En 1690 apareció entre los tewa un "hombre-medicina" llamado Popé. Decía que había venido del extremo norte, donde había visitado el lago mítico Shipapu, lugar de origen de los tewa al que regresaban los espíritus de los muertos. Grandes milagros de produjeron por su mediación. Los espíritus Kachina, venidos del agua sagrada, se abrieron velozmente camino bajo tierra y reaparecieron en los santuarios subterráneos jiva en forma de fuego, para decir a la gente lo que todos esperaban escuchar, es decir, que se levantaran contra los aborrecidos españoles. Cuerdas de nudo en fibra de yuca fueron enviadas como mensaje a todos los indios Pueblo de los alrededores, cada día, el jefe debía deshacer un nudo, hasta el momento en que todas las tribus pueblo se sublevaran a la vez. En agosto de 1690, súbitamente, estalló una insurrección desde Pecos (zuñi) hasta las las lejanas mesas (mesetas) hopi. Soldados y misioneros españiles fueron asesinados o tuvieron que huir, primero a Santa Fe, luego a El Paso; en octubre, no quedaba un sólo español en todo Nuevo Méjico. En los dos siglos siguientes, los hombres blancos no pudieron resistir al deseo de volver a estas regiones semiáridas. Pero los indios Pueblo practican todavía, con una fe fanática, los ritos que estiman necesarios para que caiga la lluvia, aunque sus ceremonias solemnes haya degenerado hoy en un espectáculo turístico.
Weston La Barre, Movimientos religiosos de aculturación en América del Norte, Tomo XII de la Historia de las Religiones siglo XXI: Movimientos religiosos derivados de la aculturación
He terminado en estas últimas semanas los dos últimos tomos de la Historia de las Religiones publicada por la editorial Siglo XXI. Me queda por leer el tomo dedicado al cristianismo medieval, un volumen completamente inencontrable, pero esto no impide que pueda presentar algunas conclusiones sobre la obra en general y estos dos tomos en particular.
Lo primero que tengo que señalar es que la obra muestra demasiado su edad. Escrita hace ya medio siglo, durante la década de los sesenta, se notan demasiado las dependencias con escuelas de pensamiento que han perdido bastante de su antiguo prestigio, como es el caso del psicoanálisis, y se echa de menos una necesaria actualización con los conocimientos adquiridos en estas últimas décadas, si es que esto puede siquiera llegar a hacerse, tras el terremoto postmodernista en el campo de la historia. Por otra parte, la obra entera adolece de una fuerte irregularidad, en la que se alternan secciones que consiguen dar una visión equilibrada e iluminadora sobre religiones poco conocidas - por ejemplo el tomo dedicado al Hermetismo, la Gnosis y el Maniqueísmo - frente a otras donde la presentación se pierde en dirimir combates académicos periclitados de los que no queda actualmente ni el eco o bien se percibe una cierta servidumbre respecto a la variante religiosa profesada por el escritor - caso de los capítulos dedicados al Islám -.
Como ya he apuntado, los volúmenes más interesantes son los dedicados a las religiones desconocidas o remotas, quizás porque permiten una libertad ausente en la descripción de religiones cuyos seguidores continúan siendo fuerzas importantes en sus sociedades actuales, y que no temen actuar para defender sus dogmas religiosos. Siguiendo esa pauta, los volúmenes finales de la obra, dedicados respectivamente a las religiones sin tradición escrita y a las surgidas de los fenómenos de aculturación, resultan fascinantes por dos razones principales. Primero, por obligarnos a contemplar el fenómeno religioso de una forma completamente nueva, que pone en cuestión los presupuestos ideológicos que, se quiera o no, han sido implantados en cada uno de nosotros por la convivencia diaria con una religión dominante. Segundo, por iluminar aspectos desconocidos y obscuros de la historia mundial, como muestra el fragmento que encabeza esta entrada.
Es esa vertiente, el descubrimiento de una historia olvidada pero no por ello menos importante, el que quisiera analizar en estas líneas.
