Outre que l'habitude remplit tellement nôtre temps qu'il ne nous reste plus a bout de quelques mois un instant libre dans une ville où a l'arrivée la journée nous offrait la disponibilité de ses douze heures, si une par hasard était devenue vacante, je n'aurais plus eu l'idée de l'employer à voir quelque église pour laquelle j'étais jadis venu à Balbec, ni même à confronter un site peint par Elstir avec l'esquisse que j'en avais vue chez lui, mais à aller faire un partie d'échecs de plus chez M. Feré. C'était en effet la dégradante influence, comme le charme aussi qu'avait eu ce pays de Balbe, de devenir pour moi un vrai pays de connaissances; si leur répartition territoriale, leur ensemencement extensif tout le long de la côte, en culture diverses, donnaient forcément aux visites que je faisais à ces différentes amies la forme du voyage, ils restreignaient aussi le voyage à n'avoir plus que l'agrément social d'une suite de visites. Les mêmes noms de lieux, si troublants pour moi jadis que le simple "Annuaire des Châteaux", feuilleté au chapitre du département de la Manche. me causait autant d'émotion que l'Indicateur des chemins de fer, m'étaient devenus si familiers que cet indicateur même, j'aurais pu le consulter, à la page Balbec-Douville par Doncieres, avec la même heureuse tranquillité qu'un dictionnaire d'adresses. Dans cette vallée trop sociale aux flancs de laquelle je sentais accrochée, visible ou non, une compagnie d'amis nombreux, le poétique cri du soir n'était pas celui de la chouette ou de la grenouille, mais le "Comment va" de M. de Criquetot ou le "Khairé" de Brichiot. L'atmosphère n'y éveillait plus de angoisses et, chargée d'effluves purement humains, y était aisément respirable, trop calmante même. Le bénéfice que j'en tirais, au moins, était de ne plus voir les choses qu'au point de vue pratique. Le mariage avec Albertine m'apparaissait une follie.
Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.
Además, el hábito llena de tal maner nuestro tiempo, que pasados unos meses no nos queda un instante libre en una ciudad donde a nuestra llegada el día nos ofrecía sus doce horas a nuestra disposición, si una por azar hubiera quedado vacía, yo no tendría la ocurrencia de utilizarla para ver alguna iglesia por la que antaño hubiera venido a Balbec, ni siquiera a comparar un lugar pintado por Elstir con el esbozo que yo había visto en su casa, sino ir a jugar una partida de ajedrez con M. de Feré. Era, en efecto, la degradante influencia, como también el encanto que había tenido este país de Balbec, de convertirse para mi en una tiera de conocidos, si su distribución territorial, su cultivo extendido a lo largo de la costa, en parcelas distintas, convertían a las visitas que yo hacía a diferentes amigos en una especie de viaje, tambíén restringían ese viaje a nos ser otra cosa que el acuerdo social de una serie de visitas. Los propios nombres de lugar, antaño tan turbadores para mí que ojear el "Anuario de Castillos" por el capítulo del departamento del Canal de la Mancha, me causaba tanta emoción como la guía de ferrocariles, me parecían ahora tan familiares que habría podido consultar, en la página Balbec-Douville via Doncieres, con la misma tranquilidad que una lista de direcciones. En este valle demasiado social en cuyos flancos yo me sentía adherido, ya visible o no, a una larga compañía de amigos. el grito poético de la tarde no era el de la lechuza, sino el "qué tal" de M. de Criquetot o el "Khairé" de Brichot. El ambiente no evocaba ya ninguna angustia y, pleno de efluvios meramente humanos, se podía respirar con tranquilidad, incluso era demasiado adormecedor. El beneficio que de él extraía era, al menos, ver las cosas sólo desde un punto de vista práctico. Casarme con Albertine me parecía una locura.
