Die Ausbruch der Tambora hatte weltweite Folgen. In vielen Teile Europas und Nordamerikas war das Jahre 1815 der kälteste und feuchteste seit Beginn der Wetteraufzeichnungen. Noch 1816 ging als "Jahre ohne Sommer" in die Annalen ein. Neuengland und Westkanada waren am stärksten betroffen. Aber auch die Schweiz, Deutschland, Frankreich, die Niederlande, England und Irland verzeichneten abnorme Wetterverhältnisse und miserable Ernten. In der Schweiz brachen Hungernöte aus. Noch mehrere Jahre lang behinderten Materialpartikel in der Stratosphäre die Sonneneinstrahlung; die Temperaturen lagen um 3 bis 4 Grad unter der Durchschnitt. Nirgendwo schlug die Krise heftiger zu als im Winter 1816/17 in südlichen Rheinland und in der Schweiz. Selbst die Grundversorgung mit Importgetreide brach zusammen, da frühe Fröste und raue Witterungsbedingungen den Import von Getreide über baltische Häfen verzögerten. Der ganze alte Mechanismus von Nahrungsmängel, Teuerung und Zusammenbruch der Nachfrage nach nichtagrärischen Produkte wurde im Gang gesetzt. Die Menschen flohen aus den Krisenzonen nach Russland, in Habsburgerreich und über die niederländischen Hafen in die Neue Welt
Jurgen Osterhammel, La transformación del mundo
La erupción del Támbora tuvo consecuencias mundiales. En muchas áreas de Europa y Norteamérica 1815 fue el año más frío y húmedo desde el comienzo del registro meteorológico. Incluso 1816 quedó registrado en los anales como el "año sin verano". Nueva Inglaterra y el Canadá occidental fueron los mayores afectados, pero también en Suiza, Alemania, Francia, los Países Bajos, Inglaterra e Irlanda registraron un tiempo atmosférico anormal y malas cosechas. En Suiza se produjo una hambruna. Aún durante varios años el polvo en la estratosfera bloqueó la radiación solar: las temperaturas permanecieron 3 ó 4 grados por debajo de la media. En ninguna otra parte golpeó esta crisis con más fuerza que durante el invierno de 1816-17 en la Renania del sur y en Suiza. Incluso se desplomó el suministro básico de grano importado, puesto que fue aplazado por las heladas tempranas y las condiciones meteorológicas. Se desencadenó el antiguo mecanismo de escasez de alimentos, subido de precios y desplome de la demanda de productos que no fueran agrarios. La población huyo de las zonas en crisis a Rusia, el Imperio Habsburgico y, vía los puertos de Holanda, al Nuevo Mundo
Dentro de esa categoría de gozne del siglo XIX, hay otro factor que junto con las epidemias se deja de lado en el relato histórico, siempre volcado en analizar la maraña de acontecimientos políticos. Se trata de que, a lo largo de ese siglo, Europa va a dejar de padecer hambrunas, un hecho que poco a poco se va a extender al resto del mundo, de manera que ahora éstas sólo se producen ya, de forma exclusiva, en la zona convulsaSdel sahel africano.
Puede parecer extraña esta afirmación cuando en el siglo XX van a ser múltiples las hambrunas y siempre con consecuencias catastróficas. Las peores, con cifras de millones de muertos, van a ser la ucraniana de 1932-1933, en el marco de la colectivización forzada de la agricultura soviética, la de la india británica en 1943 tras la ofensiva japonesa en la guerra del Pacífico, o la china de 1958-61 en el transcurso del Gran Salto Adelante que debía llevar a la industrialización de la China comunista de Mao. Sin embargo, lo que caracteriza a esas hambrunas del siglo XX es que no son crisis de subsistencia provocadas por las condiciones climáticas y las malas cosechas, sino que se deben a la acción política y militar.
