Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de The Pearce Sisters (Las hermanas Pearce),
realizado en 2007 por el animador británico Luis Cook.
Antes de analizar el corto, una pequeña digresión. Esta misma semana, el diario el País, antaño medio periodístico progresista, se rasgaba las vestiduras porque un corto de Pixar no pensaba en los niños. Como es habitual entre los órganos de nuestra no-cultura oficial, ese artículo muestra la inmensa ignorancia que existe sobre la historia de la animación, expresada en esa falsa idea que la iguala a producto inofensivo para tener entretenidos a los niños. No quiero pensar los pálpitos que habrían tenido los redactores de ese periódico si se hubiesen topado con The Pierce Sisters. Quizás, para bien de todos, habrían tenido que renovar por defunción su plantilla de críticos cinematográficos.
Simplemente, porque el corto de Cook es sombrío y desengañado. Muestra la vida sin esperanzas de dos hermanas que sufren de un doble aislamiento. El primero, provocado por un trabajo embrutecedor, el ahumado de pescado en una isla desolada, castigada continuamente por la fuerza de los temporales, donde son prácticamente las dos únicas presencias humanas. Soledad que constituye el segundo factor de su aislamiento, agravado por su fealdad rayana en la monstruosidad, que aleja cualquier visita y que pone en fuga a los pocos desgraciados que traban contacto con las dos hermanas. Aunque sea por casualidad y éstas le hayan salvado la vida.
The Pierce Sisters es por tanto un relato de la dureza, la implacabilidad y lo despiadado de la existencia. Por partida doble, de nuevo, porque no es sólo que el mundo natural esté desprovisto de belleza o compasión, que no ofrezca perspectivas ni espacio para ser confortado. Es que ese continuo esfuerzo sin termino por sobrevivir a cada día, inculca la misma frialdad, la misma cerrazón, el mismo fatalismo en las personas que se ven obligadas a adoptar ese modo de vida. En concreto, la experiencia cotidiana del matar para seguir viviendo, la visión indiscutible de que la existencia es sobrevivir a costa de otros y que ésa es la única ley absoluta de la naturaleza, llevará a las protagonistas a aplicar las herramientas de su trabajo a quienquiera que fuese, llegado el caso, puesto que en el fondo no hay diferencias entre peces y seres humanos.
Esta desolación, expresada en el corto por los colores agrios, casi descompuestos, y por un claro feísmo en el dibujo, no da paso a la desesperación. Mejor dicho, no da paso a nuestra desesperación. La mirada de Cook, y a través de ella la nuestra, está teñida de un evidente humor negro, incluso tétrico. El que opone la risotada amarga al horror que supone tener que vivir esta vida. Ese Existir sabiendo que nuestros sueños nunca se cumplirán, puesto que de ellos nos separan barreras insuperables, y que nuestro único consuelo y alivio será precisamente aceptar ese mismo horror, para regodearnos en él. Aunque eso signifique gozar de lo que amamos cuando ya es sólo cadáver y carroña.
No le entretengo más. Como siempre les dejo aquí el corto. Una obra notable que durante varios años fue de obligada visión en los festivales y de la que puede decirse que sólo tiene un defecto: ser, como tantos muchos otros otros, obra única de su director, sin continuidad alguna. Una más de tantas ocasiones perdidas a las que se refería ese mismo corto.
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