Ya les había hablado, mucho tiempo atrás, de uno de los grandes maestros de la animación, el americano Charley Bowers. Bowers pertenece a la segunda generación de los cómicos del cine mudo, aquellos que en la década de los años veinte siguieron la estela de Chaplin, Keaton y Lloyd, tras que estos pasasen del corto al largometraje. En general, estos cómicos han sido considerados como figuras de segunda fila, muy por debajo de los logros de sus predecesores, lo que ha tenido efectos catastróficos sobre la conservación de su obra.
En el caso de Bowers, tanto él como su obra se desvanecieron casi por completo en los años 30, hasta que una serie de hallazgos casuales, en filmotécas, en colecciones privadas e incluso en mercadillos, descubrieron a un autor fundamental en la historia de la animación. Desgraciadamente, debido al olvido y al descuido, gran parte de su produción se ha perdido por completo y otra buena parte sólo se conserva en forma fragmentaria. Aún así, de vez en cuando se producen descubrimientos afortunados, que han permitido a la Lorber editar un Blue Ray con su obra conocida, que amplia y completa lo que el aficionado conocía de él, gracias al DVD anterior de la Lorber, añadiendo un par de cortos nuevos y las versiones casi completas de otros.
¿Y dónde estriba la diferencia entre Bowers y sus contemporáneos (o sus antecesores)? Como cómico - incluso como director - Bowers era bastante limitado. No esperen de él las meticulosas construcciones de un Keaton, o el instinto visual de un Chaplin. Su estilo de rodaje es bastante funcional e incluso primitivo, con soluciones que en los años veinte deberían parecer incluso anticuadas. Sin embargo, estos defectos los suple con una imaginación desbordante, lindante con el surrealismo puro, cuyo mejor ejemplo y plasmación son los artefactos de complejidad imposible y uso incierto que Bowers convierte en protagonistas de sus cortos.
Aún con esto - o con el absurdo delirante que llena algunos de sus cortos, como There it is (1928) - no habría bastado. Lo que distingue los cortos de Bowers y los hace únicos, es la introducción de cuñas animadas, que poco a poco van ocupando más tiempo en sus obras, hasta que en las últimas conservadas, la animación reina por completo en solitario. Esos fragmentos animados están siempre realizados con la técnica de la animación fotograma a fotograma, stop-motion en el término anglosajón, en muchas ocasiones realizadas sobre el mismo plano de la acción, en tamaño natural, utilizando la imagen real que las precede y antecede.
Es en esos momentos singulares, con la animación adueñándose del corto, cuando la magia de Bowers se revela en toda su amplitud, de manera que el espectador se da cuenta de que se halla ante un fuera de serie. Bowers es capaz de realizar auténticos milagros visuales, sin defectos ni torpezas técnicas, casi imposibles de conseguir con los medios de su época y que sólo el ordenador sería capaz de replicar hoy, con en ese mismo grado de perfección. Así, en Egged On (1269) un coche incuba una cesta de huevos, de la que saldrá una bandada de pequeños coches en miniatura que se refugiarán bajo su madre para que los empolle. Maravilla visual que repetirá casi al final de su carrera, en It's a Bird! (1030) en donde un coche nacerá de un huevo para ir creciendo ante nuestro ojos y convertirse en un automóvil completo... un proceso que es simplemente la filmación inversa del desguace paulatino y metódico de un coche, pero que en la versión de Bowers resulta de una perfección y una verosimilitud impresionantes.
Estos juegos de espejos serán constantes a lo largo de su carrera, como si Bowers se propusiera retos cuyo éxito el mismo se se esforzase en batir más tarde. Así, en He Done His Best (1926) de una semilla plantada en una maceta crece una planta de guisantes que los entrega ya enlatados, idea que es reelaborada en Now You tell One (1926) cuando de una planta injertada crecen gatos completos ante nuestros ojos., escena ilustrada al principio de esta entrada. Y así muchos ejemplos más que sería imposible enumerar y describir en detalle, porque tienen que ser vistos para poder apreciar correctamente esa impresión de maravilla, de imposible hecho posible, que tan fácil le resultaba conseguir a Bowers.
Un instinto que le sitúa fuera y por encima de sus contemporáneos y que hacen más injusto su olvido y la pérdida de gran parte de su obra... porque incluso cuando ya empezaba a ser un desconocido aún en vida, una antigualla de otro tiempo pasada, se la arregló para rodar cortos como Wild Oysters (1940) corto de una perfección técnica y de una inspiración cómica que ya quisieran para sí muchos.
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