Siguiendo con este rescate de mis escritos en el agonizante foro de cine cinexilio, unido a la revisión de mis entradas sobre anime en este blog que voy reuniendo en página aparte, le
ha llegado el turno a Juuni Kokki
Cuando la vi hace ya una década, apenas comenzado el reinado del ordenador en la animación, esta serie se convirtió en una de mis favoritas indiscutibles. Cuando la revisé hace un par de años, en magnífica edición BR, me sorprendió lo primitivo, incluso torpe en ocasiones de su animación, ejemplo de como el uso de esa herramienta maldita había elevado el nivel medio de la animación, que ahora podía crear, sin apenas proponérselo, paisajes y entornos de realismo sobrenatural.
Sin embargo, lo que perdía en brillantez técnica, lo seguía manteniendo en altura temática, especialmente comparado con la contaminación actual del complejo moe/kawai, que infecta hasta las obras más series. Nada hay aquí de eso, sino una meditación aguda sobre el poder y la influencia que su ejercicio tiene sobre las conductas humanas, ambientada en un mundo de fantasía, en el que las concepciones tradicionales políticas del ámbito cultural sinojaponés son plasmadas hasta sus últimas consecuencias.
Gran serie, excepcional por lo que tiene de excepción, no tanto entonces, sino ahora.
Juuni Kokki/Los doce renos
45 episodios, 2002
Hemos tenido ya ocasión, en estas notas, de hablar del sistema escolar de la sociedad japonesa. Esta serie, como tantas otras, comienza en el aquí y ahora, y nos presenta a una heroína adolescente, Yoko, cuya vida parece transcurrir en la mayor de las normalidades.
Sin embargo, ya sólo el estilo gráfico nos anuncia algo peculiar. La paleta de la serie ha sido elegida casi exclusivamente dentro de la gama fría, como para apartarnos y rechazarnos. Aunque la acción transcurra en medio del día, los colores han sido voluntariamente apagados; aunque la protagonista sea pelirroja, su cabellera aparece como morada, lila, nada parecido a un rojo furioso, que podría demostrarnos ardor o pasión.
El mundo en el que vive la protagonista es un mundo frío y áspero. La gente da una cara cuando estás presente, finge amistad y cariño, mientras que adopta otra completamente distinta cuando le das la espalda. No dudarán en lanzarse sobre ti si te ven débil, si perciben que el grupo les apoya.
La actitud de nuestra protagonista es la del conformista. Huye todos los conflictos, evita todos los problemas. Si puede esconderse entre la masa, as lo hará; si tiene que fingir ser una buena estudiante o una buena persona para conseguir la aprobación de los demás, as lo hará también sin dudarlo, puesto que le han enseñado, desde muy pequeña, que ésa es la única forma de progresar en la vida, que esa es la única forma de conseguir seguridad y apoyos, porque, hágase lo que se haga, siempre se está solo y aislado.
Como también hemos visto, la irrupción de lo fantástico, lo maravilloso, es otra constante de la animación japonesa. Así nuestra heroína será arrebatada a un mundo paralelo, un mundo inspirado directamente en la China del pasado, o más bien en los mitos y las leyendas sobre ese país.
Sin embargo, esa tierra no tiene nada de mágico. Si en el Japón de origen la violencia era estrictamente verbal, su mayor peligro, el ostracismo social, aquí la violencia es real, el precio del fracaso, la muerte. Ambos mundos tienen mucho en común, no obstante, amistad, compañerismo, solidaridad, son palabras tan vacías en una tierra como en la otra. Los hombres están solos en las dos, su único, auténtico interés, es la propia supervivencia. Si aquellos con los que caminan ayudan a ella, bienvenidos, si no es así, no se vacilará en dejarles tirados, abandonarlos, venderlos.
Nadie recuerda a los que fracasan. Todos admiran al que triunfa.
Todo lo que aprendió Yoko en su mundo es ahora inútil. Los refugios que conocía ya no son seguros, las corazas que vestía no la protegen. Su primera reacción, aquélla que siempre le ha valido, es la de ir esconderse. Aquí no le sirve de nada, el mundo vendrá a por ella, quiera que no, y no tendrá otro remedio, que ponerse de pie y enfrentarse a él. Sola, sabedoras que son los fuertes, los que tienen las armas, los que intimidan a los demás, los que son respetados, los que sobreviven.
