martes, 15 de diciembre de 2015

Visiones de juventud

































Uno de los efectos inesperados de la irrupción del ordenador y la 3D, ha sido insuflar nueva vida en técnicas que parecerían toscas y torpes, cuando no directamente anticuadas. En los últimos años, hemos podido disfrutar así de un buen puñado de obras notables en el campo de la stop-motion, además de asistir a la inesperada resurrección del rotoscopiado.

Si recuerdan la entrada que dedique a Rakuen Tsuihou (Expulsada del paraíso) les indicaba como en esa película se disfrazaba la 3D de 2D. Esas estrategías de travestismo se utilizan también en otras técnicas, como el Motion Capture, donde la imagen real es procesada en el ordenador para convertirla en ordenador. Tal es también el caso de su inmediato predecesor, el citado rotoscopiado, inventado casi, casi al principio de la forma animada por los hermanos Fleischer, Max y Dave.

Como corresponde a una tecnología creada en la década de los 10 del siglo XX, el secreto del rotoscopiado era y es muy simple. Consistía en proyectar una filmación real fotograma a fotograma, sobre un tablero de dibujo, donde un animador pueda proceder a copiarla y a manipularla. Como sus hermanas y descendientes más computerizadas, el rotoscopiado permitía que en el proceso de animación se pudiera utilizar a personal menos cualificado que si hubiera que partir desde cero, pero, en contrapartida - y sorprendentemente - daba lugar a una animación menos fluida y natural, menos verdadera y verosímil.

El rostoscopiado, por tanto, siempre ha tenido mala fama, por esa condición de animación barata. De hecho, esta técnica sólo ha brillado cuando un animador de raza ha estado a su cargo, limando las asperezas del material de partida hasta casi hacer desaparecer cualquier traza de su origen, al mismo tiempo que limitaba su uso a puntos muy concretos y determinados del metraje. Por ello, debido al desprecio y dificultad de una técnica aparentemente tan sencilla, resulta curioso que en estos últimos tiempos se haya producido ése resurgimiento al que hacía referencia. Una vuelta que puede parecer totalmente innecesaria, pues para eso mismo está el Motion Capture, más moderno y más perfecto, y que además no se limita a citas y referencias aistladas, sino que se utiliza en series y largometrajes enteros, como medio principal de narrar la historia .

Hana to Alice: Satsujin Jiken (El caso de Hana y Alice) dirigida por Shunji Iwai en 2015 es el último ejemplo de este revival del rotoscopiado. Aunque la animación se resienta en ocasiones de la torpeza consustancial a esta técnica, éste es quizás el único reproche que se le puede hacer. Por el contrario, el hecho de que el rotoscopiado, tal y como se utiliza en esta película, siempre haga referencia a una realidad filmada previamente, resulta más que adecuado a en la narración de una historia que no es otra cosa que el relato de un paso de la niñez a la madurez, visto esta vez desde una óptica femenina.

Como sabrán, el anime está preferentemte dedicado a un público adolescente o mayoritariamente joven. Debido a eso, en sus peores productos, e incluso en algunos de los mejores, abunda en los tópicos, referencias y chistes estúpidos que son propios de esas edades y que lo tornan refractario, antipático, a otros segmentos de edad. En Hana to Alice, esa confusión, e incluso tonteria, de la pubertad es omnipresente, pero el enfoque utilizada en su plasmación es eminentemente realista, sobrio, comedido, incluso irónico, aunque bastante cómplice. De esa manera los múltiples elementos de comedia repartidos en su historia no son sino jalones necesarios en esa historia de autodescubrimiento y maduración en la que se embarcan las dos protagonistas... con sus muchos tropiezos, malentendidos, enredos y errores.

Hana to Alice pasa a formar parte así de esa larguísima tradición cinematográfica - y literaria - que observa y narra la juventud desde un plano de igualdad y simpatía, haciéndola apta para públicos que ya están muy lejanos de esos tiempos y esas experiencias... y a los que precisamente el olvido provocado por esa lejanía, les lleva a contemplarlo con escepticismo y hostilidad. Su objeto por tanto casi testimonial: trazar esos cambios, medio en broma, medio en serio, que llevan a la maduración personal, y que en esa época, en los años  cruciales entre los 14 y los 18, especialmente a los 16, llevan al surgimiento de una personalidad propia de las tinieblas de la niñez.

Una historia que no sólo destaca por sus aspectos narrativos, clásicos y al mismo tiempo infrecuentes, sino también por no olvidar sus raíces animadas. Es decir, que la animación se justifica enteramente por hacernos conscientes del movimiento, del placer que supone presenciarlo, sin necesitar otra excusa. Una virtud única y característica de esta forma, de la que la secuencia arriba ilustrada constituye un ejemplo magnífico.

Y por último, que Hana to Alice consigue el pequeño milagro de citar tres veces al Ikiru (Vivir, 1953) de Akira Kurosawa, sin que esto resulte forzado ni rompa el clima de la película, en un extraño caso de homenaje e ironía mezclada a partes iguales.

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