No he elegido el fragmento que abre esta entrada por azar o por casualidad, sino con una clara intencionalidad: señalar la parcialidad y la fragmentarieidad con que se nos narra la historia de un ámbito geográfico, la América Hispana, que por sus conexiones históricas debería ser para nosotros tan conocida como la de nuestros lares, o al menos tan desconocidas como ella. Parte de ese olvido se debe obviamente a la falta de tiempo en los cursos escolares, en los que apenas queda espacio que para obvias generalizaciones - Roma conquistó Hispania - o frases lapidarias - Los Romanos nos dieron la lengua -. No obstante, si este fuera el único problema, podría resolverse fácilmente con el estudio personal, completado el paso por la escuela. El problema de fondo es otro, simplemente que esos resúmenes suelen estar contaminados por ideas políticas caducas que uno pensaría ya desinfectadas.
Uno de los casos más claros es precisamente el de la historia de América vista desde España. Por una parte, lo que se suele estudiar se estructura en torno a dos puntos de inflexión: la conquista, vista como una serie de victorias gloriosas en la que unos pocos guerreros hispanos se impusieron a multitudes incontables de indígenas; frente a la independencia, en la que unos criollos de raza blanca se separaron de la metrópoli sin razón aparente. Antes o después de estos hechos, apenas nada de mención, excepto unas cuantas civilizaciones precolombinas cuyo atraso tecnológico debía ocasionar necesariamente su caída, y un inacabable embrollo de pronunciamentos, guerras civiles y dictaduras militares extendidos hasta ayer mismo, que necesariamente convertían a las repúblicas de América en perennes estados fallidos, enfermos crónicos sin posibilidad de curación.
Entre medias de estos límites, era el tiempo del virreinato, construido y explicado como un largo tiempo de paz, durante el que, aunque no se formulase directamente, quedaba implícita la sumisión voluntaria, casi necesaria de los indios a sus nuevos amos Europeos. Así, los intercambios entre ambos hemisferios culturales, técnicos y vegetales, quedaban teñidos de una evidente asimetría a favor de la Europa cristiana, en la que ésta otorgaba evidentes ventajas culturales: la Religión, la Lengua, la Tecnología y el Urbanismo; mientras que la influencia precolombina quedaba limitada a lo secundario y anécdotico: el chocolate, el tabaco, las patatas.
Esta placidez histórica ocultaba una realidad que los españoles continuamos negándonos a admitir y que intentamos apartar con excusas a cada cual más ridícula, que sólo sirven para mostrar inconscientemente nuestra responsabilidad histórica. El hecho es que nuestros antepasados del siglo XVI destruyeron civilizaciones de una antigüedad venerable y que nuestros conquistadores y religiosos se esforzaron en borrar las huellas de esas antiguas culturas. De ellas apenas quedan hoy unos escasos restos, protegidos por el aislamiento y el olvido o por un intento de recuperación in extremis por una segunda aleada de colonos, asustados por la escala de la destrucción y las pérdidas culturales. Esfuerzos de catalogación y conservación que a punto estuvieron de perderse en los siglos posteriores, olvidados en los archivos de la América colonial hasta que unos investigadores infatigables los redescubrieron y conservaron durante el siglo XIX, algunos justo antes de perderse definitvamente.
Esta destrucción cultural fue acompañada de una catástrofe humana aún más devastadora. No sólo se obligó a los indios a trabajar como siervos para los nuevos amos, servidumbre a la que no estaban aconstumbrados y de la que intentaron librarse por cualquier medio, propiciando acusaciones de vagos e indolentes, cuando no seres inferiores, por parte de los conquistadores; sino que la población se desplomó hasta reducirse en un cincuenta o incluso un setentaycinco por ciento con respecto a los niveles precolombinos. Las causas de este hundimiento demográfico siguen siendo polémicas - de ellas depende, por ejemplo, la concepción que tenemos los españoles de nosotros mismos - pero se deben tanto al impacto de las guerras como a los trabajos forzados que eran la base del sistema colonial, y especialmente a la propagación de enfermedades europeas frente a las que los indios no estaban protegidos.
No es de extrañar, por tanto, que pasado el primer impacto conquistador, los indios se resistieran violentamente siempre que pudieran, con mayor o menor éxito, como muestran los cincuenta años de duro guerrear que supuso la conquista del Yucatán. No es sorprendente, asímismo, que en los límites del poder español, demasiado extendido para los recursos de los que disponía la metrópoli, se consolidasen estados indígenas que cuyo hecho fundacional era precisamente la derrota de los españoles. Tal fue el caso del estado Maya del lago Atitlan, independiente hasta principios del XVIII; las tribus auracanas, responsables de que el dominio español en Chile no llegase a extenderse más allá de Santiago de Chile e independientes hasta bien entradoel siglo XIX; o el caso ilustrado arriba, en el que los indios Pueblo se las arreglaron para sacudirse el yugo español, en una acción coordinada que aún hoy es un ejemplo admirable de organización y estrategía.
