Supongo que a estas alturas sabrán ya de las consecuencias indeseables que tuvo en la calidad y ambiciones del anime reciente la medio disolución de Gainax y Madhouse a principios de esta década. Es cierto que los estudios sucesores, Khara, Trigger, Mappa y algún otro pequeño, han continuado en la estela de esos gigantes de antaño, pero no es menos cierto que la carrera de bastantes grandes nombres del anime - no se reduce todo a Miyazaki - se ha visto comprometida y retrasada, a lo que se une que esos nuevos estudios aún no han dado, o no han podido dar, cumplida muestra de todo su potencial y capacidad.
(Inciso. En este momento me pondría a despotricar contra el público otaku, que hace imposible que el anime se despegue del victorioso y omnipresente complejo moe/kawai. Pero me preocupa más que una obra como la Anime Encyclopedia, que pretende ser obra definitiva y de referencia, fracase en identificar obras valiosas como Mushishi o Hyouka, mientras entroniza naderias como Bantorra o Kaleido Star. Porque su opinión es la que quedará, pero ya discutiremos los problemas que tiene esa obra en otra ocasión)
Volviendo a lo que nos ocupa. ¿Qué paso con Madhouse tras la escisión de Mappa? Pues simplemente que ese estudio sigue siendo un transatlántico, una auténtica planta industrial capaz de producir productos notables sin siquiera proponérselo. En ocasiones, no sé si intencionadamente o por casualidad, se las arregla encontrar el modo que fue suyo propio en la década pasada, para crear una de esas series que van a pasar sin dejar huella en la memoria del aficionado - y de muchos de sus propagadores críticos - pero que sirven de oportuno recuerdo de las capacidades expresivas de esta forma, además de la profundidad temática y narrativa que es capaz de alcanzar.
La serie en cuestión es Death Parade, de la que debo confesarles que a mí también estuvo a punto de pasárseme, perdida entre tantas series inútiles que me obligo a terminar, si no llega a ser por un par de gifs animados que llamaron mi atención por su calidad y expresividad. Ésa característica es la primera que destaca en su presentación visual: la constatación de que se trata de una producción de clase A de Madhouse, donde no se ha reparado en gastos a la hora de reconstruir un ambiente verosímil, pleno en detalles realistas, donde sus personajes son descritos con una animación excelente, atenta no sólo a la reconstitución precisa del movimiento, sino especialmente a la descripción de expresiones y gestos que sirvan para revelarnos sus precisos estados anímicos.
Sólo por eso, la serie ya sería notable, digna de figurar en la lista de producciones que deben ser revisadas, pero además la hace más interesante el hecho de que sus personajes son mayoritariamente adultos, así como sus conflictos. El detalle no es menor, ya que aunque una serie ambientada en la adolescencia puede - y debe ser - tan seria y tan profunda como las referentes a cualquier otra edad - piensese en Aku no Hana - , lo cierto es que en el mundo del anime reciente la practica totalidad de las producciones están ambientadas en el instituto, con lo que el chiste fácil, la ñoñería y la sentimentalidad se filtran hasta en las producciones mejor intencionadas. Ese fue el caso de Sidonia no Kishi, donde la seriedad de la premisa original se veía contradicha por el comportamiento estúpido de sus personajes, que parecían habitar en ocasiones otro mundo completamente distinto, el del instituto donde el mayor peligro es que te pillen espiando a las chicas.
No es el caso de Death Parade, cuyo tema principal es la descripción de las múltiples maneras en que buscamos dañar y traicionar a nuestros semejantes, incluso disfrazándolas con pretensiones de buenas obras y mejores intenciones. El modo de realizar este análisis no es menos original, presentando un juicio después de la muerte, a cargo de los llamados árbitros, que mediante pruebas obligan a los difuntos a tomar decisiones que quizás no hubieran elegido estando vivos, para así decidir sí deben reeancarnarse o ser destinados a desparecer en la nada.
Como pueden imaginarse, en ese juego de ultratumba los dados están más que cargados, y aunque no lo estuvieran, se hace pronto evidente que al final todas las almas acabarán siendo destinados al olvido, pasados unos cuantos ciclos de muerte y renacimiento. No es extraño, por tanto, que la serie, tras un inicio titubeante, se vaya haciendo más y más sombría, incluso tétrica, a medida que descubre la negrura de la existencia humana, así como la imposibilidad de cambiarla, o mejor dicho, la facilidad con que nuestros sentimientos y pasiones, las fuerzas incontenibles que ellos desatan, pueden hacernos perder pie, para transformarnos con nuestro consentimiento en aquello que más aborrecemos.
¿la conclusión? Agridulce. Porque cualquier salvación, y cierta redención ocurre al final de esta serie, no pasa de ser un remedio pasajero, un breve aplazamiento, mientras que lo que permanece, invariable, inevitable, es el ciclo eterno, aprisionador y asfixiante, sin salida posible, tanto para los acusados como para los jueces.
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