Oscurecía. La primera película terminó. El comienzo de la segunda mostraba la misma imagen, un poco más desenfocada y algo más obscura. Parecía evidente que la luz de había debilitado de tal modo que no se pudo compensar con la abertura máxima del objetivo. Los dos dobles se alejaban el uno del otro lentamente, el tercero permaneció medio tumbado. En la pantalla apareció un revuelo de rayas. El objetivo se desplazaba tan rápido que no se podía ver nada. Al poco rato apareció una gran red con mallas pentagonales. En cada malla había un doble, en algunas dos. Bajo esa red se percibía confusamente la vibración de otra. Tardaron en darse cuenta que la primera era real y la segunda su sombra. El suelo era liso, como cubierto de una substancia semejante al hormigón. Las formas que colgaban de la red llevaban vestidos obscuros y holgados, que las hacían más gruesas y anchas. Casi todas ejecutaban los mismos movimientos. Sus torsos pequeños, cubiertos de un tejido transparente, se inclinaban lentamente hacia un lado. Esta curiosa gimnasia se realizaba con una extraordinaria parsimonia. La imagen vibraba. Estaba desenfocada. Durante unos instantes apenas pudieron reconocer nada. Además se obscurecía por momentos. Apareció el borde de la red, sostenida en tensión por una cuerdas. Una de estas terminaba en un gran disco en posición diagonal. Más atrás se representaba la misma escena de "tráfico callejero" que ya habían visto antes. Formas que recordaban a un tonel, llenas de dobles, circulaban en varias direcciones.
Stanislaw Lem, Edén
Les confieso que con cada novela suya que leo, más me fascina la obra y la personalidad de Stanislaw Lem. Es un escritor de una amplia variedad de registros, normalmente identificado con la ciencia ficción, pero que no le hace ascos al experimento literario, al ensayo filosófico o a la sátira jocosa remedando el cuento tradicional, al estilo de un Jonathan Swift o un Luciano de Samósata. Como les dije ya en otra ocasión, la etiqueta de ciencia ficción se le queda muy estrecha a Lem, de hecho supone un desdoro para un escritor que debería figurar entre los grandes, mientras que la figura solitaria de Lem convierte en casi irrelevante al resto de la ciencia ficción, salvo unas pocas excepciones honrosas como Huxley, Dick, Verne o Bradbury, todas pertenecientes a la rama dura de ese género.
No es que Lem sea un escritor sin defectos. El principal es que sus personajes suelen ser inexistentes, reducidos a meros vehículos de sus historias, que no son otra cosa que complejas elaboraciones de problemas científíco-filosóficos, algo que puede echar atrás a muchos lectores, que necesitan dosis mayores de aventura y acción, como ocurre en la mayor parte de la ciencia-ficción. Por otra parte, Lem vuelve una y otra vez a los mismos temas, examinándolos desde múltiples aspectos, explorando otros caminos... aunque alcanzando al final parecidas conclusiones. Esta fijación en una serie de constantes temáticas puede también dar la impresión de que Lem no es capaz de salirse de unos estrechos parámetros, cuando se trata en realidad de un intento siempre inacabado por exprimir esos puntos de partida narrativos hasta sus últimas consecuencias.
Dentro de esos invariantes de la narrativa de Lem, brilla con especial fuerza el tema del contacto con otras inteligencias/civilizaciones. Este tema no es nuevo en la ciencia-ficción, pero lo característico de Lem es que su relatos rehuyen la tentación del antropomorfismo y suelen concluir en un fracaso de estos intentos de comunicación. Así ocurre en Solaris, donde el planeta inteligente que le da nombre se muestra refractario a la comprensión humana, mientras que en El Invencible, la especie dominante es un nanobot cuya inteligencia sólo surge cuando enjambra, desapareciendo a continuación. Por otra parte, el fracaso de toda comunicación es el tema central de Fiasco, la novela más pesimista de Lem, y asímismo constituye el centro fundamental de Edén, en donde aunque este contacto acaba por producirse, incluso de forma positiva, esto no viene a solucionar ni arreglar nada.
Edén es una novela de juventud de Lem, de 1959, muestra aún algún titubeo e imperfecciones propias de principiante, como ocurría con una novela fallida de esa época como La investigación, y hace aún más impresionante que apenas dos años más tarde, en 1961, este autor se descolgara con una obra maestra como Solaris. En este contexto, Edén tenía muchas posibilidades de quedar en una obra de formación, interesante pero irrelevante, cuando sin embargo, la novela tiene una especial resonancia que de borra sus muchos errores, para tornarla en la primera versión válida y completa de ese tema recurrente en la obra de Lem: el contacto.
