Tras la revisión de la filmografía de Mizoguchi, le ha llegado el turno a la de Ozu, y debo confesar que transitar de uno a otro es pasar como de la noche al día, de un día radiante y esplendoroso a una noche serena y plena. Ambos directores japoneses habitan en mundos diametralmente opuestos, sin apenas un sólo punto de conexión, excepto quizás su habilidad para representar personajes femeninos, muestra en ambos de una sensibilidad delicada hasta el extremo.
Comparando sus obras es fácil entender porque Ozu es preferido a Mizoguchi en la actualidad, al haber adquirido el primero con el paso del tiempo un tinte de atemporalidad del que el segundo carece, debido a su orientación política. Resulta, sin embargo, paradójico, que los mayores proponentes del cince Ozu, educados en el sistema de apreciación fílmica de la mítica revista francesa Cahiers de Cinéma, olviden que para los directores/criticos de esa publicación el auténtico maestro del que había que tomar ejemplo no era otro que Mizoguchi. Para confundir aún más las cosas, muchos de los supuestos admiradores de Ozu, cuando les llega la hora de rodar, optan por estilos y temáticas completamente opuestos.
En mi caso, o mejor dicho, en el tiempo en que me aficioné al cine de verdad, Mizoguchi y Ozu eran considerados como iguales, puesto que ambos se encontraban igual de remotos. De ellos sólo se conocía un puñado de obras de los años cincuenta, de los cuales se infería el resto de su trayectoria o se daba pábulo a los rumores de aquellos que - en un tiempo sin Internet ni Youtube - sí decían haber investigado su obra. Por supuesto, todo esto cambió con la invasión del DVD y las descargas de Internet, de manera que, como ya les he comentado una y otra vez, más de un dogma cinematográfico se haya derrumbado de manera definitiva, aunque sus creyentes, como ocurre con los verdaderos creyentes, se nieguen a dar testimonio a lo que ven su propios ojos.
Se preguntarán por tanto, en que posición colocó yo ahora las figuras de Ozu y Mizoguchi, una vez que tantos mitos y falsas verdades se han desvanecido ante el poder de la experiencia directa. Debo decirles que para mí Mizoguchi y Ozu se sitúan a la misma altura, tienen la misma importancia, son autores complementarios a los que no puedo renunciar. El dinamismo de Mizoguchi, la búsqueda de nuevas formas y modos para representar su tema único, la situación de la mujer en la sociedad japonesa, es, por utilizar un simil realmente malo, el yang del yin que representaría Ozu, la depuración formal y continua de un único modo de rodaje. que siempre se utiliza para narrar - también - una misma historia, el momento en que los hijos se separan de los padres, abandonándolos para crear su propia vida.
Es precisamente en esa constancia donde radica el milagro de Ozu, esa magia que ha fascinado a tantos cinéfilos - incluido yo mismo - a lo largo de los años. Un director menor, o incluso muchos de gran talento de esos que andan en boca de las gentes, habría agotado ese tema en un par de películas, mientras que Ozu, es capaz de mostrarnos siempre lo mismo, de hacernos pensar que esta vez, en esta película, se tornará intrascendente y repetitivo, falso e impostado, para de repente, dar un giro levísimo - nada de grandes dramas o aspavientos en Ozu - y desgarrarnos el corazón como si esa película fuera la única que existiera, la primera que hemos visto.
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