sábado, 19 de marzo de 2016

Un paso más allá

Miró, Pintura-Collage
Si han seguido este blog sabrán que soy más de Miró que de Dalí. La producción de este segundo pintor me parece en demasiadas ocasiones un ejercicio vacuo de fatuidad y petulancia, grandes gestos de cara a la galería que se agotan en su calidad de escándalo, aunque hace mucho que éstos se desvanecieron y el arte que los causó se torno fast food artística. En Miró, sin embargo, hallo un compromiso estético, un rigor estricto en el cultivo de la pintura y la escultura, que implica e indica a una personalidad siempre en trance de dejarse la piel en su arte. Siempre arriesgando el enajenarse simpatías fáciles o el quedarse reducido a gran santón de la vanguardia, refractario al gran público.

Dada mi pasión por este surrealista peninsular, paradójicamente se me hacía un tanto cuesta arriba la exposición organizada por la Caixa sobre su obra, de título Miró y el Objeto. Creía equivocadamente que no iba a encontrar nada nuevo en ella, muy poco que me estimulara intelectualmente, que iba a quedarse limitada a un mero barajar de su obra más famosa: ese primer surrealismo de apariencia infantil donde cada cuadro es un juego compartido entre espectador y pintor; sus constelaciones y grafismos de los años cuarenta, complejos jeroglíficos tonales en donde sólo se llega a intuir algo y más vale dejarse arrastrar por el torbellino de líneas y colores; la serenidad y ascetismo, por último, de su etapa final, en donde se acerca al minimalismo contemporáneo, pero su afición por el juego -y por compartir ese juego - sigue más que presente.

Iba, por tanto, con pocas esperanzas, pero me he llevado, por el contrario, una gran alegría. Porque esta muestra me ha demostrado lo ignorante que aún sigo siendo, a pesar de mis pretensiones,. Me ha permitido, así, volver a contemplar la obra de Miró como si fuera un niño.
Es ese concepto tan inasible de lo infantil, con todas las connotaciones lúdicas que acarrea, el que mejor define la exposición de una manera general. Es cierto que toda ella está ligada, de una manera u otra, al propósito que se impuso Miró a finales de la década de los 20 del siglo pasado: destruir la pintura. Sin embargo, ese esfuerzo de demolición de realiza de un modo muy personal, sin la acritud y la violencia que sería de esperar en otros pintores, sino con una omnipresente componente lúdica, que dota a estas obras destructivas de un carácter gozoso y jocoso. Como si fueran bromas, guiños, que sólo aguardasen a nuestra complicidad para revelar su secreto, para compartir con nosotros una alegría contagiosa, que mal se concilia con ese propósito de demolición irreversible.


Miró, Cuadro Objeto
 En esa línea, Miró reduce al mínimo los trazos reconocibles en sus cuadros - taquigrafía, lo llaman los textos explicativos de la exposición -; utiliza la técnica del collage, tanto en ese medio como la escultura, yuxtaponiendo en ambos formatos objetos encontrados, que reciben un significado ajeno con sólo añadirles un título contradictorio; o incluye en ellos materiales extraños, como arena, cuerda o madera. En los casos extremos rasga el lienzo, lo maltrata y quema, lo substituye por soportes inesperados - como una pelliza de pastor - o simplemente lo elimina, forzándonos a ver lo invisible, jugando con la famosa definición renacentista del cuadro como ventana al mundo, que en esta ocasión permanecerá siempre cerrada, excepto si queremos abrirla dentro de nuestras mentes.

Acciones subersivas que deberían devenir actos de violencia contra el arte y contra el público, pero que no llegan a serlo nunca, debido a esa componente ludica, festiva y jocosa tan característica de la postura estética de Miró. Como demostración bastan obras de radicalidad casi insultante como Personnages et Oiseaux dans un paysage - de la que no he podido encontrar una copia decente - que consisten en tachar conscientemente una pintura anterior. Sin embargo, lo que en otro pintor sería un ataque contra el establishment, un intento de demoler el canón artístico heredado y fijado por muertos ilustres, o como poco y entro ámbito, una mera broma postomodernista sin relevancia alguna, se revela aquí como una apropiación, como una mironización de un contendido preexistente. 

Sólo, y casi de forma obligada, porque el material violado y forzado nunca tuvo entidad independiente, se trataba y se trata de productos que caerían en la categoria de Kitsch, ejemplos del mal gusto dominante y ubicuo en tan generación. Tan irrelevante y tan vacuo que no hay diferencia alguna entre ellos y un lienzo vació, sobre el que Miró puede crear, fantasear y jugar con toda libertad, sin preocuparse, ni mucho menos respetar, aquello que su pintura cubre, desfigura y profana. 

O en todo caso, si hay un sacrilegio, de esos que provocan escándalos y acarrean condenas judiciales, es contra un sentir estético que aún no existía; el de los postmodernos. Aquellos intelectuales capaces de demostrarte con todo lujo de pruebas y argumentos las maravillas ocultas en la mierda que alaban, aunque la única razón objetiva para esa defensa sea que ellos les gusta.

Postura frente a la que Miró tiene una respuesta bien clara: la atronadora carcajada.

Miró, Pintura Quemada

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