miércoles, 16 de marzo de 2016

Leyendo a Tucidides (II)

Lisiclides, en su misión de recaudación, navegó por diversos lugares, pero al internarse desde Miunte, en Caria, a través de la llanura del Meandro hasta la colina de Sandio, fue atacado por los carios y los aneitas y pereció con muchos de sus hombres.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso, libro III


Al final de ese mismo invierno, cuando ya estaba muy próxima la primavera, Brásidas hizo una intentona contra Potidea. Se acercó de noche y consiguió arrimar una escala a la muralla, sin que su presencia fuera advertida hasta entonces; la campanilla había sido pasada y en este momento, durante el intervalo, antes de que volviera el que la llevaba, se ha procedido a arrimar la escala; pero luego los centinelas se dieron cuenta enseguida, antes de que nadie escalara la muralla y Brásidas retiró sus tropas a toda prisa, sin esperar a que se hiciese de día.

Tucidides, Historia de la Guerra del Peloponeso, libro IV

En la introducción a mi relectura de Tucídides, les indicaba que este autor grecorromano había sido el primer periodista, además del primer historiador en toda la regla, con perdón de Heródoto. No obstante, ambas definiciones, periodismo e historia,  pueden parecer excluyentes, así que mi afirmación necesita ser matizada.

Cuando se habla de periodismo, especialmente de reportaje, es inevitable hablar de literatura, vertiente que se acentúa en subgéneros (post)modernos como el "New Journalism" o la "NonFiction Novel". A pesar de sus claras diferencias, estos subgéneros tienen un elemento en común, la decoración de los hechos y su novelización, de forma que el lector pueda sentirse en medio de lo ocurrido e incluso "comparta" los sentimientos de sus protagonistas, sean éstos conocidos o no. Aunque disculpable en algunos de estos reportajes novelas, este enfoque es deletéreo en el caso de la historia, puesto que linda con la especulación sin base, mientras que en sus peores manifestaciones no deja de ser una manera solapada de manipular con engaño. Esta trampa consiste en atribuir a los personajes históricos pensamientos y motivaciones que sólo están en la mente del escritor y que, en los casos más flagrantes, permiten a éste propagar sus ideas políticas utilizando el prestigio del personaje retratado.

Por esta razón, cuando me encuentro con un libro de historia que recurre a estas tácticas, sea la dramatización de los hechos, sea la inclusión de diálogos completos en estilo directo, siento que ha perdido toda la credibilidad que pudiera tener. No está haciendo historia, sino novela o teatro, y evidentemente no aspira a transmitirnos la secuencia de los hechos con toda la objetividad que sea posible, sino a convencernos de una tesis además de que le admiremos por su dominio del lenguaje.

Defectos que, curiosamente, también son los de Tucidides, pero que este autor prototípico sabe evitar y resolver, sin merma de su credibilidad y su objetividad, reales o no, supuestas o no.

Empecemos primero con la dramatización y decoración de los hechos. Es cierto que la narración de Tucidides de la Guerra del Peloponeso contiene vibrantes descripciones, de ésas que nos hacen sentirnos en el allí y entonces. Sin embargo, esto no es una constante en su relato. Lo habitual, como pueden comprobar en el primer fragmento que he incluido en esta entrada, es una narración casi de notario, donde Tucidides se limita a constatar hechos, registrándolos con un estilo sobrio, casi árido. La impresión que desprenden esas secciones es de un cierto desapego, de desengaño y decepción, como si todos esos afanes guerreros fueran estériles, como si esas acciones bélicas en realidad no tuviesen influencia alguna en el curso de la guerra, para confluir, por el contrario, inevitablemente en derrota y muerte, cuya misma frecuencia las hiciera habituales, indignas de ser relatadas.

Este efecto de irrelevancia se acentúa porque en más de una ocasión los personajes que figuran en el relato sólo aparecen allí y nada se nos cuenta más de ellos, en claro ejemplo de esa desconfianza Tucididiana hacia el hombre providencial - siempre con excepciones, por supuesto-. Frente a esta tónica general, contrastan dramáticamente pasajes como el segundo que he incluido, donde Tucídides adopta una manera opuesta, la del testigo atrapado en medio de los acontecimientos. Este cambio repentino en la manera de relatar no significa que el historiador griego abandone su estilo sobrio y conciso,  muy al contrario, puesto que cada frase de Tucidides, preñada de significado al sentido de Gracián, sigue equivaliendo a párrafos y páginas enteras de otro escritor menos hábil o más trilero.

Lo que ocurre es algo muy distinto, distintivo del genio y de la habilidad del escritor. También de su rigor y honestidad. Simplemente, en estas secciones aisladas en medio del informe  objetivo, Tucídides incluye detalles aparentemente nimios pero de importancia determinante.  Justo aquéllos que sólo un testigo ocular podría haber presenciado, como ocurre en este caso, cuando se nos describe la razón de la táctica utilizada por Brásidas en el asalto fallido a la ciudad. Se trata del breve instante de ausencia en la guarda de la muralla, al transportar la campanilla entre los puestos de vigilancia, acto que asegura que no se han producido brechas en la ronda, pero que al mismo tiempo crea esos huecos por los que puede deslizarse un enemigo decidido.

Como ven, en explicar una frase de Tucídides se me ha ido casi un párrafo. No soy el único, puesto que mi edición de la Histora de la Guerra del Peloponeso ocupan más espacio las notas que el texto. Pueden imaginarse, por tanto, lo que ocurriría con este relato en manos de un escritor peor, más interesado, menos riguroso y honrado, o simplemente con mayor deseo de ser una estrella literaria que de transmitir lo que los testigos creyeron que ocurrió. Un proceso de dramatización, de novelización, en el que se perdería no sólo esa supuesta verdad factual, entendida como cercanía a los testimonios, sino también la sutil indicación que realiza Tucidides, sin mencionarlo, sobre las fuentes, su origen y su utilización.

Cuando la narración de este historiador es la de un notario, resulta evidente que no está trabajando con testimonios de testigos, sino con informes ya procesados, con algo contado y vuelta a contar, del que se han eliminado los añadidos praa dejar sólo lo esencial. Por el contrario, cuando acelera el pulso, cuando incluye ese detalle definitorio del instante preciso, sabemos que alguien estuvo allí, que vio y luego contó lo que vio al historiador, unos hechos, impresiones y conclusiones de las que más tarde Tucidides nos hizo partícipes, tanto a sus contemporáneos como a nosotros, habitantes de un futuro situado dos milenios y medio más adelante.

Un último apunte que viene a demostrar, paradójicamente, como en su sobriedad, en su aridez, Tucidides es mejor escritor que cualquiera de sus herederos pirotécnicos de los reportajes de hoy en día. Ese contraste entre las secciones desnudas y las detalladas es tan fuerte, la labor de selección e inclusión de esos detalles es tan acertada, que cuando se entra en uno de esos testimonios oculares que Tucidides incluye, el lector siente que se le acelera el pulso, que está allí y entonces, viendo con sus propios ojos lo que nos dicen que ocurrió.

Algo que casi nadie puede conseguir, y menos con naturalidad, o manteniendo esa credibilidad y objetividad que asociamos con Tucídides. 

Mucho menos a base de artificio y pirotecnia.

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