Como todos los domingos, continúo mi con revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a Love Song, corto realizado en 2001 por el cineasta experimental americano Stan Brakhage.
Habrán notado que no califico a Brakhage de animador. No lo es. Es un cineasta experimental que llegó a la animación tras una larga evolución estética, y aún así, esos cortos animados pertenecientes a la última etapa de su vida, podrían llegar a ser considerados como no-animación, más aún, incluso como no-cine, al menos en el sentido que normalmente se considera en ese arte.
Si se pregunta a un aficionado corriente sobre los grandes maestros del cine, traerá a colación a las grandes figuras del clasicismo americano, como Ford o Hitchcock. No obstante, estos directores se mueven en unas coordenadas estéticas que en el fondo no dejan de ser anticuadas, casi periclitadas, porque a pesar del mucho ruido que hayan hecho sobre ellos los criticos/directores de la Nouvelle Vague/Cahiers, sus resultados no concuerdan con la evolución del arte en el último siglo. Si quisiéramos encontrar algo similar a las revoluciones que han experimentado las artes plásticas tendríamos que movernos al cine experimental, y ahí es donde Brakhage cobra toda su importancia.
Este director, por sí solo, realizó una profunda reevaluación del arte de mirar y luego rodar lo que se mira. Paulatinamente, durante los cincuenta años que abarca su carrera fue demostrando que todo aquello que consideramos esencial en el cine, por influjo del clasicismo cinematográfico - guión, fotografía, encuadre e iluminación, unidad y homogeneidad, actores y actuación, música incidental, aparato de producción y audacias de cámara- era sencillamente prescindible, mientras que la labor del cinesta era precisamente (re)descubrir otros modos de mirar, labor para lo que sólo era necesaria una cámara y la inteligencia/sensibilidad del propio creador. De hecho, al final de su carrera, esa misma cámara manejada por el propio creador, en la que se resumía la misión de capturar la realidad y que para los cineastas más avanzados constituía su único reducto, el receptáculo de toda pureza, se reveló también irrelevante.
Brakhage comenzó entonces, hacia los años ochenta, a trabajar directamente sobre el celuloide, a pegar objetos sobre él, a pintar sobre el fotograma en bruto, a refotografíar el resultado iluminándolo desde diferentes ángulos, de forma que las texturas de la pintura y los objetos se hicieran visibles. El resultado fue algo nuevo que al mismo tiempo responde a la definición mínima de la animación - intervención fotograma a fotograma - pero que al mismo tiempo no cuadra con nuestras concepciones habituales. Esa disonancia se debe a que en los cortos abstractos de Brakhage no hay movimiento, las formas no cobran vida y se metamorfosean como sería el caso de otros animadores abstractos, sino que ese movimiento surge por azar, del rápido salto entre los microcuadros que el cineasta/pintor ha creado en cada fotograma.
Y sin embargo, sigue siendo animación, en su manera más pura y perfecta, ya que de esa sucesión de formas, de colores y de luces surge una fuerte impresión de movimiento, de proceso en perpetuo cambio, el cual constituye la sola y única esencia del corto y nuestra experiencia como espectadores. Hasta tal extremo que casi roza la posibilidad de ser perpetuo y eterno, si no fuera por la repentina aparición de "The End". Un modo y manera de la que Love Song, el corto de esta semana, es magnífico ejemplo, tanto de esa manera última de trabajar de Barkahage, como de su obsesión por anclar esas abstracciones en un realidad percibida y conocida por él, de la que quería compartir, haciéndonos partícipes, los sentimientos que había experimentado. Sólo esas sensaciones, porque el objeto ya lo elegiríamos nosotros, ya que Love Song, como su nombre indica, no es sino la experiencia del sexo tal y como sucede en nuestras mentes, representado como torbellino de pensamientos e ideas que nos suceden en esos instantes, cuando cerramos los ojos, nos olvidamos de nosotros mismos y nos abandonamos.
No les entretengo más. Miren el corto y recuerden. Brakhage es el auténtico genio de la cinematografía del siglo XX, no todos esos otros que andan en boca de aquellos que quieren darse importancia.
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