El primer acierto de Lem es adoptar un estricto punto de vista, el de los exploradores abandonados a su suerte en un mundo que no comprenden, de manera que toda la narración se enfoca a transmitir ese sentimiento de extrañeza, de alteridad, que no es resuelto por mucho que se avance en la investigación. Un ejemplo magnífico de ese modo tan riguroso de Lem, que no le abandonaría ya en el resto de su carrera, es el fragmento que he puesto al principio de esta entrada, donde las imágenes documentales tomadas por la expedición de la vida cotidiana de los "otros" de ese planeta, sólo consiguen exacerbar el misterio del que se partía, profundizar el abismo que les/nos separa de esas otras criaturas inteligentes.
Este rigor en el mantenimiento de un punto de vista único se quedaría en nada, sino fuera porque en esta novela Lem muestra otra de las fortalezas de su estilo literario: la descripción minuciosa y pormenorizada de esos ambientes extraterrestres. El autor polaco es capaz de imaginar con especial viveza esos otros mundos fuera de nuestra comprensión y nuestra experiencia cotidiana, para luego hacerlos visibles al lector con todo lujo de detalles, como si nosotros fuéramos uno de los expedicionarios y explorásemos esos otros mundos con ellos. La impresión de extrañeza, de desconcierto y desorientación se ve así reforzada, amplificada, ya que presenciamos ante nuestros ojos un mundo regido por férreas reglas, casi de ritual religioso, cuyo sentido último, su lógica se nos escapa por completo. Mejor dicho, no puede ser reducido a nuestro estrechos y limitados parámetros.
Esta última reflexión nos lleva directos a otra de las fortalezas de Edén y por ende de Lem. Sus obras no se quedan en mero esteticismo, en magnífico trabajo primoroso sin soporte temático o ideológico. Más bien al contrario, ese esa labor de miniaturista la que permite transmitir ese mensaje con mayor eficacia, en este caso, como les decía, el primer ejemplo, de una de las constantes del pensamiento de Lem. Se trata de que inevitablemente, cualquier contacto entre civilizaciones desembocará en un enfrentamiento bélico, sean cuales sean las intenciones iniciales de los exploradores. Esa conclusión insoslayable se debe simplemente a que cualquier intento de comunicación parte de la ignorancia, que se intenta suplir aplicando nuestros esquemas mentales sobre el otro, cuando nuestras ideas de justicia y de lógica no tienen más validez que entre nosotros y no son aplicables a esos "otros".
El resultado final no puede ser así otro que el fracaso. Puede ser porque una de las civilizaciones recurre a la violencia, sea para defenderse de una supuesta agresión, sea para imponer una justicia que no tiene sentido para esa otra civilización, en un proceso que recuerda demasiado las justificaciones del colonialismo o de las guerras ideológicas del siglo XX. El otro modo de fracaso no es menos real y doloroso, ya que consiste en que el miedo a iniciar esa espiral de violencia lleva a la inhibición, a romper ese contacto antes de que se inicie, demostrando así que toda comunicación es imposible, especialmente entre seres inteligentes.
Stanislaw Lem, Edén
Les confieso que con cada novela suya que leo, más me fascina la obra y la personalidad de Stanislaw Lem. Es un escritor de una amplia variedad de registros, normalmente identificado con la ciencia ficción, pero que no le hace ascos al experimento literario, al ensayo filosófico o a la sátira jocosa remedando el cuento tradicional, al estilo de un Jonathan Swift o un Luciano de Samósata. Como les dije ya en otra ocasión, la etiqueta de ciencia ficción se le queda muy estrecha a Lem, de hecho supone un desdoro para un escritor que debería figurar entre los grandes, mientras que la figura solitaria de Lem convierte en casi irrelevante al resto de la ciencia ficción, salvo unas pocas excepciones honrosas como Huxley, Dick, Verne o Bradbury, todas pertenecientes a la rama dura de ese género.
No es que Lem sea un escritor sin defectos. El principal es que sus personajes suelen ser inexistentes, reducidos a meros vehículos de sus historias, que no son otra cosa que complejas elaboraciones de problemas científíco-filosóficos, algo que puede echar atrás a muchos lectores, que necesitan dosis mayores de aventura y acción, como ocurre en la mayor parte de la ciencia-ficción. Por otra parte, Lem vuelve una y otra vez a los mismos temas, examinándolos desde múltiples aspectos, explorando otros caminos... aunque alcanzando al final parecidas conclusiones. Esta fijación en una serie de constantes temáticas puede también dar la impresión de que Lem no es capaz de salirse de unos estrechos parámetros, cuando se trata en realidad de un intento siempre inacabado por exprimir esos puntos de partida narrativos hasta sus últimas consecuencias.