Esta pericia en la planificación no es lo único asombroso en este hecho histórico olvidado. La rebelión no era sólo contra el poder político del virreinato, sino especialmente contra la infiltración religiosa e ideológica de los misioneros cristianos. Para sobrevivir era necesario reaccionar, sacudirse la supremacía abrumadora de unas ideas extrañas, un proceso liberador que podía realizarse de dos maneras distintas, bien volviendo a la religión de los antepasados, caso los indios pueblo, rejuveneciendo y justificando ese culto antiguo mediante la victoria frente a los extranjeros, o bien, como fue el caso de Doña Beatriz en el Congo, arrebatando sus propias ideas a los colonizadores y reinterpretándolas a la luz de las creencias locales, de forma que las justificaciones que tuvieran para legitimar su conquista y supremacía quedasen vacías de contenido, invirtiendo así la relaciones de poder que se pretendían imponer.
…La figura dominante, fundadora de una efímera religión nacional, es una joven aristócrata congo conocida bajo un doble nombre, Kimpa Vita y doña Beatriz. Después de las revelaciones y pruebas, consigue el reconocimiento de su realeza espiritual en el curso del año 1704, recibe de los notables los más importantes testimonios de veneración. Esta ascensión se explica por la certeza, ampliamente difundida, de que Dios responde a la larga y angustiosa expectación de las gentes del Congo. Doña Beatriz “es” su envíada; participa de su poder, puede mandar en la naturaleza y realizar milagros; anuncia tiempos nuevos. Todo cuanto realiza, lo hace porque San Antonio ha tomado el lugar de su alma y la gobierna. De ahí viene el nombre de “secta de los antonianos” dado más tarde al movimiento del que ella es iniciadora.
En menos de dos años llega a elaborar un dogma y una doctrina, organiza una iglesia rudimentaria y provoca una renovación política. Doña Beatriz africaniza el relato histórico cristiano. Proclama que el Congo es la verdadera Tierra Santa y que los fundadores del cristianismo pertenecen a “la raza de los negros”. Substituye los lugares que sirvieron de marco a la revelación cristiana por los lugares sagrados del Congo. Interpreta aquélla - a la vez que crea una nueva topografía legendaria - en provecho del pueblo congo. Hace nacer una esperanza mesiánica y anuncia una edad de oro. En la capital resucitada y repoblada abundarán los bienes preciosos y “los ricos objetos de los blancos” serán asignados a todos cuantos abracen la nueva fe y contribuyan al renacimiento del reino.
Georges Balandier, Los movimientos de innovación religiosa en el África negra. Tomo XII de la Historia de las Religiones siglo XXI: Movimientos religiosos derivados de la aculturación
Weston La Barre, Movimientos religiosos de aculturación en América del Norte, Tomo XII de la Historia de las Religiones siglo XXI: Movimientos religiosos derivados de la aculturación
He terminado en estas últimas semanas los dos últimos tomos de la Historia de las Religiones publicada por la editorial Siglo XXI. Me queda por leer el tomo dedicado al cristianismo medieval, un volumen completamente inencontrable, pero esto no impide que pueda presentar algunas conclusiones sobre la obra en general y estos dos tomos en particular.
Lo primero que tengo que señalar es que la obra muestra demasiado su edad. Escrita hace ya medio siglo, durante la década de los sesenta, se notan demasiado las dependencias con escuelas de pensamiento que han perdido bastante de su antiguo prestigio, como es el caso del psicoanálisis, y se echa de menos una necesaria actualización con los conocimientos adquiridos en estas últimas décadas, si es que esto puede siquiera llegar a hacerse, tras el terremoto postmodernista en el campo de la historia. Por otra parte, la obra entera adolece de una fuerte irregularidad, en la que se alternan secciones que consiguen dar una visión equilibrada e iluminadora sobre religiones poco conocidas - por ejemplo el tomo dedicado al Hermetismo, la Gnosis y el Maniqueísmo - frente a otras donde la presentación se pierde en dirimir combates académicos periclitados de los que no queda actualmente ni el eco o bien se percibe una cierta servidumbre respecto a la variante religiosa profesada por el escritor - caso de los capítulos dedicados al Islám -.