En el caso de la India, por ejemplo, la ocupación japonesa de Birmania cortó el acceso a los arrozales de ese país, fuente habitual de provisiones para la población de Bengala. La situación se agravó por la negativa de las autoridades británicas a desviar los suministros destinados al esfuerzo bélico hacia la población civil, generando así una hambruna de proporciones casi bíblicas, que ya no era habitual en el subcontinente. Por su parte, los esfuerzos del gobierno Chino y Soviético por asegurar el suministro alimentario a las ciudades y el establecimiento de cotas de producción imposibles de satisfacer, sólo conseguidas mediante requisa violenta, se unieron unidos al desmantelamiento forzoso e improvisado de los modos tradicionales de producción, sin que hubiera qué los substituyese, llevando al desplome de las cosechas en Ucrania y China, y convirtiendo a los campesinos sus principales víctimas.
Frente a estas hambrunas inducidas, y las muchas otras producidas por las múltiples guerras del siglo XX, el siglo XIX asiste a las últimas crisis de subsistencia tradicionales. aquellas caracterizadas por las condiciones atmosféricas y las malas cosechas. Las dos más famosas son las que tienen lugar en Europa en 1816-17 y en Irlanda en 1846-49. La primera tiene sus causas en la mayor erupción volcánica de tiempos históricos, la del volcán Támbora en Indonesia en 1815, que arrojó tal cantidad de polvo a la atmósfera que provocó una bajada de las temperaturas de varios grados, cuyo mejor ejemplo es el año sin verano de 1816, como lo llamaron sus contemporáneos. Por otro lado, la epidemia de tizón de la patata acabó con ese cultivo en Irlanda, llevando a una disminución de la mitad de la población en ese país, entre emigrantes a EEUU y muertos por hambre.
A estas dos se podría añadir la provocada en China por el cambio en la desembocadura del río Amarillo en la de década de 1850, del sur al norte de la península de Shangtung, pero este ejemplo no cambiaría en mucho la conclusión ya indicada. A lo largo del siglo XIX las hambrunas dejan de ser un fenómeno gobernado por causas naturales, para pasar a ser tener su origen en la acción humana. Bien de forma secundaria, como producto de la destrucción causada por las guerras y el derrumbamiento de los canales de suministro habituales, bien como producto directo de una acción política, que pretende cambiar de forma radical los cimientos de la sociedad.
¿A qué se debe este cambio? Pues según apunta Osterhammel, a la ascensión de los estados nacionales modernos, modos de organización que al igual que los imperios antiguos - de los que aún quedaban los ejemplos de China y Japón en ese tiempo - buscan tener un control más o menos estrecho de la vida de sus poblaciones. En eso se incluye, tanto por razones de seguridad propia como humanitaria, el intentar mantener asegurado el suministro de sus habitantes, aunque sea de forma intervencionista. Es decir, tanto realizando ellos mismos la compra y distribución de los alimentos que puedan escasear, como impidiendo la acumulación especulativa, e incluso recurriendo al socorro de emergencia en casos de gravedad.
Esta intervención de los gobiernos podía determinar el grado de gravedad de una crisis de subsistencia. La Irlandesa, por ejemplo, fue exacerbada por la pasividad de las autoridades británicas, a quienes repugnaba apartarse de sus principios sacrosantos de libre comercio... o ayudar a sectores de la población a quienes consideraban poco menos que improductivos, cuando no parásitos. Por el contrario, como señala Osterhammel, una misma crisis que afectó a Finlandia y Suecia en 1867 se convirtió en una catástrofe sin paliativos en el caso finés - tanto peor cuando ocurría en una época en que eso ya no era normal - mientras que pudo ser aliviada en el caso sueco. La diferencia, de nuevo, la voluntad del gobierno por adoptar acciones directas que sirviesen de socorro a las poblaciones afectadas.
Resulta curioso, por tanto, que dos cambios de tanta transcendencia en la historia de la humanidad como fueron la paulatina desaparición de epidemias y hambrunas, apenas hallen reflejo en los manuales de historia. De hecho, ambos fenómenos han incluso desaparecido de nuestra memoria colectiva, que ya es incapaz de imaginar un pasado en que ambos eran decisivos. Es decir que su repetición periódica y segura podía abocar a cualquiera a una muerte temprana o a la emigración forzosa, trastocando y frustrando cualquier posibilidad de progreso o de mejora de las que esas personas pudieran disfrutar.
No sólo ellos, sino las sociedades a las que pertenecían, quienes periódicamente veían sus estructuras desmanteladas y su capital humano perdido.
