miércoles, 6 de octubre de 2010

Otherwordly (y II)









Como ya había indicado en la primera entrada de esta serie,  la revisión de la serie de anime Escaflowne, a estas alturas un clásico en su corta historia, a pesar de ser de 1996, esta constituyendo una más que agradable sorpresa, especialmente por su contraste con lo que se está realizando actualmente, esa lenta e inevitable deriva hacia el complejo moe/kawai de la que tanto me quejo. 

Por ello, si la primera entrada sirvió de pequeña introducción, centrada especialmente en las diferencias y grandezas temáticas, en esta quería dedicar un poco de tiempo a las características temáticas y, por supuesto, el inmenso abismo que les separa de lo que se está haciendo hoy en día, aunque los años transcurridos sean pocos. Un foso que quizás se deba en parte a la revolución tecnológica obrada hacia el año 2000, ya que Escaflowne es todavía una cell-animation, dibujada a mano, transferida y coloreada laboriosamente sobre acetato, y fotografiada plano a plano superponiendo las cells que correspondieran, teniendo exquisito cuidado para que no se produjeran temblores (jitter) ni incongruencias; mientras que ahora el ordenador permite eliminar todos esas etapas y fuentes de error, de manera que ahora es casi posible dibujar, animar y ver el resultado con un solo click (bueno, no con un solo click, pero creo que la idea se entiende).

La primera sorpresa que me ha supuesto esta revisión ha sido darme cuenta del silencio que reinaba en estas producciones de hace más de una década. La mayor parte del tiempo simplemente se escucha hablar a los personajes, con algún leve sonido de ambiente, a veces casi imperceptible, que sirva para colocarnos en la situación mostrada, reservando la música para los momentos realmente importantes. Por supuesto, este modo consigue que cuando la música suena, y sobre todo cuando se trata de una música incidental como la de esta serie, el efecto sea sobrecogedor, mientras que cuando no está presente, el espectador tienda a concentrarse en la representación, extrayendo la forma en la que debe sentirse de la inflexión de las voces y de las imágenes mostradas.

Este gusto por el silencio era uno de los rasgos característicos del anime y uno de los más atrayentes para todo aquel criado con el cine comercial EEUU, especialmente el de tiempos recientes. En esta escuela de cine, la música incidental era (es) omnipresente, señalando siempre al espectador cómo debía sentirse y qué debía esperar, con el doble indeseable efecto de decir muchas veces incongruencias, contradiciendo lo que se veía en la pantalla, y de anestesiar al espectador, al no producirse una diferencia de acento entre secciones de la película. Por el contrario, en el anime de la época de Escaflowne, esa contención y parsimonia en el uso de la música, permitía al espectador formarse sus propias opiniones, al compositor aplicar la música apropiada en el momento preciso, y por supuesto reservarse, como he dicho, para los momentos realmente importantes en la peripecia argumental.

Como puede adivinarse, el hecho de que me haya sorprendido el silencio musical que reina en la mayor parte de Escaflowne, quiere decir que el anime moderno ya no es así. Para su desgracia, la banda sonora ha empezado a ser tan omnipresente e intrusiva como en las producciones de Hollywood, de manera que en muchas ocasiones parece haber sido puesta simplemente para evitar ese silencio, que antes era tan expresivo y ahora parece tan molesto; mientras que en otras es tan sonoro o tan potente que apaga las imágenes que se muestran. Lo anterior, no quiere decir que no se pueda usar una música brillante o contradictoria como acompañamiento de una serie, todo lo contrario, series como Simoun brillaban por una partitura que parecía esforzarse en oponerse a la trama, pero que por eso mismo era fundamentalmente expresiva e incluso apropiada. No, el problema es de sobreabundancia y sobre todo de falta de criterio.

El otro punto que quería trata sigue siendo, por suerte, una de las constantes del anime y es el que he querido ilustrar con las capturas que abren esta entrada. Se trata, por supuesto, de la obsesión del anime por situar a sus personajes en el mundo, describiendo los lugares por los que transitan, las horas del día e incluso las estaciones del año, unos efectos geográficos y atmosféricos que apenas aparecen en la animación occidental, pero que en el anime se consideran esenciales a la hora de presentar y describir a los personajes, personas que viven en una ciudad en un tiempo determinado.
La diferencia entre Escaflowne y el anime de ahora es el modo en que se consigue. En las producciones recientes se ha optado por el fotorrealismo, de forma que en muchas series (piénsese sólamente en las de  Kyoto Animation) parece que se limiten a calcar fotografías y traducirlas en dibujos. En sí, esto no es negativo y se han conseguido en los últimos años decorados y paisajes que auténticamente dejan con la boca abierta, gracias a las nuevas técnicas de ordenador. 

Sin embargo, los paisajes dibujados de Escaflowne no tienen nada que envidiar a los de ahora mismo, aunque hayan sido realizados con el pincel, es más en ciertos aspectos los superan. Puede que muchos, entonces y ahora, se hayan basado en lugares reales, que hayan sido fotografiados como referencia, pero el aspecto que se intentaba dar entonces no era el de una fotografía convertida en pintura y más real que la realidad, sino el de una pintura con todas las de la ley. De esa manera, no se intentaba disimular la huella del pincel, sino que incluso se buscaban efectos pictóricos, especialmente los de la acuarela, que dejaban bien a las claras su origen artificial.

Una cualidad de ser algo pintado, y por tanto planeado, pensado y retocado, en vez de algo capturado, y por tanto, causal y no planificado, que tanto repugna a muchos críticos, pero que a mí me fascina, quizás por mi profundo amor por la pintura, pero especialmente por sus posibilidades expresivas, ya que el hecho de no tener que ser fiel a la naturaleza, permite utilizar el color y la iluminación de forma expresionista, cambiando completamente el modo de una escena.

Y esta consciencia de su propia artificialidad y de las posibilidades que ella abre, la que hace grande a Escaflowne, entre otras muchas cosas.

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