sábado, 27 de diciembre de 2014

Divulgación, popularización, vulgarización


Les confieso que tengo sentimientos encontrados sobre la exposición Depero Futurista, que aún se puede visitar en la Fundación Juan March madrileña.

Desde un punto de vista meramente expositivo, no hay pero alguno que ponerle. La muestra reune en un único espacio los diferentes ámbitos en que se desarrolló la obra de este artista italiano - literatura, pintura, manifiestos, performance, publicidad y propaganda, mundo de los negocios - sin que se produzcan discordancias visibles, a lo añade pequeñas excursiones en movimientos de la vanguardia afines - el futurismo, obviamente - y la situación social y cultural de la Italia de la primera guerra mundial y el fascismo.

Un envoltorio perfecto, por tanto. Atractivo, sugerente y fascinante. ¿Pero, merece la pena el contenido que encierra? Sí y no, en mi opinión. O mejor dicho, definitivamente sí, pero quizás no del modo y con las conclusiones que los organizadores de la exposición hayan querido.


La historia del arte de la vanguardia, tal y como se nos ha venido contando, tiende a enfocarse casi en exclusiva en los grandes maestros, mientras que se dejan a un lado las figuras de segunda fila, aquellos seguidores y discípulos que tomaron las lecciones de los genios revolucionarios y las transformaron en producto que podía ser disfrutado por el público en general. No es extraño, por tanto, que en los últimos tiempos se hayan organizado varias exposiciones que vienen a colmar esos vacíos, desde las temáticas dedicadas a un concepto o impresión, a las que debo haber encontrado  más de un artista injustamente olvidado, como aquellas centradas en un artista o artistas de segunda fila, tipo el ruso Deineka que revisó también la March hace unos años o la abierta ahora en la Thyssen sobre los impresionistas americanos.

Depero es uno de estos artistas doblemente de segunda fila, tanto por no figurar en la lista habitual del movimiento futurista como por comenzar su labor cuando el impacto inicial de ese ismo se había atenuado un tanto. Al contrario de ellos, personalidades de la primera década del siglo XX, Depero es una figura de la primera guerra mundial, a la que se presenta voluntario, y del primer fascismo, a cuya alabanza y elogio contribuye con pleno convencimiento y sin asomo de vergüenza - ¿Qué le ocurrió durante la segunda guerra mundial y la postguerra? la exposición desgraciadamente lo calla -. En ese sentido, como les apuntaba, su personalidad es crucial a la hora de limar los aspectos más estridentes del futurismo, haciéndolo palatable para las élites, ademas de forjar con él un arma poderosa para el nuevo régimen totalitario italiano... y sin olvidar una fuente constante de dinero para sus arcas.

No obstante, la trayectoria de Depero no se reduce a la de mero químico/destilador. En el camino, tendrá revelaciones que anticipan la acción estética revolucionaria de movimientos post-1945, como los lettristas, pero estás genialidades quedan eclipsado por ese papel de adaptador y vulgarizador de obras de otros más grandes que él, que le acerca demasiado al tipo de artista postmoderno, tan habitual y tan alabada hoy en día. No deja de ser irónico que al final la única imagen que de Depero conserva el visitante sea la de haber inventado la botella de Campari, es decir la de haber sido un publicista tanto al servicio de otros, Campari y Mussolini, como de él mismo. Un industrial, en definitiva, para el que el arte parece haberse convertido en una excusa para hacer dinero, de manera que en sus obras al final parece haber más cálculo que empuje, más planificación que inspiración, más seguridades que arrebatos.

Es ésta precisamente la conclusión indeseable a la que la exposición no quería haber llegado y que se esfuerza en evitar y desmentir una y otra vez, porque si Depero es un precursor del artista postmoderno, es decir, del artista de hoy, es por consiguiente también el prototipo del artista acomodaticio y corporativo, siempre al servicio de alguien, preferentemente del poder y los poderosos, papel que ejerce de forma voluntaria y con entusiasmo. Características, por cierto, que comparte con el citado Deineka y con la mayoría de los impresionistas americanos, de los que pronto hablaremos

Identificación y dilema que la exposición no se atreve a plantear, ni mucho menos a resolver. Porque poner a Depero, como parece que es la intención, a la altura de los grandes de la vanguardia, es minar y derruir los fundamentos estéticos de estos mismo ismos, mientras que hacer lo contrario, y devolver a Depero a su penumbra es negarse a sí misma la razón de su existencia como exposición.

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