En mi revisión semanal de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar, ha llegado el turno de Sirène (Sirena), dirigido el año 1968 por el animador flamenco Raoul Servais.
Si son aficionados a la animación, el nombre de Raoul Servais no les será desconocido. Se trata de uno de los grandes maestros de la animación europea de la segunda mitad del siglo XX. Su obra se caracteriza por haberse movido siempre en el ámbito de la animación independiente, lo cual le ha permitido, a pesar de las estrecheces económicas, crear sin hacer concesiones en sus ideales políticos y estéticos. Raoul Servais es por tanto un cineasta eminentemente político, que de forma más o menos explícita, sobre todo en la primera parte de su carrera, se ha esforzado por utilizar sus cortos como motor del cambio social, o al menos como llamada de atención a un mundo que se ha tornado cada vez más inhumano, cada vez más cruel y egoísta.
Podría decirse que Servais es un autor de tesis con todas sus connotaciones negativas, una personalidad que subordina el arte al contenido político que pretende transmitir y que por eso mismo deviene un artista menor, para quien la expresión artística se reduce a su funcionalidad y a su utilidad. Por el contrario, y a pesar de esa clara politización de su obra - o quizás, debido a ello - Servais es uno de los grandes investigadores estéticos de la animación, siempre explorando nuevas vías y técnicas, sin permitir que su trabajo se fosilice en un conjunto de reglas que puedan ser contenidas en un manual para uso de estudiantes. Así, cada corto de Servais es distinto a los otros, hasta el extremo que se podría decir han sido creados por diferentes artistas con muy distintas formaciones y ambiciones. Como consecuencia, el genio de Servais no se deja encasillar ni resumir, sino que como los grandes maestros, una sola de sus obras es capaz de contener lo que para otros artistas supondría toda una vida de trabajo.
Sirène es uno de sus primeros cortos. Perteneciente a su época de juventud - y a esa década, la de los sesenta del siglo XX, que quiso refundar el mundo y sin embargo fue arrastrada y ahogada por su corriente -, la intencionalidad política del corto es más que visible y se resume en dos puntos principales. Por una parte, la denuncia de una sociedad mecanizada, expresada visualmente en máquinas dotadas de vida y de consciencia, cuyos fines y objetivos nada tienen que ver con los de los seres humanos individuales que (aún) comparte el mundo con ellas. Ésas máquinas son defensoras de intereses externos y lejanos al hombre normal, y por consiguiente defenderán a ultranza el status quo que justifica su existencia, destruyendo cualquier amago, cualquier indicio de que es posible un mundo distinto al que la ha creado.
Por otra parte, en la segunda parte del corto, aparecerán los instrumentos visibles del poder, la encarnaciones humanas de su ejercicio, las diferentes estructuras que mantienen y organizan la sociedad tal y como es, aunque en realidad su poder este limitado a justificar y sancionar los intereses ocultos de otros. En la visión de Serváis, policía, política,,ciencia, justicia, leyes, medicina, no son más que monigotes que interpretan en un teatro de títeres, sin percatarse de lo ridículo de sus acciones cuyo significado original se ha desvanecido hace ya mucho, pero que aún así conservan intacto todo el poder coercitivo del que una vez fueran custodios. Poder y derecho para ejercerlo que no se aplican contra los que han convertido el mundo en un infierno, sino contra los que expresan la más leve sospecha o deseo de que la sociedad pueda ser organizada de otra manera.
Como dicho, Servais, además de artista político es primeramente un artista sin adjetivos, capaz de utilizar con total propiedad los recursos estéticos del arte de la animación. El mundo de las máquinas conscientes es descrito con la gama de tonalidades del rojo más furioso, anticipando las luchas en las que se enzarzan esos monstruos tecnológicos o los pájaros antediluvianos que vigilan y señorean los cielos. Los momentos de transfiguración, en los que esa otra realidad más humana se hace visible, se expresan por un giro a las tonalidades frías, que consiguen transmitir una sensación de pureza y serenidad que se halla completamente ausente de las escenas anteriores. Por último cuando los organismos del estado irrumpen en la escena, el negro, el gris y el blanco, colores sin matices, sin humanidad, se enseñorean de la escena, mostrando así el vacío que se oculta tras la expresión visible del poder en el que esas entidades se glorian, Una contradicción existencial que se subraya transformado a los instrumentos de ese poder humano en una masa informe y metamórfica que pueda adoptar cualquier forma, cualquier expresión, sin dificultad alguna, sin darse cuenta de las imposibilidad de ser todo al mismo tiempo..
No obstante, en los primeros cortos de Servais siempre había sitio para un rayo de esperanza, que desaparecería en cortos posteriores, cuando el 68 se revelase un huevo huero y la revolución tan esperada nunca se hiciera realidad. En este corto, esa puerta abierta hacia un mundo mejor, en el sentido de más humano, se plasma en la figura del artista, único ser capaz de recordarnos de la existencia de otros mundos y de hacerlos visibles en nuestra realidad, en nuestro presente, aunque sólo sea por un breve instante. Un espejismo más, desgraciadamente, pues como el tiempo ha demostrado, ahora sólo son ensalzados los artistas que hacen de su intrascendencia su rasgo característico.
No les entretengo más. Vean el corto. Y si les gusta busquen el resto de la filmografía de Servais. No se arrepentirán
Raoul Servais "Sirene" (1968) from Mecca_Audio on Vimeo.
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