Puede parecer extraña esta afirmación cuando en el siglo XX van a ser múltiples las hambrunas y siempre con consecuencias catastróficas. Las peores, con cifras de millones de muertos, van a ser la ucraniana de 1932-1933, en el marco de la colectivización forzada de la agricultura soviética, la de la india británica en 1943 tras la ofensiva japonesa en la guerra del Pacífico, o la china de 1958-61 en el transcurso del Gran Salto Adelante que debía llevar a la industrialización de la China comunista de Mao. Sin embargo, lo que caracteriza a esas hambrunas del siglo XX es que no son crisis de subsistencia provocadas por las condiciones climáticas y las malas cosechas, sino que se deben a la acción política y militar.
En el caso de la India, por ejemplo, la ocupación japonesa de Birmania cortó el acceso a los arrozales de ese país, fuente habitual de provisiones para la población de Bengala. La situación se agravó por la negativa de las autoridades británicas a desviar los suministros destinados al esfuerzo bélico hacia la población civil, generando así una hambruna de proporciones casi bíblicas, que ya no era habitual en el subcontinente. Por su parte, los esfuerzos del gobierno Chino y Soviético por asegurar el suministro alimentario a las ciudades y el establecimiento de cotas de producción imposibles de satisfacer, sólo conseguidas mediante requisa violenta, se unieron unidos al desmantelamiento forzoso e improvisado de los modos tradicionales de producción, sin que hubiera qué los substituyese, llevando al desplome de las cosechas en Ucrania y China, y convirtiendo a los campesinos sus principales víctimas.
Frente a estas hambrunas inducidas, y las muchas otras producidas por las múltiples guerras del siglo XX, el siglo XIX asiste a las últimas crisis de subsistencia tradicionales. aquellas caracterizadas por las condiciones atmosféricas y las malas cosechas. Las dos más famosas son las que tienen lugar en Europa en 1816-17 y en Irlanda en 1846-49. La primera tiene sus causas en la mayor erupción volcánica de tiempos históricos, la del volcán Támbora en Indonesia en 1815, que arrojó tal cantidad de polvo a la atmósfera que provocó una bajada de las temperaturas de varios grados, cuyo mejor ejemplo es el año sin verano de 1816, como lo llamaron sus contemporáneos. Por otro lado, la epidemia de tizón de la patata acabó con ese cultivo en Irlanda, llevando a una disminución de la mitad de la población en ese país, entre emigrantes a EEUU y muertos por hambre.
A estas dos se podría añadir la provocada en China por el cambio en la desembocadura del río Amarillo en la de década de 1850, del sur al norte de la península de Shangtung, pero este ejemplo no cambiaría en mucho la conclusión ya indicada. A lo largo del siglo XIX las hambrunas dejan de ser un fenómeno gobernado por causas naturales, para pasar a ser tener su origen en la acción humana. Bien de forma secundaria, como producto de la destrucción causada por las guerras y el derrumbamiento de los canales de suministro habituales, bien como producto directo de una acción política, que pretende cambiar de forma radical los cimientos de la sociedad.
¿A qué se debe este cambio? Pues según apunta Osterhammel, a la ascensión de los estados nacionales modernos, modos de organización que al igual que los imperios antiguos - de los que aún quedaban los ejemplos de China y Japón en ese tiempo - buscan tener un control más o menos estrecho de la vida de sus poblaciones. En eso se incluye, tanto por razones de seguridad propia como humanitaria, el intentar mantener asegurado el suministro de sus habitantes, aunque sea de forma intervencionista. Es decir, tanto realizando ellos mismos la compra y distribución de los alimentos que puedan escasear, como impidiendo la acumulación especulativa, e incluso recurriendo al socorro de emergencia en casos de gravedad.
Esta intervención de los gobiernos podía determinar el grado de gravedad de una crisis de subsistencia. La Irlandesa, por ejemplo, fue exacerbada por la pasividad de las autoridades británicas, a quienes repugnaba apartarse de sus principios sacrosantos de libre comercio... o ayudar a sectores de la población a quienes consideraban poco menos que improductivos, cuando no parásitos. Por el contrario, como señala Osterhammel, una misma crisis que afectó a Finlandia y Suecia en 1867 se convirtió en una catástrofe sin paliativos en el caso finés - tanto peor cuando ocurría en una época en que eso ya no era normal - mientras que pudo ser aliviada en el caso sueco. La diferencia, de nuevo, la voluntad del gobierno por adoptar acciones directas que sirviesen de socorro a las poblaciones afectadas.
