martes, 30 de marzo de 2010

Prisioner of Perspective


Estaba viendo esta misma tarde Les Rendez-vous d'Anna, la película "blanda" de Chantal Akerman, con la que se cierra su obra en los 70 y su magnífica irrupción en el mundo del cine, y los dos planos de arriba contiguos en la película, no pueden ser una mejor descripción del estilo de esta cineasta.

El primer plano es un plano clásico, el típico plano de exteriores que buscase dar un interés a una situación anodina, un paseo por la calle, aplicando una perspectiva interesante, para situar a los protagonistas y luego acercarse a ellos, bien con montaje o con movimiento de cámara. Sin embargo, en Akerman, un plano de ese tipo es rarísimo, y en este caso es un encuadre que sucede a un larguísimo travelling al que pertenece la segunda captura, en el que la cámara acompaña a los dos personajes, avanzando a su mismo paso, sin acercarse ni alejares.

Lo primero que llama en estos planos, es su perspectiva, completamente frontal, estando el plano de proyección siempre alejado del objeto representado, dejando que se perciba el espacio que nos separa de él y que podamos situarlo en el contorno que le rodea.





Un modo de colocar la cámara y de encuadrar, que constituye un rasgo característico del estilo de Akerman, casi su firma, y que dota a sus películas de una atmósfera artificial y geométrica, casi de lámina de dibujo técnico.

Podría pensarse que la directora belga utiliza estos planos porque sí, porque son desusados y llaman la atención, pero hay que reparar que ella, en ese momento, era un directora esencialmente modernista/formalista y que esos planos tienen un doble sentido, capital en su cine, ya que la geometría evidente contribuyen a aplastar y asilar a los personajes que aparecen en su seno, sirviendo de marco perfecto a las historias de soledad y aislamiento, de hastío y desasosiego vital que prefiere narrar.

Un desasosiego que transmite al espectador, ya que la cámara, los ojos de los que contemplamos la película, acaba hipnotizado por esos escenarios perfectos e inhumanos, de manera que no se busca a los personajes, como haría un clásico, sino que se empieza siempre por un plano vacío mantenido el tiempo suficiente para que moleste, la entrada de los mismos en él, la realización de alguna tarea anodina y sin sentido, y la salida final, sin que la cámara los siga, como si no tuvieran ninguna importancia, dejando claro la inutilidad de sus (y nuestras) acciones. Incluso en películas "blandas" como ésta, donde la cámara de Akerman parece más animada, los movimientos que siguen a los personajes sólo nos muestran un fondo siempre igual, señalando así que el cambio no traerá nada nuevo, que lo único que hacemos es correr en una noria, como los hamsters encerrados en su jaula.

Sin embargo, hay otro aspecto importante que no debe olvidarse nunca a la hora de ver una película de Akerman. Ese profundo pesimismo de sus historias, la absoluta soledad de sus personajes incapaces de salir de sí mismo, y que incluso cuando se comunican lo hacen en naderías, o en tono falso y monótono cuando supuestamente tratan temas importantes, no se asocia con una fealdad formal, como estamos acostumbrados a suponer. Los planos de Akerman son de gran belleza formal, eminentemente pictóricos, compuestos como un maestro de los de antiguo, de manera que la directora recuerda un pintor de interiores holandés escapado de su tiempo, impresión reforzada por los colores puros y fríos de las emulsiones de los 70.



Una pictoricidad que niega el movimiento que suponemos consustancial al cine, al convertir a los seres humanos en unos elementos más de la pintura, que se situan de acuerdo con su valor cromático, con el peso que aporten y el equilibrio de la composición, lo cual acentúa aún más esa sensación de no ir a ninguna parte, de no llegar a destino, de haberse perdido en algún instante y no tener hogar al que volver, de contactos fugaces inmediatamente olvidados y que no dejarán huella alguna.


Y así tenemos una directora, Akerman, preocupada por la forma que consigue encontrar la forma perfecta para narrar la historia de su correlato en la pantalla, Anne, siempre de hotel en hotel, en perpetuo movimiento, desconectada y disociada de todo y de todos, sin destino, sin objetivo, sin ilusiones.

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