Los que sigan este blog habrán observado como la cantidad de entradas dedicadas al anime se ha reducido al mínimo. No les voy a ocultar - es más que patente - que siento un cierto cansancio tras más de una década de afición. Hay tres causas principales, mi autoeducación durante este periodo en la historia de la animación, tras el cual me es imposible contemplar el anime de la misma manera; el profundo abismo que media entre lo que yo quisiera ver y lo que vuelve locos a la mayoría de los otakus, de forma que la inmensa mayoría de la producción de anime es un páramo moe/kawaii en el que se esconden algunos productos valiosos; pero sobre todo, como directores y estudios prometedores acaban siendo torcidos y domados por el estado de las cosas, hasta que su originalidad es eliminada y simplemente acaban produciendo en serie más de lo mismo.
Este cansancio provoca, entre otras cosas, que no me lance a comentar series según comienzan y, por supuesto, que mi (posible) entusiasmo se vea más que matizado. Tiene una ventaja indudable, no obstante, que no me vuelco en elogios sobre obras que en realidad no lo merecían y que no tardaron en torcerse, sin que haya tenido la educación suficiente frente a mis lectores para advertirles de mi error. Esta temporada veraniega que termina esta semana hubiera sido muy propensa a estos patinazos, ya que fueron bastantes las series que comenzaron con gran ímpetu y se han disuelto posteriormente en la más absoluta mediocridad, como es el caso de Gatchaman Crowds, un paso más en la larga decadencia de Nakamura Kenji, el creador de esa obra maestra llamada Mononoke; Kimi no iru Machi, un producto indigno de quien creara Casshern Sins, Yamauchi Shigeyasu.
Esta perdida de tensión y ambiciones ha afectado incluso a la segunda entrega de Bakemonogatari,que aunque notable, Shinbou Akiyuki parece dirigir con el piloto automático puesto, y me ha hecho tener que replantearme mi valoración de la sorprendente nueva adaptación de Rozen Maiden: Zurückspulen, la primera de esta franquicia que conseguía apartarse del complejo moe/kawai para para ser auténticamente memorable, pero que en su tramo final, perdía mucho de su fuerza y su originalidad, sin llegar realmente a culminar.
Al final de todas estas series, la única que ha mantenido su nivel de calidad - a la espera de ver el último capítulo - ha sido Uchouten Kazoku (la extraña familia), un auténtico OVNI surgido de P.A. Works, productora que ha pesar de su rimbombante nombre (Progressive Anime) se limita a repetir la misma fórmula de dramas escolares, ilustrados, eso sí, con una animación de bandera. Gran parte de la fuerza de Uchouten Kazoku se haya en que parte de la adaptación de una novela con todas las de la ley (y no una light novel de las de usar y tirar) escrita por Morimi Tomihiko, a quien debemos también la base de la que partíó la magnífica serie Ojōhan Shinwa Taikei o Tatami Galaxy. De hecho, el mayor pero que puede hacerse a la serie es que su director no es Yuasa Masaaki y que por tanto no alcanza los grados de experimientación y surrealismo que podríamos esperar de ese animador de primera fila.
No obstante, y dejando a un lado este defecto, el hecho es que apenas se pueden encontrar defectos a la serie. Incluso aunque el material de partida abunda en rasgos fantásticos - el conflicto entre tanukis (mapaches), tengus (cuervos) y seres humanos - es cierto que ese mismo ambiente es la inspiración de otraas obras magnas del anime - como el famoso PomoPoko de Takrahaka - mientras que en realidad, ese envoltorio mitológico en realidad es un deisfraz para tratar temas mucho más maduros, como podrían ser las relaciones de familia, entre personajes adultos que tienen que vivir en un mundo de adultos, así como los complejos equilibrios de poder que necesariamente surgen de toda red de relaciones humanas.
Como ya he dicho antes, gran parte del mérito radica en que lo que se adapta es una novela con todas las de ley, y no un producto de consumo rápido/faste food literarias. Ahí podría quedar la cosa, pero es necesario decir que la serie realiza un esfuerzo notable en identificar visualemente a sus personajes, dotándoles de una imagen propia, alejada de modelo para copiar que es el complejo moe kawai, al mismo tiempo que busca hacer visibles su manierismo, enriqueciendo su perfil y provocando en el espectador el deseo de conocer más de ellos, el saber qué les ha llevado a ser de esa manera y no de otra.
En ese sentido, es paradigmática la relación entre Bente, humano mixto educado por los Tengus, y Yasaburou Shimogamo, uno de los hijos de la familia protagonista, pero ya en decadencia, tras la desaparición de su patriarca. Los vínculos entre ambos personajes, pertenecientes a mundos completamente opuestose y diversos, se hallan teñidos de una profunda ambigüedad. Adivinamos, tras sucesivos flashbacks que en el pasado existióe una estrecha relación de confianza y amistad entre ambos. Sin embargo, algo grave - que poco a poco la serie irá desvelando - quebró irremediablemente ese vínculo.
O quizás no, puesto que superpuauesta a la aparente enemistada - mejor dicho, separación actual - existe una más que evidente atracción erótica, una profunda simpatía que las circunstancias no permiten que se plasme, pero que lleva a ambos a ayudarse , en la medida que sus papeles presentes lo permiten y este apoyo permanezca invisible, desconocido, a la vista de todos, excepto aquellos a lo que realmente importa.
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