Una de mis amistades virtuales por Internet (ella sabe quién es), estudiosa de la animación y animadora ella misma, escribía en una de sus publicaciones que el auténtico cine es la animación, ya que el objetivo último de esta forma es la representación del movimiento (y en un artículo siguiente veremos la obsesión del cine experimental reciente por negar el movimiento que se se supone esencial a su forma).
Como podrán esperar, comparto por entero esa opinión de mi amiga virtual. Como todos los que crecimos antes de la 3D y nos enamoramos de la animación, esta forma nos fascinaba por su capacidad de dotar de vida (=animar) a aquello que estaba inanimado, ya fueran dibujos, muñecos, bolas de plastilina o recortes de papel. En cierta manera, la animación nos parecía la forma más noble de todas, ya que requería un artista de agudo espíritu observador, capaz de reconocer en las personas sus movimientos característicos, descomponerlos en sus elementos esenciales, extraer la quintaesencia que definía un movimiento como signo de un sentimiento determinado y no de otro, para luego recomponerlo, mediante alusiones y paralelos, en un medio que, por definición, es irreal.
Pensaba en todo esto este sábado, mientras veía por segunda vez, la magnífica casi primera obra de Hosoda Mamoru, Toki wo kakero shoujo, o la chica que manipulaba el tiempo/saltaba a través del tiempo. Recuerdo que cuando me topé con esta película (porque en el anime yo me topo con las cosas, lo que provoca que me pierda bastantes) encontré también algunas críticas de los otakus hispanos en las que calificaban su animación de pobre, claro ejemplo de como los hay que aun no aprendido a ver, por mucho que miren.
El caso es que está película podría verse simplemente por su animación, olvidando completamente su trama (aunque deno añadir, la peripecia argumental que vive la protagonista tiene una cierta resonancia especial para mí), puesto que los animadores han realizado un esfuerzo poco común para contruir el personaje de esta persona mediante la representación de su lenguaje corporal. No necesitamos que nadie nos cuente como es ella ni cual es su pasado, ni como se espera que responderá a los que ocurre a su alrededor, nos basta verla moverse, hablar, relacionarse durante unos cuantos minutos, la lenta y aparentemente banal introducción, para conocerla por completo, como si nosotros pertenecieramos a su ambiente y a sus conocidos y familiares.
Esto, tal y como lo he dicho, es un triunfo de la película, al alcance de muy pocas obras y muy pocos autores y que demuestra, la extrema atención con que los creadores han observado la realidad y su no menos profundo talento a la hora de escoger el gesto preciso para el movimiento precisos, representándolo con un concepto que apenas me atrevo a pronunciar, la verdad que tanto les gusta citar a los proponentes del cine de imagen real, siguiendo a la crítica francesa, pero que casi ninguna vez se alcanza.
Y para terminar, aparte de recomendarles que vean la película y se dejen fascinar por ella, un botón de muestra. La impresionante carrera final de nuestra protagonista, a la cual pertenecen las escasas y malas capturas con la que encabezo esta entrada. Una escena donde queda perfectamente reflejado el esfuerzo físico al que se ve sometida, el cansancio que se va apoderando de ella, sus esfuerzos por recuperarse y, en un magnífico hallazgo visual , como va perdiendo las fuerzas, incapaz de mantener el ritmo, hasta desaparecer del plano.
Una escena, como digo, que es un placer visual puro, y cuya justificación, más allá de su pertinencia argumental, es simplemente la recreación perfecta del movimiento, de forma que seamos capaces de apreciar en toda su plenitud, aquello que por su cotidianidad nos pasa completamente desapercibido
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