Como ya he apuntado, los volúmenes más interesantes son los dedicados a las religiones desconocidas o remotas, quizás porque permiten una libertad ausente en la descripción de religiones cuyos seguidores continúan siendo fuerzas importantes en sus sociedades actuales, y que no temen actuar para defender sus dogmas religiosos. Siguiendo esa pauta, los volúmenes finales de la obra, dedicados respectivamente a las religiones sin tradición escrita y a las surgidas de los fenómenos de aculturación, resultan fascinantes por dos razones principales. Primero, por obligarnos a contemplar el fenómeno religioso de una forma completamente nueva, que pone en cuestión los presupuestos ideológicos que, se quiera o no, han sido implantados en cada uno de nosotros por la convivencia diaria con una religión dominante. Segundo, por iluminar aspectos desconocidos y obscuros de la historia mundial, como muestra el fragmento que encabeza esta entrada.
Es esa vertiente, el descubrimiento de una historia olvidada pero no por ello menos importante, el que quisiera analizar en estas líneas.
No he elegido el fragmento que abre esta entrada por azar o por casualidad, sino con una clara intencionalidad: señalar la parcialidad y la fragmentarieidad con que se nos narra la historia de un ámbito geográfico, la América Hispana, que por sus conexiones históricas debería ser para nosotros tan conocida como la de nuestros lares, o al menos tan desconocidas como ella. Parte de ese olvido se debe obviamente a la falta de tiempo en los cursos escolares, en los que apenas queda espacio que para obvias generalizaciones - Roma conquistó Hispania - o frases lapidarias - Los Romanos nos dieron la lengua -. No obstante, si este fuera el único problema, podría resolverse fácilmente con el estudio personal, completado el paso por la escuela. El problema de fondo es otro, simplemente que esos resúmenes suelen estar contaminados por ideas políticas caducas que uno pensaría ya desinfectadas.
Uno de los casos más claros es precisamente el de la historia de América vista desde España. Por una parte, lo que se suele estudiar se estructura en torno a dos puntos de inflexión: la conquista, vista como una serie de victorias gloriosas en la que unos pocos guerreros hispanos se impusieron a multitudes incontables de indígenas; frente a la independencia, en la que unos criollos de raza blanca se separaron de la metrópoli sin razón aparente. Antes o después de estos hechos, apenas nada de mención, excepto unas cuantas civilizaciones precolombinas cuyo atraso tecnológico debía ocasionar necesariamente su caída, y un inacabable embrollo de pronunciamentos, guerras civiles y dictaduras militares extendidos hasta ayer mismo, que necesariamente convertían a las repúblicas de América en perennes estados fallidos, enfermos crónicos sin posibilidad de curación.
Entre medias de estos límites, era el tiempo del virreinato, construido y explicado como un largo tiempo de paz, durante el que, aunque no se formulase directamente, quedaba implícita la sumisión voluntaria, casi necesaria de los indios a sus nuevos amos Europeos. Así, los intercambios entre ambos hemisferios culturales, técnicos y vegetales, quedaban teñidos de una evidente asimetría a favor de la Europa cristiana, en la que ésta otorgaba evidentes ventajas culturales: la Religión, la Lengua, la Tecnología y el Urbanismo; mientras que la influencia precolombina quedaba limitada a lo secundario y anécdotico: el chocolate, el tabaco, las patatas.
Esta placidez histórica ocultaba una realidad que los españoles continuamos negándonos a admitir y que intentamos apartar con excusas a cada cual más ridícula, que sólo sirven para mostrar inconscientemente nuestra responsabilidad histórica. El hecho es que nuestros antepasados del siglo XVI destruyeron civilizaciones de una antigüedad venerable y que nuestros conquistadores y religiosos se esforzaron en borrar las huellas de esas antiguas culturas. De ellas apenas quedan hoy unos escasos restos, protegidos por el aislamiento y el olvido o por un intento de recuperación in extremis por una segunda aleada de colonos, asustados por la escala de la destrucción y las pérdidas culturales. Esfuerzos de catalogación y conservación que a punto estuvieron de perderse en los siglos posteriores, olvidados en los archivos de la América colonial hasta que unos investigadores infatigables los redescubrieron y conservaron durante el siglo XIX, algunos justo antes de perderse definitvamente.
