Siguiendo con mi revisión del cine Polaco, tanto dentro del país como en la diáspora, le ha llegado el turno a Le Docteur Jekyll et les femmes (El doctor Jekyll y las mujeres), dirigida en 1981 por Walerian Borowczyk. O, en el título preferido por el director para el mercado de habla inglesa, The strange case of Dr. Jekyll and Miss Osbourne.
No se puede negar que la excusa argumental es tan original como acerada. Si me permiten que destripe el argumento, Borowczyk imagina una versión del relato de Stevenson en la que el combate interior entre Jeckyll y Hide es resuelto de forma muy distinta al cuento original. En ambas, película y relato, se muestra la estricta moralidad victoriana como hipocresía que oculta, más mal que bien, unas serie de pulsiones animales y barbáricas a las que los intentos de ocultarlas, de borrarlas del mundo como si no existieran, sólo conducen a hacerlas más fuertes, más urgentes. De ahí que el ejemplo de bondad, rectitud e integridad representado por el Dr Jeckill sea cause y origen a un monstruo, Mr Hyde, que se manifiesta en cuanto tiene oportunidad. Aquellos instintos aborrecibles sólo estaban aletargados, a la espera de burlar nuestra vigilancia y ser liberados.
Sin embargo, en el relato estas fuerzas acababan por ser derrotadas. Jekyll acaba prisionero en la apariencia de Hyde, sin posibilidad de invertir su transformación, pagando con su vida los crímenes cometidos por su reverso tenebroso. O al menos así sucede en la versión que nos ha llegado, puesto que se sabe que existió una primera versión del relato en la que los aspectos escabrosos, en especial los sexuales, eran acentuados más allá de lo que permitía la moral reinante. Resultado lógico en una obra que, se dice, fue escrita en apenas tres días, mientras el escritor se hallaba bajo la influencia de las drogas. No busquen esta versión, puesto que ya no se conserva. La quemó su mujer, escandalizada por la osadía de su marido. ¿Su nombre? Fanny Osbourne, como la protagonista de la película.
Sigamos con coincidencias intencionadas. Durante el rodaje de la película, Borowczyk alegó haber descubierto el original perdido, el cual habría servido de inspiración al guien película. Era una baladronada obvia, pero servía y sirve de declaración de intenciones. De aviso de un giro de la versión fílmica hacía los aspectos más lascivos y escabrosos implícitos en el relatos. Aquéllos menos acomodables en ese campo del terror comercial conformista, que sólo busca asustarnos con nuestro consentimiento y complacencia, pero no demoler nuestras convicciones más sagradas, nuestras seguridades mejor fundamentadas.
Así, el film de Borowczyk va más allá de la constatación del carácter monstruoso de Hyde y del horror cómplice que esto produce en la audiencia. Es el propio Jekyll quien utiliza a Hyde para vengarse de la sociedad burguesa y de su hipocresía intrínsicas, particularizadas, personalizadas ambas, en parientes y amigos. Uno tras otro va exterminándolos, con violación previa en el caso de las mujeres presentes, tortura física o mental si se trata de hombres, durante una cena en su domicilio. Y ahí no queda la cosa, puesto que la mayor transgresión consiste en que, una vez vuelto Jekyll a la normalidad tras tantos actos barbáricos, su propia prometida decide seguir sus pasos y le fuerza a acompañarla. A sabiendas de que ya no habrá retorno, que sólo les espera una huida criminal sin término, más allá de sus propias muertes.
Premisa, como les indicaba, harto interesante, pero ¿está Borowczyk a su altura? Pues me temo que no. A pesar de claros aciertos parciales, del clima inquietante y sordido del que está imbuida la película, o del ataque directo contra la hipocresía puritana, ésa que ahora vuelve por sus fueros, se trata en mi opinión de una clara obra de decadencia. El director polaco siempre tuvo problemas a la hora de construir sus películas o de dotarlas de un ambiente coherente, cosa que sólo logró en Contes Immoraux (Cuentos inmorales, 1974) - de forma paradójica, ya que es un film de episodios, y en La Bête (La Bestia, 1975). De hecho la comparación con esta última es perjudicial para Le Docteur Jekyll et les femmes, ya que lo que en aquélla era progresión lógica hacia un estallido final, vía fantasía erótica a la vez sensual y violenta, en ésta se produce de forma arbitraria.
Porque, en definitiva, nunca sabemos los agravios que el Dr Jekyll, o Miss Osbourne, guardan hacia el resto del reparto, lo que convierte en arbitrarias sus acciones. Una aleatoriedad que podría convenir muy bien al espíritu anárquico y caótico de Hyde, paradigma de la destrucción por la destrucción, hasta que nos percatamos que There is a system in his madness, que dicen los ingleses.
La destrucción de todo aquéllo de lo Jekyll se enorgullece, pero que en el fondo detesta.
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