martes, 16 de diciembre de 2014

Mundos Alternativos




Los hermanos Quay

 Me gustaría pensar que la muestra Metamorfosis: Visiones Fantásticas de Starevich, Svankmajer y los hermanos Quay en La Casa Encendida madrileña (y antes en Barcelona) va a figurar en las listas de las mejores exposiciones del año que deben estar a punto de publicarse. Esta ilusión se me pasa enseguida. Desgraciadamente los medios no han movilizado su maquinaria para cubrirla de elogios, como ocurre con aquéllas organizadas por los auténticos templos de la cultura; mientras que para la mayoría de mortales, el mundo de la animación apenas merece una mirada de conmiseración, si eso, y un agudo comentario refrendando que "a mí también me gusta Pixar".

Pero da igual. Esta exposición es una de las mejores del año, quizás la mejor, si nos quitamos complejos y nos atrevemos a decirlo claro y alto. Lo es no sólo por el cuidado exquisito con que está expuesta, sino por el interés del material expuesto. En pocas palabras, no sólo conocemos cómo se crearon, compusieron y construyeron las obras de estos tres animadores- además de sus propias obras, proyectadas en ciclo continuo -, sino que éstas se ponen en contexto y relación con el mundo de la gran cultura europea - aunque ese adjetivo, gran, provoque un cierto repelús contemporáneo al colocarlo junto a la palabra cultura -, o al menos de otras vías igualmente válidas, igualmente valiosas de esa gran - de nuevo - cultura europea que han quedado un tanto en la penumbra frente a las oficiales, debido a su excentricidad o su carácter desconcertante y paradójico.



Curiosamente, el único factor que liga a estos tres grandes animadores es el hecho de haberse dedicado a la misma técnica: la animación fotograma a fotograma - stop-motion, en inglés - de marionetas. Fuera de esa coincidencia, Starevich es más un pionero, un explorador de nuevos caminos técnicos, mientras que tanto los Quay como Svankmajer son artistas experimentales que despliegan su talento en el arte de la animación, además de otros campos artísticos, y cuya obra sigue derroteros muy distintos, tanto estéticos como narrativos. No obstante, esa coincidencia técnica es asímismo un factor central en el camino que propone la exposición, un elemento unificador que hermana a los tres creadores.

La característica fundamental de la animación de marionetas es precisamente la existencia de objetos materiales, en oposición a una 3D que aparentemente y equivocadamante estaba llamada a substituirla. Ese objeto, la marioneta, implica un proceso constructivo, propio de un artesano, que lleva al artista a una relación personal y profunda, orginada por las muchas horas pasadas juntos, con esa criatura que sus manos han fabricado. El resultado inevitable de esta gestación es que la marioneta surge con una personalidad propia, requiere ser animada, comportarse, de una manera precisa y no otra, obligando al animador a reconocer esa independencia, a ayudarla a surgir a la luz, si realmente quiere ser honesto y riguroso con su arte.
Jan Svankmajer

Fuera de este compromiso común, las diferencias entre los tres animadores son abismales. Starevich, como ya señalé, es un pionero, un artista que tuvo que crear un arte que antes no existía, descubrir sus posibilidades y sus limitaciones, fijar sus reglas para luego traicionarlas. En ese camino, el animador ruso - ayudado luego por su hija Irene - aunó las dotes del cirujano, el artesano y el ingeniero, recurriendo a las herramientas de las profesiones manuales, sastre, carpintero, mecánico, para reutilizar esos útiles y reinventar los materiales, como bien muestra la exposición al reconstruir su mesa de trabajo y su panoplia de herramientas. El resultado son unas marionetas que sin perder su condición de objeto, de armazón vestido, son al mismo tiempo extrañamente carnales, plenas de detalles aparentemente inútiles, pero necesarios, que al ser animadas cobran la misma vida, viveza y vitalidad que personas reales.

Muy distinto es el caso de los hermanos Quay. Ellos se mueven en las callejuelas de la cultura, en los paisajes secretos y malsanos habitados por surrealistas y simbolistas, en los espacios asfixiantes y al mismo tiempo fascinantes, de Walser, Schulz, Kafka y esos otros artistas alienados del arte llamado marginal. Su arte y su trabajo se plasman en la creacción de cajas-paisaje, escenarios que a la vez son universo y carcel, y en los que sus criaturas, sus muñecos, creados con la basura generada por toda una sociedad y una cultura, se debatirán en busca de una salida, de una salvación inexistente, repitiendo eternamente los mismos rituales.

Ladislas Starevich

Si en los Quay, la caja-escenario, tras su utilización en los cortos, deviene objeto artístico, Svankmajer es una personalidad anfibia, alguien que cruza las fronteras entre el arte tradicional - aunque eso sí, surrealista - y la animación. El animador checo, como buen surrealista, se nutre de todas las corrientes de lo parádojico, excentrico y asimétrico en el arte, de Arcimboldo y Goya, como referentes esenciales, a los objetos encontrados, las formas populares, las creaciones-placeres inconfesables que habitan bajo el esplendor del arte oficial, que no figuran en sus historias, pero sin las que éstas serían incomprensibles. El arte del animador checo es por tanto un cruce entre influencias, en el que las obras creadas en un ámbito - sus esculturas, su pinturas, su colecciones - resurgen en ese otro de la animación, cobrando la vida y la personalidad que su exhibición en vitrinas les niega y roba, para luego una vez terminada la aventura cinematográfica volver enriquecidas a sus peanas y expositores, plenas de significados que no tenían en principio.

Una exposición que afortunadamente es demasiado grande  y rica para ser resumida en unos cuantos párrafos - para ello necesitaría libros enteros y días de convivencia con los objetos allí expuestos -, así que sólo puedo hacerles una recomendación. Vayan a verla. Ya. Antes que la cierren. Que sólo quedan unos días.


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