Así, encuentro tras encuentro, la van arrebatando todo lo que ella era antes, todo lo que consideraba suyo. Empezando por los amigos que la habían acompañado a ese nuevo mundo, terminando por su convicciones ms profundas, hasta el extremo de llevarla casi hasta la locura, de casi convertirla en un perro de presa, sedienta de sangre, ciega y sorda al dolor de los demás.
Pero en realidad, no ha cambiado en absoluto. En su mundo creía que todo lo que le ocurra era por ser como era. En este nuevo mundo le ocurre igual. Está sola porque se siente sola. Está aislada porque ella misma se ha aislado.
Porque todos los hombres sufren por igual, porque el mundo es igual de horrible para todos, porque ese sentimiento es el único que les une, les hace iguales. Por eso, nadie tiene derecho a colocarse por fuera o por encima del rebaño humano, nadie tiene derecho a creerse una excepción.
El destino es cruel, los dioses no existen, la muerte es segura, y sólo existen unos seres que puedan aliviar esa condena.
Nosotros mismos.
Ese es el dilema al que se enfrenta Yoko, dejarse hundir, aislándose de los demás, encerrándose en sí misma; o intentar hacer algo, trabar relaciones con las demás personas, con quienes comparten ese lugar, ese tiempo, para obrar en función de lo que esto le exige, de lo que le exige su puesto, las personas de las que se ocupa, las personas a las que se enorgullece en llamar sus amigos. Para traer algo de bien a este mundo, en la medida de sus posibilidades.
Sin refugiarse en las excusas. Sin justificar el mal que produces, en la arbitrariedad de los dioses o en su ausencia. Sin pretextar que no sabías lo que ocurre, que nadie te lo comunicó, que fueron otros los que tomaron esas decisiones. Sin refugiarse en la dificultad de los asuntos humanos, ni en su complejidad.
Porque se trata de ser en este mundo, de dejar una huella en él, por la cual las gentes te recuerden, o de pasar completamente inadvertido.
Porque se trata de vivir....o de morir sin haber vivido.
Cuando la vi hace ya una década, apenas comenzado el reinado del ordenador en la animación, esta serie se convirtió en una de mis favoritas indiscutibles. Cuando la revisé hace un par de años, en magnífica edición BR, me sorprendió lo primitivo, incluso torpe en ocasiones de su animación, ejemplo de como el uso de esa herramienta maldita había elevado el nivel medio de la animación, que ahora podía crear, sin apenas proponérselo, paisajes y entornos de realismo sobrenatural.
Sin embargo, lo que perdía en brillantez técnica, lo seguía manteniendo en altura temática, especialmente comparado con la contaminación actual del complejo moe/kawai, que infecta hasta las obras más series. Nada hay aquí de eso, sino una meditación aguda sobre el poder y la influencia que su ejercicio tiene sobre las conductas humanas, ambientada en un mundo de fantasía, en el que las concepciones tradicionales políticas del ámbito cultural sinojaponés son plasmadas hasta sus últimas consecuencias.
Gran serie, excepcional por lo que tiene de excepción, no tanto entonces, sino ahora.
Juuni Kokki/Los doce renos
45 episodios, 2002
Hemos tenido ya ocasión, en estas notas, de hablar del sistema escolar de la sociedad japonesa. Esta serie, como tantas otras, comienza en el aquí y ahora, y nos presenta a una heroína adolescente, Yoko, cuya vida parece transcurrir en la mayor de las normalidades.
Sin embargo, ya sólo el estilo gráfico nos anuncia algo peculiar. La paleta de la serie ha sido elegida casi exclusivamente dentro de la gama fría, como para apartarnos y rechazarnos. Aunque la acción transcurra en medio del día, los colores han sido voluntariamente apagados; aunque la protagonista sea pelirroja, su cabellera aparece como morada, lila, nada parecido a un rojo furioso, que podría demostrarnos ardor o pasión.
