viernes, 3 de agosto de 2018

Cine Polaco (XLVIII): Dekalog III-IV (Decálogo 3 y 4, 1989) Krysztof Kieslowski




































Antes de comenzar con el análisis de las partes tres y cuatro del Dekalog de Kieslowski, quería señalar un aspecto muy llamativo de ambas, al menos desde nuestra perspectiva actual. Como sabrán, La obra de este director se interrumpe a mediados de los noventa, justo antes de que los teléfonos móviles se convirtieran en una presencia constante en nuestras sociedades. Este hecho tuvo lugar hace apenas 20 años, en un tiempo muy cercano, recordado por casi todos nosotros, pero que parece situado en una época pretérita, separada de nuestras vivencias actuales por un abismo temporal infranqueable. Con menos palabrería, la soledad existencial en la que viven los personajes de Kieslovski, los largos periodos de tiempo en que pueden desaparecer sin llamar la atención, ni despertar alarma, ya no son posibles, o son de duración mucho menor, en nuestra cotidianidad presente. Todos nos hallamos al alcance de una llamada, un mensaje, un Whatsup, que nos interrumpira en nuestros momentos más íntimos y secretos, y que si no se responde con presteza, será considerado como aviso, noticia, indicio, de que algo no marcha como debiera.

Volviendo a Dekalog. Los capítulos 3 y 4 examinan, respectivamente, el mandamiento que obliga a santificar las fiestas y aquel otro que ordena honrar a padre y madre. Como ya ocurriera en los dos anteriores, el análisis realizado por Kieslowki los traslada a un terreno de ambigüedad moral, en donde su cumplimiento puede que no sea obligado, mucho menos reprochable o punible. Así, en Dekalog 3, un padre de familia abandona a mujer e hijo durante la noche de Navidad para embarcarse en un viaje a ninguna parte con una antigua amante. En el 4, por su parte, un padre y una hija, que parecen gozar de una relación perfecta, descubren que no hay relaciones de sangre entre ellos. 

Se plantean así dos problemas morales que permanecen insolubles. En primer lugar, el efecto deletereo que las fiestas multitudinarias, especialmente las más familiares y sentidas, tienen sobre las personas que viven en soledad. Dolor exacerbado que puede llevarlas, como es el caso, a cometer todo tipo de tonterías, más o menos graves, más o menos inocentes. Necesidad egoísta, es evidente, pero de la que no se puede negar el tirón afectivo que posee sobre las personas que una vez estuvieron cercanas del solitario. Personas que deben decidir si acuden a su llamada o no, aunque de ellos se derive que deban dejar a otros, ahora más queridos, ahora más próximos, en la estacada. 

Frente a eso, en el segundo capítulo, el problema radica en hasta que punto el respecto y el cariño paterno-filial pueden continuar, deben hacerlo, cuando la razón legal y moral que les dio origen se muestra como inexistente, desprovista de todo fundamento y razón. Aún más, si en ese caso, lo mucho prohibido con anterioridad, incluso lo que se considera tabú, es ahora legítimo y legal, otra posibilidad más a la que nada impide hacer realidad. O bien hasta que extremo todo lo construido, aprendido y heredado tiene una existencia propia y duradera, que la hace persistir incluso cuando ya no hay razones, argumentos o vetos que la sustenten. O por decirlo de otra manera más clara, de como las ligazones afectivas siguen atándonos, por la mera razón que no podemos, ni queremos, desprendernos de ellas. De las constumbres adquiridas sobre las que nos hemos construido.

Debo decirles que el episodio más flojo es el 4, aunque tengo que reconocer que los dos son de altísimo nivel. Narrativa y visualmente, Kieslowski prueba en todo momento su merecida consideración de gran maestro. Planos que parecen de mero lucimiento estético, como el que abre esta entrada, perteneciente al capítulo 3, se revelan como plenos de significado. Así, este que les cito sirve para subrayar en varias ocasiones la soledad de la protagonista, rodeada de amplios espacios vacíos que no le sirven de abrigo, separada de nosotros por un espacio infranqueable. Pero al mismo tiempo, en el tramo final, indica el abismo que media entre ella y su antiguo amante, un foso que no pueden ya volver a colmar, ni siquiera cruzar, por mucho que se lo propongan.

O quizás sí y esto sea un engaño compartido, otro más, del cual aún no se han dado cuenta. La historia queda inconclusa, sin que sea posible determinar, nosotros o los protagonisas, que habrá de salir de allí. Finales abiertos que refuerzan esa ambigüedad moral que unifica toda la serie, esa dificultad de vivir de acuerdo con unos mandamientos que no fueron escritos, ni pensados, para los problemas de nuestras sociedades modernas, y cuya aplicación estricta llevaría quizás a conflictos y catástrofes peores que las quieren evitar. Pero también refleja, como digo, la inmensa sabiduría de guionista y director, Kieslovski en ambos casos, pero con colaboración en la parte literaria.

Destreza que se revela en que Kieslovski parece empeñado en resolver un problema fundamental en la literatura, especialmente la dramaturgia. Las personas normales no suelen a hablar de lo que ambos conocen, ni discutir sus muchos sobreentendidos, pero el público desconoce todo de ellas, así que ¿cómo informarles? Por supuesto, un truco habitual es que en su relación sí que haya un factor desconocido para ambos, un resquemor, una duda, un  reproche, que les obligue a rememorar, de forma natural, ese pasado común. Por ejemplo: ¿Fueste tú quien llamó esa noche? ¿Sabías que él iba a venir? ¿Realmente te retuvieron tus obligaciones? Con ese objetivo en mente, Kieslovski  da un paso más allá para llevarlo a la práctica, al utilizar la imagen para reducir al mínimo esas muletas narrativas.

Así, antes de que los protagonistas hayan intercambiado una sola palabra, la manera en que el director los encuadra y monta las escenas donde aparecen nos permite conocer cuatro puntos fundamentales: que los protagonistas se conocen de antes y además íntimamente: que ella, dada su conducta errática previa, está completamente sola; que ella adenñas stá mintiendo para conseguir un fin que por el momento se nos escapa, pero sospechamos; que él, finalmente, tiene ya otra vida en la que es feliz, al menos en apariencia, pero que, como se dice, el antiguo fuego aún no se ha extinguido.

Y todo esto, sin decir casi una sola palabra, sin explicaciones innecesarias, y con solo las imágenes. Si querían más pruebas de un gran director, ahí las tienen.

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