Esta destrucción cultural fue acompañada de una catástrofe humana aún más devastadora. No sólo se obligó a los indios a trabajar como siervos para los nuevos amos, servidumbre a la que no estaban aconstumbrados y de la que intentaron librarse por cualquier medio, propiciando acusaciones de vagos e indolentes, cuando no seres inferiores, por parte de los conquistadores; sino que la población se desplomó hasta reducirse en un cincuenta o incluso un setentaycinco por ciento con respecto a los niveles precolombinos. Las causas de este hundimiento demográfico siguen siendo polémicas - de ellas depende, por ejemplo, la concepción que tenemos los españoles de nosotros mismos - pero se deben tanto al impacto de las guerras como a los trabajos forzados que eran la base del sistema colonial, y especialmente a la propagación de enfermedades europeas frente a las que los indios no estaban protegidos.
No es de extrañar, por tanto, que pasado el primer impacto conquistador, los indios se resistieran violentamente siempre que pudieran, con mayor o menor éxito, como muestran los cincuenta años de duro guerrear que supuso la conquista del Yucatán. No es sorprendente, asímismo, que en los límites del poder español, demasiado extendido para los recursos de los que disponía la metrópoli, se consolidasen estados indígenas que cuyo hecho fundacional era precisamente la derrota de los españoles. Tal fue el caso del estado Maya del lago Atitlan, independiente hasta principios del XVIII; las tribus auracanas, responsables de que el dominio español en Chile no llegase a extenderse más allá de Santiago de Chile e independientes hasta bien entradoel siglo XIX; o el caso ilustrado arriba, en el que los indios Pueblo se las arreglaron para sacudirse el yugo español, en una acción coordinada que aún hoy es un ejemplo admirable de organización y estrategía.
Esta pericia en la planificación no es lo único asombroso en este hecho histórico olvidado. La rebelión no era sólo contra el poder político del virreinato, sino especialmente contra la infiltración religiosa e ideológica de los misioneros cristianos. Para sobrevivir era necesario reaccionar, sacudirse la supremacía abrumadora de unas ideas extrañas, un proceso liberador que podía realizarse de dos maneras distintas, bien volviendo a la religión de los antepasados, caso los indios pueblo, rejuveneciendo y justificando ese culto antiguo mediante la victoria frente a los extranjeros, o bien, como fue el caso de Doña Beatriz en el Congo, arrebatando sus propias ideas a los colonizadores y reinterpretándolas a la luz de las creencias locales, de forma que las justificaciones que tuvieran para legitimar su conquista y supremacía quedasen vacías de contenido, invirtiendo así la relaciones de poder que se pretendían imponer.
…La figura dominante, fundadora de una efímera religión nacional, es una joven aristócrata congo conocida bajo un doble nombre, Kimpa Vita y doña Beatriz. Después de las revelaciones y pruebas, consigue el reconocimiento de su realeza espiritual en el curso del año 1704, recibe de los notables los más importantes testimonios de veneración. Esta ascensión se explica por la certeza, ampliamente difundida, de que Dios responde a la larga y angustiosa expectación de las gentes del Congo. Doña Beatriz “es” su envíada; participa de su poder, puede mandar en la naturaleza y realizar milagros; anuncia tiempos nuevos. Todo cuanto realiza, lo hace porque San Antonio ha tomado el lugar de su alma y la gobierna. De ahí viene el nombre de “secta de los antonianos” dado más tarde al movimiento del que ella es iniciadora.
En menos de dos años llega a elaborar un dogma y una doctrina, organiza una iglesia rudimentaria y provoca una renovación política. Doña Beatriz africaniza el relato histórico cristiano. Proclama que el Congo es la verdadera Tierra Santa y que los fundadores del cristianismo pertenecen a “la raza de los negros”. Substituye los lugares que sirvieron de marco a la revelación cristiana por los lugares sagrados del Congo. Interpreta aquélla - a la vez que crea una nueva topografía legendaria - en provecho del pueblo congo. Hace nacer una esperanza mesiánica y anuncia una edad de oro. En la capital resucitada y repoblada abundarán los bienes preciosos y “los ricos objetos de los blancos” serán asignados a todos cuantos abracen la nueva fe y contribuyan al renacimiento del reino.
Georges Balandier, Los movimientos de innovación religiosa en el África negra. Tomo XII de la Historia de las Religiones siglo XXI: Movimientos religiosos derivados de la aculturación
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