Resulta curioso, por tanto, que dos cambios de tanta transcendencia en la historia de la humanidad como fueron la paulatina desaparición de epidemias y hambrunas, apenas hallen reflejo en los manuales de historia. De hecho, ambos fenómenos han incluso desaparecido de nuestra memoria colectiva, que ya es incapaz de imaginar un pasado en que ambos eran decisivos. Es decir que su repetición periódica y segura podía abocar a cualquiera a una muerte temprana o a la emigración forzosa, trastocando y frustrando cualquier posibilidad de progreso o de mejora de las que esas personas pudieran disfrutar.
No sólo ellos, sino las sociedades a las que pertenecían, quienes periódicamente veían sus estructuras desmanteladas y su capital humano perdido.
Gab es im 19. Jahrhundert noch solche Hungernöte, und wenn es das gab, wo? In der historischen Lehrbücher wird das Thema selten erwähnt. Für Deutschland wird an die schrecklichsten Hungerjahre während das Dreißigjährigen Krieg, vor allem 1637/38. Sowie an die große Not von 1771/72 erinnert. 1816/17 waren danach noch einmal Hungerjahre. Nach den letzten Subsistenskrise vom"alten Typ" 1846/47 ist dann wohl die klassische, durch Ernteausfälle, Getreidewucher und unzureichendes staatliches Eingreifen verursachte Hungernot aus der Geschichte Mitteleuropas und Italien (wo es 1846/47 besonders schlimm zuging) verschwunden. Man muss dieses Bild freilich in eines großes Rahmen setzen. Dass die Zeit der Napoleonischen Kriege in vielen Teile Europas durch Hungernöte gekennzeichnet war, sollte nicht vergessen werden.... Auf der Kontinent ging der Schwere der Subsistenzkrise nach 1816/17 zurück. In einige Gegenden Europas, wo Hungernöte zuvor regelmäßig waren, wurden sie nun zur Ausnahme, so seit den 1780 Jahre auf dem Balkan. Spanien blieb anfällig und erlebte 1856/57 noch einmal eine schwere Subsistenzkrise, Finnland sogar nach einer Missernte noch 1867, als 100.000 von 1,6 Millionen Einwohner starben. Zur gleichen Zeit und unter ähnlichen Wetterbedingungen erlitt die nördlichste Provinz Schweden, Norbotten, einen gravierenden Nahrungsmittelengpass, der aber wegen einer viel besser organisierten Katastrophenhilfe zu wesentlich geringeren menschlichen Verluste führte als in im benachbarten Finnland
¿Se dan tales hambrunas aún en el siglo XIX europeo, y si se dan, cuándo? En los libros de historia se cita raramente este tema. En Alemania, los años del hambre más terroríficos fueron los de la Guerra de los Treinta Años, especialmente de 1837 al 38. De igual manera ser recordaba el periodo 1771-72. 1816-17 fueron también años de hambruna. Tras la última crisis de subsistencia al "modo antiguo" en 1846-47 desaparecen de la historia de Centroeuropa e Italia las clásicas hambrunas causadas por malas cosechas, acumulación de grano y suministro estatal insuficiente. Esta imagen debe colocarse en un marco más amplio. No se debe olvidar que los años de las Guerras Napoleónicas fueron conocidos como un tiempo de hambre.... En el continente hay que remontarse a 1816-17 para encontrar la última gran crisis de subsistencia. En algunas regiones de Europa, donde las hambrunas eran regulares, se tornan ahora una excepción, como en los Balcanes desde 1780. España permaneció vulnerable y sufrió en 1856-57 una severa crisis de subsistencia. En Finlandia tras una mala cosecha murieron aún en 1867 100.000 de sus 1,6 millones de habitantes. Al mismo tiempo y en condiciones climáticas similares la provincia más septentrional de Suecia, Norbotten, atravesó una difucultosa estrechez de suministros, que no obstante causo menores pérdidas humanas que en la vecina Finlandia, debido a un socorro de emergencia mucha mejor organizada.
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