Dentro de esos invariantes de la narrativa de Lem, brilla con especial fuerza el tema del contacto con otras inteligencias/civilizaciones. Este tema no es nuevo en la ciencia-ficción, pero lo característico de Lem es que su relatos rehuyen la tentación del antropomorfismo y suelen concluir en un fracaso de estos intentos de comunicación. Así ocurre en Solaris, donde el planeta inteligente que le da nombre se muestra refractario a la comprensión humana, mientras que en El Invencible, la especie dominante es un nanobot cuya inteligencia sólo surge cuando enjambra, desapareciendo a continuación. Por otra parte, el fracaso de toda comunicación es el tema central de Fiasco, la novela más pesimista de Lem, y asímismo constituye el centro fundamental de Edén, en donde aunque este contacto acaba por producirse, incluso de forma positiva, esto no viene a solucionar ni arreglar nada.
Edén es una novela de juventud de Lem, de 1959, muestra aún algún titubeo e imperfecciones propias de principiante, como ocurría con una novela fallida de esa época como La investigación, y hace aún más impresionante que apenas dos años más tarde, en 1961, este autor se descolgara con una obra maestra como Solaris. En este contexto, Edén tenía muchas posibilidades de quedar en una obra de formación, interesante pero irrelevante, cuando sin embargo, la novela tiene una especial resonancia que de borra sus muchos errores, para tornarla en la primera versión válida y completa de ese tema recurrente en la obra de Lem: el contacto.
El primer acierto de Lem es adoptar un estricto punto de vista, el de los exploradores abandonados a su suerte en un mundo que no comprenden, de manera que toda la narración se enfoca a transmitir ese sentimiento de extrañeza, de alteridad, que no es resuelto por mucho que se avance en la investigación. Un ejemplo magnífico de ese modo tan riguroso de Lem, que no le abandonaría ya en el resto de su carrera, es el fragmento que he puesto al principio de esta entrada, donde las imágenes documentales tomadas por la expedición de la vida cotidiana de los "otros" de ese planeta, sólo consiguen exacerbar el misterio del que se partía, profundizar el abismo que les/nos separa de esas otras criaturas inteligentes.
Este rigor en el mantenimiento de un punto de vista único se quedaría en nada, sino fuera porque en esta novela Lem muestra otra de las fortalezas de su estilo literario: la descripción minuciosa y pormenorizada de esos ambientes extraterrestres. El autor polaco es capaz de imaginar con especial viveza esos otros mundos fuera de nuestra comprensión y nuestra experiencia cotidiana, para luego hacerlos visibles al lector con todo lujo de detalles, como si nosotros fuéramos uno de los expedicionarios y explorásemos esos otros mundos con ellos. La impresión de extrañeza, de desconcierto y desorientación se ve así reforzada, amplificada, ya que presenciamos ante nuestros ojos un mundo regido por férreas reglas, casi de ritual religioso, cuyo sentido último, su lógica se nos escapa por completo. Mejor dicho, no puede ser reducido a nuestro estrechos y limitados parámetros.
Esta última reflexión nos lleva directos a otra de las fortalezas de Edén y por ende de Lem. Sus obras no se quedan en mero esteticismo, en magnífico trabajo primoroso sin soporte temático o ideológico. Más bien al contrario, ese esa labor de miniaturista la que permite transmitir ese mensaje con mayor eficacia, en este caso, como les decía, el primer ejemplo, de una de las constantes del pensamiento de Lem. Se trata de que inevitablemente, cualquier contacto entre civilizaciones desembocará en un enfrentamiento bélico, sean cuales sean las intenciones iniciales de los exploradores. Esa conclusión insoslayable se debe simplemente a que cualquier intento de comunicación parte de la ignorancia, que se intenta suplir aplicando nuestros esquemas mentales sobre el otro, cuando nuestras ideas de justicia y de lógica no tienen más validez que entre nosotros y no son aplicables a esos "otros".
El resultado final no puede ser así otro que el fracaso. Puede ser porque una de las civilizaciones recurre a la violencia, sea para defenderse de una supuesta agresión, sea para imponer una justicia que no tiene sentido para esa otra civilización, en un proceso que recuerda demasiado las justificaciones del colonialismo o de las guerras ideológicas del siglo XX. El otro modo de fracaso no es menos real y doloroso, ya que consiste en que el miedo a iniciar esa espiral de violencia lleva a la inhibición, a romper ese contacto antes de que se inicie, demostrando así que toda comunicación es imposible, especialmente entre seres inteligentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario