En la entrada anterior señalaba como se podría definir la esencia de la animación como la recreación del movimiento, aunque no me guste nada recurrir a esas posiciones esencialistas, y de cómo, en cierta medida, el auténtico cine, en su sentido etimológico, es la animación, al enfrentarse directamente, una y otra vez, con el problema del movimiento. Sin embargo, en la historia de la cinematografía, entendida como fotografía/captura de la realidad, si se siguen las teorías de la crítica francesa, la evolución parece ir en sentido contrario, hacia una clara repulsa de todo lo que represente movimiento en el cine, ya sea montaje, movimientos de cámara, actuación trama narrativa, desprendiéndose en el proceso de todo lo que tenga algún atisbo de artificialidad o de planificación, para culminar en un cine austero, estático y quasiabstracto, en el sentido de anarrativo (al igual que no es lo mismo la pintura noobjetiva que la pintura abstracta).
Aunque pueda parecer que he acumulado una buena cantidad de adjetivos peyorativos, ése no es el caso y si lo fuera estaría incurriendo en una clara contradicción, cuando no hipocresía, dados mis gustos en otras artes. No, lo que intento indicar es que esa tendencia revela, como no puede ser de otra manera, una clara inquietud por explorar los límites de la forma, delimitar lo que es cine y lo que no lo es, al igual que Cage intentaba dilucidar los límites entre ruido y música.
En este sentido, la obra de la pareja Huillet/Strauss constituye uno de los intentos más arriesgados y al mismo tiempo más logrados, en esa definición de los límites del cine. Sus obras están basadas siempre en textos literarios, a los cuales se renuncia a adaptar visualmente, y en las que los actores no interpretan, sino que declaman, quedando reducidos frecuentemente a estatuas parlantes. Un estatismo en la actuación que se ve acompañado de un no menos llamativo ascetismo en el montaje y la puesta en escena, puesto que en sus películas el número de planos puede casi contarse con los dedos de la mano, y los movimientos de cámara se reducen a simples giros, panorámicas que permiten ver por completo, el entorno en el que se mueven los personajes.
Dentro de esta vía de depuración formal, Cezanne puede ser una de las obras mayores de la pareja. Compuesta por apenas unas fotos del propio pintor, algunas vistas de los paisajes que pinto y de los cuadros que esas vistas inspiraron, acompañada por insertos de otras obras cinematográficas (La Madame Bovary de Renoir y Der Tod des Empedocles de la misma pareja), la película no es otra cosa que la lectura del diálogo que Joachim Gasquet mantuvo con Cezanne, auténtica guía para pensamiento y la teoría estética del pintor.
Por supuesto, la elección de Cezanne por parte de Huillet/Straub no es casual. Como se desprende de las propias palabras del artista que se escuchan en la película, la obsesión de Cezanne era pintar la realidad tal y como era, sin interpretarla, deformarla, ni mucho menos traicionarle, de forma que el artista acabara borrándose a sí mismo, deviniendo un simple medio de transmisión, cual cámara fotográfica animada. Unos ideales que, por lo dicho hasta ahora, son idénticos a los que guian a Huillet/Straub a la hora de concebir/crear su cine.
¿O no es así?
Quien conozca un poco de la historia del arte, sabe que la mayor victoria de Cezanne es precisamente su mayor fracaso. El pintor francés no consiguió nunca hacer realidad sus altos ideales, y en cierta manera, toda su obra no son más que borradores de esa pintura en la cual la realidad se mostraría tal y como es, liberada de nuestras subjetividades y de todos los cambios ambientales que tan bien sabían representar los impresionistas pero que sólo eran una distracción de la auténtica esencia de los visto.
Así ocurre que cuando se contemplan los paisajes que Cezanne representó en su pintura, como puede verse en las capturas que introducen esta entrada, y los paísajes que realmente pintó, tal y como se muestran en la película...
... la primera impresión es de completa y absoluta discordancia, provocada por ese fracaso continuo de Cezanne en encontrar esa esencia, esa inmutabilidad, esa verdad que buscaba, pero que a cambio nos regaló un corpus pictórico de los más influyentes en la historia de la pintura, el cual, paradójicamente, de estilo en estilo, acabó abjurando del realismo y desembocando en la abstracción.
Un fracaso que supuso una victoria, una búsqueda que desembocó en lo contrario de lo que ansiaba, que debería hacernos reflexionar y concluir que el cine no es fotografía, por mucho que se presente, y que la persecución a ultranza de la realidad y la verdad en cine, en realidad lleva a una conclusión completamente opuesta a esos conceptos.
Como es el caso del propio cine de Huillet/Straub
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