sábado, 13 de marzo de 2010
No Man's Land
Durante varias semanas he estado ocupado revisando la serie The New Adventures of Mighty Mouse, que el mítico Ralph Bakhsi dirigiera entre 1987 y 1988, con la colaboración de animadores que luego se harían famoso, como fue el caso de John Kricfalusi. Una serie tremendamente irregular, con episodios magistrales y otros que son francamente olvidables, traicionada a veces por su propio espíritu experimental e innovador. Una falta de coherencia que no evita que esta serie constituya un hito dentro de la historia de la animación norteamericana, al haber puesto fin a época Hanna-Barbera y todas las producciones de bajísimo presupuesto y menos inventiva, que habían invadido la TV desde 1960 en adelante, y abrir las puertas a la explosión animada de los 90, cuyas consecuencias aún se siguen sintiendo.
Pero, para entender un poco lo que supuso (y supone) esta serie es necesario hacer, como siempre, un poco de historia.
El aficionado medio, cuando se habla de la golden age de la animación americana, recordará enseguida a la Disney y a la Warner, junto con personajes aislados como Tom y Jerry. Sin embargo, en el recuerdo de los que crecieron con esa animación (una situación que se produjo hasta los años 90) existían otras presencias, como Superratón (Mighty Mouse) o las Urracas Parlanchinas (Heckle and Peckle) y otras muchos personajes que, una vez llegada la edad adulta, parecían haberse desvanecido del campo de visión del aficionado.
Todos esos cortos habían salido del estudio de Jim Terry, con la marca colectiva de Terrytoons. Una productora que, incluso en esos tiempos dorados en que la animación era una parte importante de la producción de los estudios y contaba por tanto con amplios presupuestos, se caracterizaban por una financiación mínima, unas historias sin sentido alguno y una animación funcional que no tenía ningún reparo en robar las ideas de sus hermanos mayores. Unos cortos, por tanto, que si ahora llaman la atención es precisamente por no tener ningún sentido y constituir un cajón de sastre en el que podía caber todo.
No significa esto que los talentos que en ella trabajaban fueran de segunda fila. Uno de los animadores con mayor personalidad de ese tiempo, Jim Tyer, caracterizado por deformar los modelos para conseguir mayor expresividad, trabajó allí la mayor parte de su carrera y el mismísimo Ralph Bakhsi que pondría patas arriba la animación norteamericana en los 60 del siglo XX, aprendió allí el oficio.
Podría pensarse entonces que esta resurrección en los 80 bajo la dirección de Bakhsi de un personaje completamente pasado de moda como Mighty Mouse , se pudiera haber transformado en una especie de ajuste de cuentas, pero hay que recordar que por esas fechas, y debido a la mala influencia de Hanna-Barbera, la animación americana y especialmente la televisiva, prácticamente no existía. la obsesión de estos por lanzar productos cada vez más baratos había llevado a una situación en la que las series eran copias casi indistinguibles las unas de las otras, con personajes basados en estereotipos y una animación reducida casi a bustos parlantes sin ningún interés o gracia.
Y Entonces llegó Bahksi podría decirse.
Porque él y su equipo de animadores utilizaron el hecho de que ese personaje no tenía ningún prestigio, para olvidarse de cualquier tipo de seriedad, creando una serie de episodios en que la la lógica no tenía cabida, reinaba el absurdo y los iconos de la animación podrían ser objeto de la burla más descarada, acompañado todo esto por una animación que intentaba recuperar ese movimiento perdido de la edad de oro, sin tener miedo a exagerar o salirse de modelo, como en los mejores momentos de los Fleischer o del primer Disney.
Unos objetivos que por sí sólo ya hacen esta serie importante, y cuya ambición como he dicho se convirtió en su único defecto, ya que muchas veces esas salidas de madre, ese encadenar absurdo sobre absurdo, tanto narrativo como visual, les llevaron a callejones sin salida, que frusrtaron lo que pretendían conseguir.
Pero ¡Qué narices! Éso es lo que merece la pena. Moverse, actuar, salirse de los caminos establecidos, aunque uno se lleve el cacharrazo que no dormitar eternamente en la seguridad, hasta acabar destruyendo lo que uno más amaba.
Y esa es precisamente la gran diferencia entre Bakhsi y Hanna-Barbera.
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