martes, 11 de octubre de 2016

Atentos al mundo


Desde el jueves pasado, se puede visitar en la Fundación Canal madrileña una extensa retrospectiva del fotógrafo francés Rober Doisneau. Este artista es más conocido por obras/icono de la fotografía como la famosa El Beso, reproducida una y otra vez, y  símbolo además de un tipo de fotografía cuya esencia estaba en su cercanía al fotoperiodismo: la captura casi casual de un detalle de la realidad observada que termina convirtiéndose en paradigmático de un tiempo, una sociedad y una cultura. Tal sería el caso, por ejemplo de la famosa foto de Capa en la que retrataba la muerte de un miliciano, o la de la niña quemada por un bombardeo con napalm en Viet-Nam. 

Mucho tiempo después se ha sabido que la fotografía de Doisneau no fue producto de un azar afortunado, sino que contrató a actores para que representasen a los enamorados del retrato. Sin embargo, a mi entender, esto no quita a esta imagen nada de su belleza y su carácter de símbolo. Sea o no sea un gesto real, la imagen fotografiada por Doisneau ha acabado por substituir a la propia realidad. Se ha transformado en algo más, en esa encarnación visual de una época y unas gentes a las que me refería antes. Tanto, que incluso su evolución podría llevarla a perder todo rastro de su origen y significado, tornándola intemporal e intercambiable. Un proceso en el que el mismo fotógrafo que la obtuvo sería olvidado y borrado de su propia obra, puesto que la mayoría será capaz de reconocer la foto, pero muy pocos identificar al fotógrafo... o pensar en otras fotos suyas.


Sin embargo, la obra de Doisneau es mucho más amplia y rica que lo que podría imaginarse de una fotografía/simbolo como El Beso.De hecho, me atrevería a definirla como la expresión fotográfica de la mirada de un humorista, la de alguien obsesionado con la búsqueda de lo paradójico en la realidad, casi al estilo de un Elliot Erwit. Las fotos de Doisneau buscan apartarse de lo conocido y sabido, de lo manido y estereotipado, para adentrarse en los recovecos de su coetanidad, en las callejuelas, los antros y los hogares de los barrios bajos de un París que es su motivo constante.

No obstante, ese mismo afán por apartarse de las visiones de una ciudad-luz que parecía reducirse a lo chic y a cuatro monumentos de postal, puede resultar contraproducente hoy en día. El hecho de que ese París vital y bullicioso forme parte de un pasado al que sólo puede accederse por el recuerdo,  ha dotado a sus fotografías de una patina de constumbrismo no deseada ni pretendida. En nuestro imaginario, resulta ahora difícil distinguir el afán fotoperiodista de Doisneau - aunque alguna de sus fotos hayan sido preparadas y ensayadas - de la elaborada fantasía nostálgica hollywoodiana, como en An American in Paris o Gentlemen prefer blondes.

En cierta medida, por tanto, el mejor Doisneau es precisamente el que más se aparta de su propio tópico. Aquél, por ejemplo, que fotografía el tráfico rodado de la plaza de la Concordia en Paris y se centra en el absurdo de las manadas de coches que la ocupan y los peatones que intentan cruzarla, sorteando los vehículos a toda carrera. O la prodigiosa serie dedicada a Palm Spring, en un color exquisito que sólo realza aun más la banalidad y vacuidad de la sociedad americana.

El mal gusto organizado y asequible a todos, que poco a poco se ha ido haciendo dueño del mundo



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