Continuando con mi revisión de cine polaco, llegamos a la última película de Walerian Borowczyk que voy a reseñarles. En concreto, su único largometraje de animación, Théâtre de Monsieur & Madame Kabal (El teatro del Sr. y la Sra. Kabal), realizado en 1967. Cierre y conclusión de su magnífica etapa animada, principalmente en forma de cortos realizados en Polonia y Francia, tras la cual el director polaco se pasó a la imagen real.
Si la he dejado para el final es para evitar que la brillantez de esa primera etapa distorsionase mi apreciación de la segunda. Para que se hagan una idea, hacia 1960, en Polonia, Borowczyk y Jan Lenica, en colaboración y en solitario, van a ser unos de los artífices de la revolución que sacudió la animación mundial por esas fechas. No fue hasta entonces, a pesar de muchos intentos aislados y sin continuidad, que cristalizó una animación en consonancia con las vanguardias y que además era reconocida de manera general como una forma válida y madura. Ya en Francia y en solitario, Borowczyk continuó experimentando sobre la base de lo aprendido en Polonia, hasta convertirse en uno de los maestros absolutos de la forma animada. Por desgracia, el fracaso de su carrera como director de imagen real perjudicaría su etapa de director de animación, dejando esa obra primera en la penumbra.
¿Y cuál es mi impresión tras haber revisado la filmografía de Borowczyk? Pues primero, que me reafirmo en mis primeras impresiones sobre Théâtre de Monsieur & Madame Kabal. Se trata de una obra maestra del absurdo. Una película donde no hay una historia definida, sin que esto suponga ningún lastre o defecto. De hecho, es esa acumulación de absurdos, sin término, sin límites y con total desfachatez donde radica su fuerza, caustica y acerada, como conviene a una sátira desinhibida de la naturaleza humana. De nuestra amada y consentida estupidez, de nuestra natural violencia y de la necesidad de ejercer el poder a toda costa, demoliendo a su paso cualquier atisbo de racionalidad o lógica que pueda oponerse a nuestros propósitos.
Absurdos reiteradps que colocan a Borowczyk muy cerca del dadá, al parecer dictados por un mero impulso de provocar por provocar, y cuya enumeración sería interminable. De la caracterización de Madame Kabal como un engendro mecaníco, a medias insecto devorador, a medias maquina despiadada, cuyos mayores entretenimientos son aplastar mariposas, engullir todo lo que se ponga a su alcance o fabricar munición de calibre pesado; a un Monsieur Kabal apocado, medroso y timorato, siempre huyendo de su terrible esposa, atento a cumplir sus más nimios deseos, pero aquejado de una lascivia que le lleva a espiar continuamente a sus muy rotundas vecinas. Entre medias, guerras entre animales imposibles, viajes por el interior del cuerpo de Madame Kabal - como en la secuencia de capturas introductoria - entretenimientos televisivos descerebrantes, enjambres de mariposas inteligentes, artilugios de complejidad inopinada pero de utilidad nula. Y mucha, mucha violencia, física y mental.
Todo ello hace de esta película una cumbre insuperable. No es de extrañar, por tanto, que Borowczyk decidiera abandonar la animación, puesto que le debía resultar imposible, no ya superarla, sino encontrar una vía de evolución factible a lo propuesto en esta cinta. Sin embargo, ese abandono le llevó a otro callejón sin salida. La propia materialidad y corporeidad de los actores y decorados en el cine de imagen real le hurtaba la libertad absoluta que le permitía la animación. Los muchos absurdos de Théâtre de Monsieur & Madame Kabal, como el desmontaje, sierra incluida, y posterior remontaje de Madame Kabal, que dibujados son verosímiles e incluso lógicos, no se podían repetir en un formato cuya propia esencia era el realismo. Esa verdad inquebrantable de la imagen, imposible de traicionar y de falsear, de la que se ufanaban los críticos de la Nouvelle Vague.
El cine posterior de Borowczyk se debate así en un dilema sin solución, del que sólo en contadas ocasiones hallará escape. Por una parte, le quedan vedadas las audacias formales, que convierten su obra animada en auténtico cine experimental. Su cine se torna prosaico, ponderoso, lastrado por la necesidad de contar una historia y hacerlo en un tiempo determinado. La única forma de recuperar su fuerza transgresora, que en la animación se realizaba por medios formales, es subrayando los aspectos más escabrosos y sórdidos, aunque sea costa en detrimento del resto de la película. En especial, esa hirviente búsqueda formal, a medias disolución, a medias demolición, que de forma natural florecía en su obra animada.
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