Me preguntaba por qué la edición en BR que Kino Lorber ha dedicado al cineasta underground/experimental Jonas Mekas, había elegido unir Walden (1969) con la posterior Lost, Lost, Lost (1976). Tras haber visto esta última, queda claro que ambas obras forman un díptico dentro de la filmografía de Mekas. Mejor dicho, que constituyen las dos caras de la misma moneda.
Walden es la crónica de un doble triunfo, interior y exterior, condensado y comprimido en dos años de frenesí, y rebosante, por tanto, de entusiasmo, de color, de todo tipo de audacias, experimentos y acrobacias. Por un lado, narra los primeros años de madurez estilítica de Mekas como director experimental, además del inicio de su andadura al frente de la Antology Film Archives, institución fundada por él mismo y referencia en el campo de la conservación y difusión del cine experimental/independiente. Por otro, es una crónica del momento cumbre de la contracultura de los años sesenta, cuando por un momento, tanto en Europa como en América, se pensó que la revolución estaba a la vuelta de la esquina y que un nuevo mundo, tanto político como cultural, iba a eclosionar de la ruinas del antiguo.
Lost, lost, lost, por el contrario, narra el tortuoso camino que llevó a Mekas hasta ese momento culmen, hasta esa revelación personal y al mismo tiempo pública, privada y compartida con toda una generación y un tiempo. Se trata de la crónica de dos largas décadas, desde su llegada en 1948 como refugiado lituano a Nueva York, huyendo de la guerra mundial, la opresión nazi y el totalitarismo soviético, hasta conectar con los hechos y experiencias narrados en Walden. Aunque parte del material fílmico se repite en ambas películas - como la vigilia por la paz en Times Square - y algunas alusiones pasajeras en Walden son explicadas visualmente aquí, el tono no puede ser más distinto, como si esas notas biográficas perteneciesen a biografías de personas completamente distintas.
Todo lo que era ímpetu, fuerza e ilusión en Walden, expresado mediante colores rabiosos que resaltaban su actualidad y permanencia, es aquí melancolía, retrospección, pérdida y angustia, ilustrado con un blanco y negro en donde el grano del celuloide acentúa esa impresión de cosa pasada y olvidada. Walden era así la crónica de una exploración y un descubrimiento, la afirmación y confirmación definitiva de la vocación como cineasta de Mekas, la celebración de haber hallado un lugar en el mundo, una tarea con que dar sentido a su vida. Lost, lost, lost, por el contrario y como bien indica el título, es un largo tránsito a través del laberinto, un vagabundeo a tientas en donde detenerse, atarse a un lugar definitivo, supone perder el camino sin remedio, mientras que continuar la marcha, no supone garantía alguna de triunfo, porque como sabrán por experiencia, en la vida la mayoría de los laberintos se construyen sin salida. De hecho, los construimos nosotros mismos ex profeso para perdernos y extraviarnos definitivamente junto con nuestros vicios y defectos.
Así, la trayectoria de Mekas en Lost, lost, lost es la de alguien forzado irremediablemente a romper todo vínculo con su pasado, si es que quiere encontrarse a sí mismo. Primero con su patria, teniendo que aceptar que es un apátrida y que el retorno a ese lugar de la niñez soñada ya no es posible, fuera de los tenues y frágiles recuerdos que pueda guardar en su memoria. Un abandono y una claudiciación, que no se limita a definirse como un extranjero en un país extranjero, obligado a hablar una lengua extranjera entre constumbres que no son las suyas, sino que le dicta en segundo lugar la ruptura de todo lazos con sus compatriotas en el exilio. No le queda otro remedio, porque si permaneciese en esa burbuja, en ese invernadero, en ese museo viviente de los que pretenden transplantar una patria perdida a tierras extrañas, su evolución, su crecimiento y maduración se verían impedidos, frustrados antes incluso de manifestarse.
Ruptura con el pasado, con la tierra, con la identidad, que no por dolorosas son menos necesarias, y que en la película se producen hacia su mitad, para dejar a Mekas sólo, confuso y perdido, en medio de un país que desconoce y donde no sabe como qué habrá de vivir, o si podrá hacerlo. Soledad y apartamiento que hacia el final de la cinta se revelarán afortunadas y fructíferas, porque Mekas descubrirá su arte, dejará de estar preso intelectualmente de un pasado perdido y de una patria inalcanzable, para arribar a una nuevo paisaje estético, a un lugar intelectual nuevo, sin ataduras a una tierra o un lugar reales, y por tanto siempre en riesgo de perderse. Nueva tierra de acogida donde viven sus iguales, aquellos que pueden y saben comprenderle. Sin importar el lugar donde habiten, ni el tiempo en que se encuentren.
Un viaje que hallará su destino, finalmente, en la mutación completa del estilo de rodaje de Mekas, que dejará de filmar como un aficionado - es decir, queriendo ser un profesional, pero sin poder hacerlo por falta de recursos - para asumir y aceptar todas las limitaciones de su equipo de filmación y del entorno cotidiano en el que vive, hallando y explotando así una libertad que nadie antes había soñado o, en caso de hacerlo, no se había atrevido a ejercitarla, a disfrutarla.
Palabra ésta que resumen el cine de Mekas y Walden. Alegría y gozo. Disfrutar del hecho de filmar, como si el arte del cinematógrafo acabase de ser inventado.
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