El caso de Valerian Borowczyk podría constituir una de esas historias ejemplas a la inversa: las que se usan para advertir a los jóvenes de lo que no deben hacer. Quien fuera uno de los directores de animación más respetados a finales de los cincuenta y durante la década de los sesenta, entró en una (aparente) decadencia en los setenta, coincidiendo con su paso a la imagen real y su giro hacia el género erótico. A finales de los ochenta, tras el fiasco de Emmanuele V (1986), su carrera estaba terminada, su nombre desprestigiado definitivamente, quedando como ejemplo y referencia de los que pudieron ser y no fueron, de los caminos que no hay que seguir.
Hay una cierta hipocresia en este juicio crítico. Gran parte de él se debe a que el erotismo en cine era considerado como un género menor en aquellos primeros tiempos de relajación censora, un entretenimiento al que no debía prestarse atención, cuando había temas muchos más serios que tratar. Varias décadas más tarde, sin embargo, esos temas serios se habían desvanecido, mientras que directores de renombre se habían ganado el respeto de la cinefilía precisamente por borrar los límites entre el cine normal y la pornografía. Podría decirse, por tanto, que el mayor defecto de Borowczyk fue precisamente haber llegado demasiado pronto, haber creado en un tiempo en que su giro estético aún no podía ser comprendido.
No he visto aún las obras de imagen real de Borowczyk así que no voy a entrar, por ahora, en si esas películas han resistido el paso del tiempo, una vez que ya se han desvanecido prejuicios críticos pasados. Sí les puedo decir que la obra animada del director polaco continua siendo una de las referencias del género, uno de los motores que a ambos lados de la fecha de 1960 produjeron la eclosión de la animación experimental/independente, floreciente hasta hoy en día y con mucho que aportar aún al mundo de la cinematografía.
Le Theatre de Monsieur et Madame Kabal (El teatro del señor y la señora Kabal, 1967), que he visto hace algunas semanas, es su único largometraje de animación. En ella se reutilizan los personajes de un corto anterior Le concert de M. et Mme Kabal (El concierto del señor y la señora Kabal) que se caracterizaba por un absurdo narrativo y visual, en el que no se hacían ascos a la vulgaridad y lo escatológico. Le Theatre no sólo hereda el reparto sino esas mismas características estéticas, para construir una crónica de la vida de ese matrimonio singular formado por una señora Kabal, medio robot, medio tanque, siempre opresora y violenta, y un Señor Kabal, medio ratón, medio cucaracha, cuya vida consiste en huir y esconderse de las exigencias de su esposa dominadora - y espiar a bellas mujeres utilizando un catalejo -.
Un problema común a toda película larga de un animador de fama cuyo medio habitual son los formatos breves es que tiende a convertirse en una compilación de cortos normalmente mal recosidos. Le Theatre no escapa a esta ley no escrita, pero Borowczyk la utiliza en su beneficio. Como ya les he indicado, la característica principal del mundo del matrimonio Kabal es el absurdo, el apartarse de las reglas que rigen nuestra realidad para construir otra nueva que nos resulta incompresible, cuando no repelente. Con esa premisa, el hecho de que las diferentes partes de la película no casen es casi un requisito, de forma que Borowczyk no sólo no disimula las costuras de sus escenas sino que las realza.
La película por tanto se construye alrededor de una serie de viñetas cuya única ligazón es el reparto protagonista. En ellas veremos al señor Kabal viajar por el interior de su señora, convertida en inmenso espacio laberíntico, para hallar una cura a la enfermedad que le aqueja; a la señora Kabal devenir factoría bélica que produce obuses en número ilimitado - y que luego utiliza para volar la casa del matrimonio -; o los combates poe la supremacía y la supervivencia de los extraños animales que la pareja tiene como mascotas, guardas o simplemente como alimento - incluidas unas mariposas que la señora Kabal aplasta con fruición pero que se revelan las sustentadoras del (precario) equilibrio de ese mundo -. Elementos todos de un mundo extraño, absurdo e incomprensible, pero que al final devienen demasiado próximos y cercanos, trasuntos de nuestra propia realidad y vivencias.
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