Aunque sea martes, es tiempo de forjadores de Imperios, ya que el lunes lo ocupamos con los 100 mejores cortos. En esta ocasión, el cuento es corto, como corresponde a los de Alejandro, pero su contenido no es nada ligero, ya que nos enfrenta a dos aspectos que sus propagandístas suelen ocultar, su paranoia y su megalomanía.
Así que disfruten de él, aunque no sea de los mejores.
Año 330 a.C. Bactria
Contemplas los instrumentos de tortura. El fuego, los azotes, las tenazas, las barras de hierro. Tu carne se estremece al presentirlos. Sientes erizarse tu vello. Tu rostro debe estar blanco como el de un cadáver, como el del cadáver que pronto serás. No puedes hablar. Escuchas tu respiración jadeante. Adentro, afuera. Adentro, afuera. Adentro, Afuera. Deseas que estos momentos de angustia no transcurran, que no den paso a lo inevitable, pero los dioses no te lo conceden. Un verdugo toma un punzón y lo sumerge entre las brasas. Dos más te agarran y te extienden sobre un lecho de madera. Aprisionan con grilletes tus tobillos y muñecas. Tiran de las cadenas que los sostienen hasta que éstas están tensas. Ya no eres capaz de moverte. Atado de esa manera, el verdugo no podrá errar ni uno sólo de sus golpes.
Por un instante, recuperas tu sangre fría. Te vuelves hacia Crátero y le hablas con voz extrañamente serena y tranquila, que hasta a ti te sorprende.
- ¿A qué viene esto, Crátero? Mi muerte ya ha sido decidida por el rey. Terminemos cuanto antes.
Conoces perfectamente la respuesta, pero aún así, las palabras de Crátero te sobresaltan.
- Precisamos tu confesión, Filotas. Sólo la asamblea tiene el poder de condenarte o absolverte. Para hacer que aprueben tu ejecución necesitamos pruebas y tú nos las vas a suministrar.
- Vas a disfrutar haciendo esto. ¿No es cierto?
- ¿Para qué negártelo? Siempre he tenido envidia de tu fortuna y de tu cercanía al rey, pero ahora los dioses me han concedido la revancha – le ves volverse hacia el verdugo – No os apresuréis. Tomaros el tiempo que queráis. No os detengáis aunque jure que va a confesar. Su confesión está ya escrita y nos basta con que tenga las fuerzas suficientes para asentir.
Tras el velo que parte la tienda en dos, ves dibujarse un triángulo de luz y en él, una figura humana. La aparición dura sólo un instante, pero sabes que no estás soñando. Es el rey, es Alejandro que viene a presenciar tu tortura.
- ¡Señor! – gritas con todas tus fuerzas. Tratas de erguir la cabeza hacia donde supones que está el rey. Las cadenas que te sujetan rechinan al tensarse tu cuerpo – ¡Escuchadme! Vos sabéis que yo no he participado en esa conspiración. Ejecutadme si ese es vuestro deseo, pero ahorradme este suplicio. Por lo que más queráis, señor, por nuestra antigua amistad, tened...
Algo revienta en tu sien. Un líquido caliente y espeso se derrama por tu cara. Ha comenzado. Los golpes se suceden, implacables, sin pausa, alcanzando todo tu cuerpo. Aguantas. Aún aguantas. Aprietas los dientes. No les darás la satisfacción de derrumbarte. Ellos redoblan sus esfuerzos, pero afortunadamente los primeros golpes fueron los peores. Poco a poco te vuelves insensible, la inconsciencia te ronda, te hundes, te hundes, te salvas.
Un agudo dolor te trae de vuelta. Hueles a carne quemada. Escuchas el chisporroteo del metal al rojo sobre tu piel. Entonces gritas por primera vez. Gritas como no creías que fueras capaz. Gritas hasta que te falta el aire. El mundo desaparece. La obscuridad te acoge.
Estás empapado. Sobre ti se curva el lienzo de la tienda. Torsos y rostros sudorosos te rodean. Unas manos sucias tienden unas tenazas a otras manos. Todo tu cuerpo estalla al sentirlas penetrar. Se contrae y retuerce. Los espasmos lo recorren, incontrolables, como si ya no te perteneciese.
- Basta, basta – tu voz surge en medio de un gorgoteo, casi ininteligible – Lo diré todo... Basta ya. Por todos los dioses.
El rostro de Crátero se inclina hacia ti, hasta casi rozarte. No quiere perder ni una sola de tus palabras.
- Confiesa. ¿Has conspirado contra el rey?
- Sí.
- ¿Has planeado su muerte?
- Sí.
- ¿Tu padre Parmenion forma parte de la conspiración?
- Sí.
- Dimno iba a ser el ejecutor. ¿No es cierto?
- No se nada de ese Dimno. ¿Qué más queréis de mí? Ya os dicho todo lo que queríais, que mi padre y yo queríamos asesinar a Alejandro y proclamarnos reyes. Dejadme morir en paz.
- Continuad.
Blanden sus lanzas por encima de tu rostro. No te da tiempo a cerrar los ojos. Los golpean una y otra vez. Has dejado de ver, pero sigues vivo, vivo, vivo. Lo suficiente para que tus verdugos se ensañen en tu cuerpo. Lo bastante para que sigas sintiendo. Todo recomienza una y otra vez. El fuego, las tenazas, los golpes. Una y otra vez. Una y otra vez.
Ya no sientes nada. De muy lejos te llega una voz. No la entiendes. Algo te zarandea. Vuelves a escuchar la misma voz. Sigues sin comprenderla. Te zarandean con mayor fuerza. De repente el dolor vuelve. Atraviesa tu cuerpo de uno a otro extremo. Apenas puedes pensar. Todo es dolor. Todo es sufrimiento. Todo tu cuerpo es una llaga. Quieres gritar pero no puedes.
- ¿Confiesas ahora? – repite la misma voz.
- Sí... Todo... lo... que... queráis – no sabes si esas palabras han llegado a salir de tus labios. No sabes si alguien ha llegado a escucharlas. Tus muñecas y tobillos quedan libres. Te levantan del lecho y te arrastran hacia el exterior. Gimes levemente. Tu cuerpo tiembla.
- Aguardad – es la voz del rey.
Una mano acaricia tu mejilla y alza tu cabeza.
- Qué haya podido dar mi amistad a una carroña como ésta. Llevadlo inmediatamente a la asamblea. Aseguraos que lo lapidan en cuanto sea condenado.
Te sacan de la tienda. El calor del sol acaricia tu piel. Sopla una brisa fresca. En ella viajan los aromas del bosque cercano.
Todo ha terminado. Por fin eres libre. La felicidad te embarga.
Nota: La historia es cierta. Alejandro mandó torturar y ejecutar a un amigo de la infancia de resultas de una confusa conspiración. Los detalles de la tortura son los narrados por las fuentes.
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