Sodome et Gomorrhe ocupa una posición central dentro de À la Recherche, no ya por el mero hecho de ser la cuarta novela de las siete, sino por constituir un punto de inflexión tanto en la composición de la obra como en su trama. Por una parte, ésta es la última novela que se publicó en vida de Proust y que por tanto podemos considerar como "terminada", en la medida que ese adjetivo es aplicable a un escritor que volvía una y otra vez sobre sus manuscritos, para modificarlos, refinarlos, completarlos y en ocasiones hincharlos sin medida. A partir de Sodome et Gomorrhe sólo se cuenta con un manuscrito previo a las pruebas de imprenta, lleno de enmiendas, añadidos y tachaduras, y con un número de páginas por novela bastante inferior a la media de antes del corte. Resulta claro que si Proust hubiera seguido trabajando, el resultado final hubiera sido como mínimo más extenso y seguramente hubiera contenido cambios importantes, cuando no trascendentales, que nos hubieran hecho rechazar las novelas que hoy conocemos como meros esbozos, al igual que las decenas de cuadernos que constituyen el legado Proust, registro de más de una década de aventura compositiva de À la Recherche.
No obbstante el mayor cambio en el ciclo novelistico pre y post Sodome et Gomorrhe se produce en la mente del narrador y no es, aunque importante y determinante, el descubrimiento de esas otras sexualidades, al que se une la proximidad y la cercanía de los exilados de ambas ciudades, ocultos a los ojos de todos, pero cláramente visibles a sus correligionarios.
Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe.
Además, el hábito llena de tal maner nuestro tiempo, que pasados unos meses no nos queda un instante libre en una ciudad donde a nuestra llegada el día nos ofrecía sus doce horas a nuestra disposición, si una por azar hubiera quedado vacía, yo no tendría la ocurrencia de utilizarla para ver alguna iglesia por la que antaño hubiera venido a Balbec, ni siquiera a comparar un lugar pintado por Elstir con el esbozo que yo había visto en su casa, sino ir a jugar una partida de ajedrez con M. de Feré. Era, en efecto, la degradante influencia, como también el encanto que había tenido este país de Balbec, de convertirse para mi en una tiera de conocidos, si su distribución territorial, su cultivo extendido a lo largo de la costa, en parcelas distintas, convertían a las visitas que yo hacía a diferentes amigos en una especie de viaje, tambíén restringían ese viaje a nos ser otra cosa que el acuerdo social de una serie de visitas. Los propios nombres de lugar, antaño tan turbadores para mí que ojear el "Anuario de Castillos" por el capítulo del departamento del Canal de la Mancha, me causaba tanta emoción como la guía de ferrocariles, me parecían ahora tan familiares que habría podido consultar, en la página Balbec-Douville via Doncieres, con la misma tranquilidad que una lista de direcciones. En este valle demasiado social en cuyos flancos yo me sentía adherido, ya visible o no, a una larga compañía de amigos. el grito poético de la tarde no era el de la lechuza, sino el "qué tal" de M. de Criquetot o el "Khairé" de Brichot. El ambiente no evocaba ya ninguna angustia y, pleno de efluvios meramente humanos, se podía respirar con tranquilidad, incluso era demasiado adormecedor. El beneficio que de él extraía era, al menos, ver las cosas sólo desde un punto de vista práctico. Casarme con Albertine me parecía una locura.
Sodome et Gomorrhe ocupa una posición central dentro de À la Recherche, no ya por el mero hecho de ser la cuarta novela de las siete, sino por constituir un punto de inflexión tanto en la composición de la obra como en su trama. Por una parte, ésta es la última novela que se publicó en vida de Proust y que por tanto podemos considerar como "terminada", en la medida que ese adjetivo es aplicable a un escritor que volvía una y otra vez sobre sus manuscritos, para modificarlos, refinarlos, completarlos y en ocasiones hincharlos sin medida. A partir de Sodome et Gomorrhe sólo se cuenta con un manuscrito previo a las pruebas de imprenta, lleno de enmiendas, añadidos y tachaduras, y con un número de páginas por novela bastante inferior a la media de antes del corte. Resulta claro que si Proust hubiera seguido trabajando, el resultado final hubiera sido como mínimo más extenso y seguramente hubiera contenido cambios importantes, cuando no trascendentales, que nos hubieran hecho rechazar las novelas que hoy conocemos como meros esbozos, al igual que las decenas de cuadernos que constituyen el legado Proust, registro de más de una década de aventura compositiva de À la Recherche.
No obbstante el mayor cambio en el ciclo novelistico pre y post Sodome et Gomorrhe se produce en la mente del narrador y no es, aunque importante y determinante, el descubrimiento de esas otras sexualidades, al que se une la proximidad y la cercanía de los exilados de ambas ciudades, ocultos a los ojos de todos, pero cláramente visibles a sus correligionarios.