Concepción de la virgen, Ambrosius Belson |
Les he indicado otras veces que en el panorama expositivo madrileño han aparecido unos cuantos espacios de los que no tenía noticia, mientras que otros han sido resucitados. A esta última categoría pertenecen las antiguas salas del antiguo Centro Cultural de la Villa, ahora Centro Cultural Fernando Fernán Gomez, que a punto estuvo de quedarse en sólo Fernán Gómez. Por ese espacio, uno de los mayores de Madrid en extensión, han pasado exposiciones modelo que intentaban abarcar fenómenos con una profundidad que sólo estaría al alcance de museos enteros. Así, en años sucesivos, se pudieron ver muestras que ilustraban la Península Ibérica en los años 1, 1000 y 2000; los diferentes informalismos hispanos de la segunda mitad del siglo XX, el fenómeno religioso en el mundo presente o la evolución del área guatemalteca de los Mayas a la actualidad.
La reapertura de estas salas tuvo lugar con la visita, el año pasado, de los guerreros de Xian, y se ha visto confirmada con la exposición a Su Imagen, inaugurada en noviembre de año pasado. En sí, el tema que propone la muestra, la revisión del arte religioso en la península, sería más que interesante, sino fuera porque el enfoque no es estríctamente artístico, sino pastoral y evangélico. Promovida por la Conferencia Episcopal Española, la exposición pretende dar a conocer la doctrina cristiana, en su vertiente católica, utilizando para ello cinco siglos de historia del arte en la península. Catolicismo, entendido como una de las esencias irrenunciables de España, de manera que la obras expuestas vienen a recuperar, en cierta manera, su carácter devocional - aunque se incluyan algunas que poco tienen de piadosas y sí mucho de contestatarias, caso de los lienzos de Solana.
En principio no habría nada que objetar a ese propósito propagandístico - adjetivo utilizado esta vez en su acepción propia, la de propagar - sino fuera porque en vez de intentar explicar la influencia y huella del cristianismo en nuestras tierras, obedece más bien a un intento de la iglesia católica por recuperar un protagonismo cada vez más reducido en la sociedad española . Objetivo fallido, por otra parte, ya que la edad media de los visitantes es claramente avanzada, pertenecientes a una generación en la que el cristianismo aún era central en sus vidas, cosa que no ocurre con sus hijos y nietos. Por otra parte en este esfuerzo por impartir doctrina, se dejan de lado dos hechos mucho más importantes, al menos desde el punto de vista la historia del arte, rastrear como la doctrina católica se fue expresando de diferentes maneras a lo largo de los siglos, así como los diferentes modos en que las distintas personalidades artísticas utilizaron esos temas comunes de partida para desplegar su propio genio y sus recursos.
Juan Valdés Leal, In Ictu Oculi |
En esos términos y con esas limitaciones,lLa exposición no deja de ser un batiburrillo donde cuadros de muy diferentes épocas y de muy diferente valor se agrupan para descibrir un aspecto del dogma católico, el cual se presenta en su forma ortodoxa, neutra, sin asomo de explicación o análisis crítico. Este ceñirse a la doctrina lleva a inevitables contradicciones y patinazos, puesto que los artistas del pasado no trabajaban únicamente con los libros santos aprobados por las autoridades eclesiásticas, sino con un amplio repertorio de leyendas y cuentos, tomados entonces por auténtica verdad revelada, entre los que se hallaban incluso algunos de los evangelios apócrifos que habían sido expurgados del canón bíblico.
Así ocurre con la amplísima lista de cuadros que narran la infancia y juventud de la virgen. Los evangelios canónicos apenas hablan de ella - el más explícito es Lucas, pero sólo en lo que concierne al parentesco entre Jesús y Juan Buatista - por lo que los hechos ilustrados suelen provenir de un evangelio apócrifo, el Protoevangelio de Santiago, en el que se narran los signos que llevaron a su concepción, su infancia y juventud como criada consagrada al templo de Jerusalén, así como su casamiento no menos milagraso con José, incluida vara seca repentinamente florecida. Aparte de esto, habría sido interesante reflejar cómo errores de traducción en el Antiguo testamento llevaron a representar a Moisés con cuernos o cómo en la figura renacentistas y barroca de San Jerónimo se mezclaron dos personalidades completamente distintas: el Jerónimo erudito traductor de la Biblia al latín, la llamada Vulgata, y el asceta oriental que vivía en la soledad del desierto. O por último, cómo en ciertas obras, como el San Gabriel de Gregorio Fernández se trasluce la obra de artistas manieristas italianos, concretamente el Mercurio de Gian Bologna
Sin embargo, a pesar de ese intento de convertir mediante el arte a unas masas cada vez más desapegadas y desafectas - intento completamente fallido por otra parte -, la exposición es más que interesante, ya que la nómina de obras maestras y artistas de primera categoría que se han reunido en esta exposición bastaría para fundar un museo de primera categoría. No es algo de extrañar, por otra parte, ya que la iglesia fue durante muchos siglos el principal comitente artístico de la península, pero ver, como digo, tanta obra junta de primera categoría y, sobre todo, tan poco vistas, da qué pensar sobre los muchos tesoros que yacen olvidados en museos provinciales y sedes catedralicias, entre pintura y tallas policromadas.
Alonso Cano, Adán y Eva |
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