes - y la puzca que había encontrado, un resto provincial de Guermantes. Nuestra relación estaba fundada sobre un malentendido que no podía evitar manifestarse en cuanto mi admiración, en vez de dirigirse a la mujer relativamente superior que creía ser, se dedicasen a cualquier mujer igual de mediocre y que exhalase en mismo encanto involuntario. Malentendido natural y que existirá siempre entre un joven soñador y una mujer de mundo, pero que le preocupará profundamente, mientras no reconozca la naturaleza de sus facultades de imaginación y no extraiga una compensación de los desengaños que debe sufrir con las personas, al igual que en el teatro, de viaje e incluso en el amor.

Hace ya muchos años, recién acabada la universidad y  terminado el servicio militar, un gran amigo mío, curioso por mi pasión por Proust, se embarcó en la lectura de À la Recherche. Consiguió terminarla, como es propio de todo lector minucioso, pero esta obra se convirtió en un punto de separación y disputa entre ambos, principalmente por razones políticas. Aunque aproximadamente de la misma cuerda - unA izquierda más o menos avanzada - este amigo mío no llegaba a comprender mi fascinación por una novela en que su protagonista, literalmente, no había dado un palo al agua en la vida y que se entrega a larguísimas digresiones casi laudatorias de una aristocracia ociosa y explotadora.

Es cierto, por una parte, que la relación amor/odio de Proust con la alta nobleza puede ser uno de los elementos más démodé de la novela, si se mira con ojos modernos y progresistas, pero sobre todo, si se considera en qué ha devenido la nobleza actual. Esa clase social ha dejado de tener participación alguna en la vida cultural, política y social, quedando relegada su impacto a las revistas del corazón y demás basura, ya sea impresa o televisada, mientras que en tiempos de Proust era posible encontrar persobalidades de la nobleza fuertemente involucradas como mecenas en la vanguardia, tanto política como artística.

No obstante, tras la formulación política en la que se expresaba nuestra discrepancia sobre Proust, se escondía una profunda diferencia de caracteres. Mi amigo tendía más a la acción, a expresar en hechos sus ideales políticos, mientras que yo era eminentemente completativo. Alguien que se limitaba a observar, a anotar, a ser un espectador del teatro de la vida, que no cree poder influir, mucho menos modificar, el curso de los acontecimientos.

En cualquier caso, merece detenerse un tanto en examinar cual es la postura de Proust acerca de esa nobleza cuyo tiempo se consume en el ocio, en una sucesión de fiestas y reuniones, en las cuales el arte, la literatura, no pasa de ser un adorno más con el que engalanarse, sea en forma de sus obras o de sus autores. Este análisis es necesario porque À la recherche, como ya he indicado, no es otra cosa que la crónica del desengaño, de la quiebra de los sueños infantiles, proceso que en el último tramo de Le côté de Guermantes, se aplica a esa familia nobiliaria que durante la niñez de Proust se había imbricado con uno de los caminos por los que paseaba en Combray, nutriéndose de una larga serie de imágenes e ideales.

sábado, 14 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Le côté du Guermantes (y II)

Ce n'était pas "Rachel quand du Seigneur"" qui me semblait peu de chose, c'était la puissance de l'imagination humaine, l'illusion sur laquelle reposaient les douleurs de l'amour que je trouvais grandes. Robert vit que j'avais l'air ému. Je détournai les yeux vers les poiriers et les cerisiers du jardin d'en face pour qu'il crût que c'était leur beauté qui me touchait. Et elle me touchait un peu de la même façon, elle mettait aussi près de moi de ces choses qu'on ne voit pas qu'avec ses yeux, mais qu'on sent dans son cœur. Ces arbustes que j'avais vus dans le jardin, en les prenant par dieux étrangers, ne m'étais-je pas trompé comme Madelaine quand, dans un autre jardin, elle vit une forme humaine et "crût que c'était le jardinier"? Gardiens des souvenirs de l'âge d'or, garants de la promesse que la réalité n'est pas ce qu'on croit, que la splendeur de la poésie, que l'éclat merveilleux de l'innocence peuvent y resplendir et pourront être la récompense que nous nous efforceront  de mériter, les grandes créatures blanches merveilleusement penchées au-dessus de l'ombre propice à la sieste, à la pêche, à la lecture, n'était-ce plutôt des anges? J'échangeais quelques mots avec la maîtresse de Saint-Loup. Nous coupâmes par le village. Les maisons étaient sordides. Mais à côté des plus misérables, de celles qu'avaient l'air d'avoir été brulées par une pluie de salpêtre, un mystérieux voyageur, arrêté pour un jour dans la cité maudite, un ange resplendissant se tenait debout étendant largement sur elle l'éblouissante protection de ses ailes d'innocence en fleurs: c'était un poirier. 

Marcel Proust, Le Côte de Guermantes

No era "Raquel, la del señor" la que me parecía poco, era el poder de la imaginación humana, la ilusión sobre la que reposaban los dolores del amor que yo consideraba grandes. Robert veía que yo estaba emocionado. Volví mis ojos hacia los perales y los cerezos del jardín de enfrente por que el pensara que era su belleza la que me conmovía. Y ella me conmovía un poco de la misma manera, ella me acercaba esas cosas que no se ven con los ojos, sino que se sienten con el corazón. Esos arbustos que había visto en el jardín, tomándolos por dioses estraños, ¿No me había confundido al igual que la Magdalena, cuando, en otro jardín, vio una forma humana y " creyó que era el jardinero"? Guardianes de los recuerdos de la edad de oro, garantes de la promesa de que la realidad no es lo que creemos, que el esplendor de la poesía, el brillo maravilloso de la inocencia pueden resplandecer aquí mismo y podrán ser la recompensa que nos esforzaremos en merece, esas grandes criaturas blancas maravillosamente inclinadas por encima de una sombra propicia a la siesta, al pecado, a la lectura, ¿No eran más bien ángeles? Crucé unas frases con la amante de Saint-Loup. Acortamos por el pueblo. Las casas eran sórdidas. Pero al lado de las más miserables, de aquellas que tenían el aspecto de haber sido abrasadas por una lluvia de azufre, un misterioso viajero, detenido durante un día en la ciudad maldita, un ángel resplandeciente se alzaba en pie extendiendo sobre ella ampliamente la cegadora protección de sus alas de inocencia en flor. Era un peral.

Entre los muchos centros temáticos de la saga proustiana - el disfrute y el ejercicio del arte como salvación de nuestras imperfecciones, la imposibilidad y mentira del amor, la fragilidad de nuestros recuerdos y sentimientos - se halla la clara consciencia de que toda visión de la vida es inherentemente parcial e incompleta. Individuos diferentes tendrán percepciones, ideas,conclusiones completamente distintas sobre el mismo objeto, persona o situación, sin importar lo estrechos que sean los lazos que los unen, o la coincidencia entre sus respectivas ideología. Ninguna de estas visiones será completamente cierta, completamente equivocada, sino su discrepancia se deberá, casi exclusivamente, a que la información que ambos manejan es completamente distinta, limitada por su experiencia anterior y por los valores sentimentales que depositen en ese objeto.