Lienzo de Tlaxcala, siglo XVI, representación de la Noche Triste |
No se puede negar que el descubrimiento y conquista de América es uno de los hechos decisivos de la humanidad. En prácticamente un siglo, una de las civilizaciones mundiales, la europea, se puso en contacto con todas las demás, convirtiendo la historia de local en mundial. Ejemplos de lo que supuso esa primera globalización - aunque esa palabra no sea completamente afortunada - son la irrupción masiva de la cerámica china en Europa, via las Filipinas y Macao, la aparición de lacas decorativas japonesas en los muebles castellanos o la embajada que el Daimio japonés Masamune Date envío al rey Felipe III y al Papa a principios del siglo XVII. En sentido inverso, el oro de las indias, en forma de piezas de a ocho, inundó los mercados orientales, mientras que las armas de fuego europeas fueron decisivas en la formación del shogunato japonés.
Estos cambios, no obstante, se realizaron con un altísimo coste humano, especialmente en las Américas. Dos imperios nativos, el Inca y el Azteca, fueron derribados, mientras que sus culturas, productos complejos de una evolución aislada sin influencias euroasiáticas, fueron abolidas y casi olvidadas para siempre. Además, las cruentas campañas de conquista, el sistema de trabajo forzado impuesto por los españoles y las epidemias, causaron una mortandad casi sin precedentes en la historia, que redujo la población de las América en un cincuenta o un ochenta por ciento, según las fuentes.
Combates entre españoles y aztecas según el Lienzo de Tlaxcala. |
No es extraño, por tanto que la interpretación de la conquista se halle fuertemente polarizada. Los propios conquistadores intentaron mostrarla como una tarea justa y necesaria, para llevar a los indígenas los beneficios de la religión y el buen gobierno, salvándolos así de la barbarie y el salvajismo. Tal perspectiva no es muy distinta de la mission civilisatrice del colonialismo francés o el White Man's Burden británico, que en el siglo XIX justificaron el sojuzgamiento de medio mundo, del cual pueden considerarse como un ejemplo temprano. Por otra parte, esa proyección hacia las sociedades actuales de la conquista no se quedó ahí, sino que terminó siendo un componente central de la idea que los españoles nos hacemos de nosotros mismos, tanto en su vertiente de gesta heroica, como de mito originario de una hispanidad y de una lengua española que se extendía por medio mundo, como si aun existiese el imperio y fuera un poder a tener en cuenta en el equilibrio de las potencias.
Como puede imaginarse, la visión que los indígenas americanos tuvieron de esa época de gloria española no puede ser más distinta. Es cierto que parte de las élites consiguió insertarse en el nuevo sistema colonial, caso del Inca Garcilaso o la ciudad de Tlaxcala, en su papel de aliados de los conquistadores, y que incluso algunos de ellos, por sí solos o con la protección de los monjes católicos, se las arreglaron transmitir su versión de los acontecimiento a la posteridad. Sin embargo, eso no puede ocultar la realidad: esas culturas autóctonas fueron completamente abolidas. Dioses y cultos fueron prohibidos, estatuas y templos demolidos, los tesoros saqueados, la población reducida a meros siervos al capricho de los nuevos amos. Asi, como se lamentaba Bernal Diaz del Castillo, miembro de la expedición de Cortés, poco quedó de la grandeza de aquellas tierras: "Agora está todo por el suelo, perdido, que no hay cosa en pie".
Toda exposición que pretenda examinar este periodo histórico debe por tanto tener muy en cuenta ambas visiones contrapuestas. Quizás para abstraerse de ambas, en busca de una neutralidad no cómplice, que muestre ambas civilizaciones antes de su encuentro fatal. Para luego ilustrar los hechos que llevaron al desenlace ya conocido, sobre el que se funda nuestro mundo moderno, pero que bien pudo haber sido muy otro.
No es el caso de la exposición del Canal de Isabel II, desgraciadamente.
Indios aprovisionando a las tropas de Cortés, según el lienzo de Tlaxcala. |
Por otra parte, el enfoque expositivo es claramente hispanocéntrico, como si el visitante realizase el mismo viaje a través del Atlántico que los conquistadores. El mundo precolombino queda así relegado al viejo papel del "otro", el de lo desconocido e incomprensible, y por ello, en cierta manera repelente y repudiable, cuando una presentación más ecuánime y más original, habría presentado a ambas civilizaciones en pie de igualdad, permitiendo que el visitante eligiera con cual empezar primero, para luego unir los recorridos en el hecho de la conquista.
Por último y dado que la brutalidad de la guerra y del sometimiento posterior resulta difícil de ocultar, se intenta por todos los medios subrayar los hechos positivos de la conquista, aunque muchos de ellos fueran en realidad consecuencia indeseada por los conquistadores. Se enumeran, por tanto, a constitución de ese marco universal donde la historia de la tierra ha permanecido insertada desde el siglo XVI, el surgimiento de una cultura autóctona de raíces hispánicas en tierras del virreinato o las consabidas listas de productos que migraron de una a otra orilla del Atlántico. Un Haber que no puede borrar el debe, pero que en esta ocasión lleva a un caso de vergonzosa hagiografía, con Cortés convertido en benefactor de la humanidad entera. Perfil de filántropo que poco casa con alguién a quien sólo le guió un desmedido afán de riquezas en sus actuaciones políticas.
Este intento por distorsionar la realidad histórica y restaurar visiones que se creían pasadas da al traste con la exposición. Una auténtica pena, porque entre los objetos expuestos hay piezas únicas, centrales y determinantes para el conocimiento de ese periodo, y desconocidas para la mayoría. Por ejemplo, el Lienzo de Tlaxcala del que he incluido algunas imágenes, petición al rey de los habitantes de esa ciudad para que se les conserven los derechos que les concedió Cortés, donde se narrán los hechos de la conquista desde el punto de vista de los Tlaxcalteños. O los hallazgos arqueológicos de Tustepeq, que documentan un hecho secundario de la conquista - la prisión y sacrificio de una columna de aprovisionamiento español por parte de los aztecas - de una forma más veraz y directa que cualquiera de los testimonios escritos de la época.
Una auténtica pena.
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