Siguiendo con mi revisión de la compilación de cine polaco realizad por Martin Scorcese, he llegado a Constans (Constante), película realizada en 1980 por el realizador Krzysztof Zanussi.
Si tuviera que definir Constans en un frase diría que es una magnífica traducción de los supuestos estéticos del realismo literario al formato cinematográfico. Su historia es la de unos personajes anónimos, perdidos en medio de la masa de población, mientras que el conflicto se establece entre los deseos que el protagonista o protagonista pueda tener y la inercia de la propia estructura social, a lo que se unen los golpes de suerte o de desgracia introducidos por el azar o el destino, según prefieran. Este punto de partida estético permite a su vez la introducción de la crítica social, muy pertinente en un tiempo, como la década de los 80, cuando el régimen comunista polaco empezaba a derrumbarse debido a su propia ineptitud y el ascenso de la contestación en forma del sindicato independiente Solidaridad.
Asímismo, es enfoque sobre lo trivial y lo olvidado permite realizar una reflexión sobre la naturaleza humana y las razones que justifican nuestra existencia, que normalmente suelen confluir en una conclusión pesimista. Bien por el fracaso del héroe de la novela, incapaz de superar las trampas del destino y la hostilidad de sus semejantes; bien porque cualquier misión revelada se descubre incomunicable al resto de la humanidad, válida sólo para esa persona y ese instante, sin aplicación a cualquier otro. Se llega así a una verdad existencial negativa que se halla en las antípodas del cine de Hollywood y de el ideal impuesto de nuestras sociedades neoliberales, convencidos ambos de que la mera fuerza de voluntad basta para moldear el mundo, sin que en la ecuación que habrá de gobernar esta transformación entren otros factores externos imponderables, otras fuerzas poderosas e irresistibles.
Es obvio que el realismo decimonónico y sus diferentes reencarnaciones cinematográficas tienen un grave riesgo: acabar siendo obras de tesis, en donde la complejidad del mundo queda reducida a un ingenuo maniqueismo. Zanussi elude este peligro por medio de mecanismo formales, que no son extraños a su formación como físico y filósofo, pero que pueden hacer aparecer sus películas, equivocadamente, como frías y distantes. Sus obras están compuestas por breves escenas aisladas, disjuntas y sin aparente relación, donde se lleva casi al extremo otro de los ideales del realismo: evitar que los personajes hablen entre sí de lo que conocen, del contexto que les une y sobre el que se construyen sus relaciones posteriores. Se evita así la inclusión de muletas informativas para uso del espectador o, mucho más importante, la tendencia a incluir discursos definitivos y al mismo tiempo prescindibles, puesto que en la vida, en demasiadas ocasiones, ya todo está dicho antes de recurrir a ese arma final, que suele reducirse a mero desahogo personal. Estallido sin mayores consecuencias
Los filmes de Zanussi se asemejan así a rompecabezas que requieren la participación activa del espectador. No porque el espectador deba resolver complicados enigmas que quizás ni siquiera existan, sino más bien porque debe permanecer atento a lo que se le muestra, ir espigando aquí y allá, para conseguir reconstruir la imagen completa de lo que se le cuenta. Normalmente, la paulatina pero inexorable caída del héroe, víctima de sus propios errores y de una sociedad despiadada, en donde medran sólo los timadores y los arribistas. Y con a ellos, los que saben callar y cerrar los ojos, buscarse un buen protector y no hacer demasiado ruido, ni mucho menos quejarse de injusticias o desigualdades
Un estado de cosas donde cualquier ideal, especialmente los más elevados, es una desventaja que te coloca siempre en mala posición frente a los que no tienen escrúpulos. Ideales que, además, más tarde o más temprano serán hechos añicos por la vida y el destino. Y tú con ellos.
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