Les hablaba la semana pasada de ese falso concepto de poesía tan común entre los estadounidenses, que al final no es otra cosa que ñoñería y cursilería con la que se nos intenta timar añadiñendola con un marchamo de calidad fílmica. Una de las plasmaciones de ese subgenero es, obviamente, la alambicada historia de amor con ribetes surreales, pero que termina confluyendo en un consabido final feliz, donde por muy excéntricos y deformes que sean los personajes, siempre consiguen encontrar su media naranja.
También les señale que era habitual entre los americanos asociar este modo equivocado de hacer cine con Francia, ya saben, la ville lumière, el país de l'amour, la pasión latina y todo el resto de zarandajas. Una identificación equivocada que, por alguna extraña razón, ha halagado mucho a los franceses, quienes han acabado por identificarse con ella, tanto en la cultura popular como en sus productos de qualité, en extraña y repelente realización de los ensueños inexistentes forjados por otros.
Sí, sé que no hago otra cosa que quejarme. Pero parece que los cortos de la lista de Beltesassar han entrado en una especie de bucle. La semana pasada fue Chahut y ésta, Une historie vertébrale, cortos ambos de excelente factura, pero completamente vacíos e intranscendentes, plenos de esa poesía y sensibilidad conformista y acomodada, que a muchos satisfará, pero que a mí me hastía e incluso me hace entrar en cólera.
Y no es porque no le gusten a uno las historias de amor como la ilustrada en Une histoire vertébrale. Si me leen, ya sabrán de lo absurdas e injustificables que llegan a ser mis simpatías, en tocando ese tema. Sólo que en este caso no hallo ningún punto de apoyo que me permita defenderla. Nada en su interior que realmente sea sincero o que traicione un aceleramiento del pulso, esa locura irrefrenable e inextinguible que es la cifra y el signo de las verdaderas pasiones. Todo, por el contrario, el corto está tan calculado, tan pensado y controlado, que lo que realmente revela es un claro deseo de agradar, ofreciendo esa falsa poesía destinada a ganarse los jurados de los festivales.
Puedo estar equivocado, claro está. Demasiadas veces me ha ocurrido. Pero sí tengo claro que este corto nació muerto, sin pretensiones, sin pasión. Sin el riesgo de que al final, tanto en el corto como en el amor, todo lo que hemos construido se desmorone y nos quedemos solos, en medio del desierto, sin lugar a donde ir, ni mucho menos a donde volver.
No les entretengo más. Aquí les dejo el corto, como todas las semanas. Así que no me hagan mucho caso y prueben a disfrutarlo.
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