sábado, 23 de enero de 2016

Paisajes Musicales Inexplorados: Berio (y XXII)



En una entrada anterior me atrevía a colgaba al compositor italiano Luciano Berio la etiqueta de postmoderno. Es cierto que la obra de Berio es un continuo mirar al pasado musical de la música clásica - y no tan clásica-  occidental, cuyo amplio catálogo se utiliza como fuente inagotable de citas que son yuxtapuestas con otras citas, para así ser confirmadas o contradichas, sea explícita o implicítamente. En la aplicación de ese modo musical, Berio se hallaría en concordancia con otros músicos contemporáneos de la segunda mitad del siglo XX, como Ligeti o Schnittke, que también evolucionaron de la modernidad al postmodernismo, haciendo suya esa mirada irónica, pesismista, desengañada y desesperanzada que es una de las claves de este movimiento finisecular tan difuso, tan difícil de definir, pero tan fácil de reconocer.

Sin embargo, ninguno de los tres, Berio, Ligeti o Shnittke, responde completamente a esa etiqueta postmoderna ni se deja aprisionar por su aparente amplitud, en realidad angostura. Tras la visión irónica y desencantada de estos compositores hay un profundo conocimiento, acompañado de sincera admiración, por una música del pasado de la que se lamenta el haber dejado de ser una referencia absoluta en el entorno musical actual, bien por distanciamiento entre estos modos y el sentir de las nuevas generaciones, bien por una hiperpopularización que las ha desprovisto de cualquier significado relevante. Su lamento  expresado en música  - no se puede calificar de otra manera - se aproximaría así al de un Bartok en sus cuartetos de cuerda centrales, donde la tradición clásica sólo aparecía en forma de espantajo, patético y terrorífico a partes iguales.


Así, una obra como Laborintus II, que abre esta entrada, se conforma como un espacio donde se cruzan todo tipo de estilos e influencias musicales, desde la polifonía hasta el jazz, en una serie de encuentros, realmente encontronazos, que conforman una cacofonía en donde es imposible encontrar un hilo conductor, una regla que nos permita orientarnos en ese mundo vuelto del revés que es la música de Berio (... y de Ligeti y de Schnittke). Sin embargo, ese sentirse extraviados en medio de un laberinto que no tiene salida es de nuevo ilusorio. En realidad, si se mira a la música de estos compositores desde otra perspectiva, deberíamos relacionarnos con otros maestros más antiguos, también más conocidos y respetados: Monteverdi y Bach. Unas figuras que dieron un vuelvo a la música occidental en sus respectivas épocas, al igual que Schönberg, pero que se diferencian de éste en que su obra es una auténtica Summa Musicalis, un lugar donde se dan cita todas las músicas pasada, presentes e incluso futuras, aboliendo los aparentes abismos infranqueables que las separan.

No es que Schnittke, Berio o Ligeti vayan a revelarse unos nuevos Monteverdi o Bach, ni siquera un Schönberg. Sin embargo, como los dos primeros, y en mucha mayor medida que el fundador del dodecafonismo, son exponentes de un cambio de era, de un momento tras el cual los gustos musicales habrán mutado de forma irreversible, y del que ellos levantan acta, como si fueran notarios. Un cambio trascendental, cualitativo en el sentir musical de nuestro presente cultural, que no se corresponde con la revolución dodecafónica de primeros del siglo XX, sino con la que tuvo lugar tras la segunda guerra mundial de forma global, tanto geográfica como social. Porque si bien Schönberg hizo temblar los cimientos del edificio milenario de la música occidental, de manera que tras él sólo quedaron dos opciones para un compositor clásico, seguirle o reinventar la tradición, traicionándola; lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial fue que la música clásica quedó relegada a un rincón, substituida en la mentalidad colectiva de nuestras sociedades globalizadas por otras muchas músicas populares, en su mayoría convertidas en industria.

Un remplazo que ha sido tan completo, tan absoluto, que incluso se ha tenido la arrogancia postomoderna, en alguna popularización de cinco minutos de la historia de la música de las que se pueden encontrar en youtube, de pretender que los auténticos continuadores de Mozart y Beethoven son los músicos de jazz - algo muy comprensible y  justificable en este caso - así como los rockeros; mientras se olvida por completo a la amplía, rica y compleja tradición clásica del siglo XX. A unos Schnittke, Berio o Ligeti que por su conocimiento profundo y su utilización consciente de ese pasado son los únicos merecedores de ese título de seguidores y continuadores, aunque su obra sea, en más de una ocasión, refutación completa de esa tradición.

Músicos i9mprescindbles que han pasado a formar parte de esa penumbre de lo difícil, lo inaudible, lo frío y antihumano, cuando son todo lo contrario. Más aún, cuando la propia evolución de la música popular, con su "anormalismo", su rebeldía, su subversión y su  anticlasicismo, los torna cada vez más accesibles y cercanos a las generaciones jóvenes, cuyo oído no está viciado por el prestigio de una tradición vetusta y polvorienta.

Aunque estos no lo sepan aún y no estemos haciendo ningún esfuerzo porque los conozcan


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