El mundo en el que vive la protagonista es un mundo frío y áspero. La gente da una cara cuando estás presente, finge amistad y cariño, mientras que adopta otra completamente distinta cuando le das la espalda. No dudarán en lanzarse sobre ti si te ven débil, si perciben que el grupo les apoya.
La actitud de nuestra protagonista es la del conformista. Huye todos los conflictos, evita todos los problemas. Si puede esconderse entre la masa, as lo hará; si tiene que fingir ser una buena estudiante o una buena persona para conseguir la aprobación de los demás, as lo hará también sin dudarlo, puesto que le han enseñado, desde muy pequeña, que ésa es la única forma de progresar en la vida, que esa es la única forma de conseguir seguridad y apoyos, porque, hágase lo que se haga, siempre se está solo y aislado.
Como también hemos visto, la irrupción de lo fantástico, lo maravilloso, es otra constante de la animación japonesa. Así nuestra heroína será arrebatada a un mundo paralelo, un mundo inspirado directamente en la China del pasado, o más bien en los mitos y las leyendas sobre ese país.
Sin embargo, esa tierra no tiene nada de mágico. Si en el Japón de origen la violencia era estrictamente verbal, su mayor peligro, el ostracismo social, aquí la violencia es real, el precio del fracaso, la muerte. Ambos mundos tienen mucho en común, no obstante, amistad, compañerismo, solidaridad, son palabras tan vacías en una tierra como en la otra. Los hombres están solos en las dos, su único, auténtico interés, es la propia supervivencia. Si aquellos con los que caminan ayudan a ella, bienvenidos, si no es así, no se vacilará en dejarles tirados, abandonarlos, venderlos.
Nadie recuerda a los que fracasan. Todos admiran al que triunfa.
Todo lo que aprendió Yoko en su mundo es ahora inútil. Los refugios que conocía ya no son seguros, las corazas que vestía no la protegen. Su primera reacción, aquélla que siempre le ha valido, es la de ir esconderse. Aquí no le sirve de nada, el mundo vendrá a por ella, quiera que no, y no tendrá otro remedio, que ponerse de pie y enfrentarse a él. Sola, sabedoras que son los fuertes, los que tienen las armas, los que intimidan a los demás, los que son respetados, los que sobreviven.
Así, encuentro tras encuentro, la van arrebatando todo lo que ella era antes, todo lo que consideraba suyo. Empezando por los amigos que la habían acompañado a ese nuevo mundo, terminando por su convicciones ms profundas, hasta el extremo de llevarla casi hasta la locura, de casi convertirla en un perro de presa, sedienta de sangre, ciega y sorda al dolor de los demás.
Pero en realidad, no ha cambiado en absoluto. En su mundo creía que todo lo que le ocurra era por ser como era. En este nuevo mundo le ocurre igual. Está sola porque se siente sola. Está aislada porque ella misma se ha aislado.
Porque todos los hombres sufren por igual, porque el mundo es igual de horrible para todos, porque ese sentimiento es el único que les une, les hace iguales. Por eso, nadie tiene derecho a colocarse por fuera o por encima del rebaño humano, nadie tiene derecho a creerse una excepción.
El destino es cruel, los dioses no existen, la muerte es segura, y sólo existen unos seres que puedan aliviar esa condena.
Nosotros mismos.
Ese es el dilema al que se enfrenta Yoko, dejarse hundir, aislándose de los demás, encerrándose en sí misma; o intentar hacer algo, trabar relaciones con las demás personas, con quienes comparten ese lugar, ese tiempo, para obrar en función de lo que esto le exige, de lo que le exige su puesto, las personas de las que se ocupa, las personas a las que se enorgullece en llamar sus amigos. Para traer algo de bien a este mundo, en la medida de sus posibilidades.
Sin refugiarse en las excusas. Sin justificar el mal que produces, en la arbitrariedad de los dioses o en su ausencia. Sin pretextar que no sabías lo que ocurre, que nadie te lo comunicó, que fueron otros los que tomaron esas decisiones. Sin refugiarse en la dificultad de los asuntos humanos, ni en su complejidad.
Porque se trata de ser en este mundo, de dejar una huella en él, por la cual las gentes te recuerden, o de pasar completamente inadvertido.
Porque se trata de vivir....o de morir sin haber vivido.
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