Precisely because involved such concentrated use of force, Manstein's plan was a "one-shot affair". If the initial assault had failed, and it could have failed in many ways, Whermacht as an offensive force would have been spent. The gambling paid off. But contrary to appearances, the German had not discovered a patent recipe for military miracles. The overwhelming success of May 1940, resulting in the defeat of a major European power in a matter of weeks was not a repeatable outcome. In fact, when we appreciate the huge risks involved in Manstein's plan, the attack on France appears more similar to the Wehrmacht's other great gamble, the attack on the Soviet Union on June 1941, than is commonly supposed. On both occasions, the Wehrmacht had no significant forces in reserve. In both campaigns, the Germans gambled everything on achieving decisive success in the opening phase of the assault. Anything less spelled disaster. The very different outcomes are fully explicable in terms of conventional military logic. Against an opponent with a greater margin of material superiority, with better leadership and with more space in which to manoeuvre, the basic Napoleonic criterion for military success - superior force at the decisive point - would be far harder, if not impossible to achieve. Inspired soldiering could only do so much.
The Wages of Destruction, Adam Tooze
El libro de Adam Tooze citado arriba es una rara avis dentro de las muchas historias de la Segunda Guerra Mundial. Su punto de vista es fundamentalmente económico, examinando en detalle como el sistema nazi administró - y en la mayoría de los casos malgastó - los recursos primero de Alemana y luego del resto de países Europeos que conquistó en el curso de la guerra. Debido a este enfoque, este libro presupone que su lector está familiarizado - o al menos es capaz de comprender - los conceptos básicos de la teoría económica, lo que lo convierte en árido y frío frente a aquellos lectores que buscan la anécdota irrelevante, para así sentirse en medio del fragor de la batalla, como sería el caso de los libros escritos por Anthony Beevor o Max Hastings - o series un tanto fraudulentas como Band of Brothers -. Sin embargo, esta abstracción. propia de un libro de texto, no hace menos imprescindible la obra de Tooze, aunque no acabe de compartir alguna de sus conclusiones.
La principal enseñanza que se puede extraer de The Wages of Destrucción es que el análisis mesurado y desapasionado de la economía del sistema nazi sirve para demoler más de un mito, especialmente uno utilizado de forma torticera por ciertos revisionistas que pretenden exculpar al Nazismo de lo que ocurriría durante el tiempo de guerra: el Holocausto y la despiadada dominación de Europa. El mito al que me refiero se suele expresar indicando que si no hubiese sido por la guerra, Hitler hubiera sido recordado en los libros de historias como un gobernante sabio que, a pesar de su autoritarismo, acabó con el paro en Alemania y llevó a su pueblo a una prosperidad desconocida en el pasado - casi como la imagen que los propagandístas del franquismo intentan hacer pasar como verdad en nuestras tierras -. En este sentido, la guerra mundial no sería otra cosa que un tropezón inevitable, involuntario y del que todos, incluyendo aliados, tendrían la culpa, mientras que los horrores posteriores serían producto de una radicalización del conflicto, a la que no serían ajenos ninguno de los combatientes - como demostraría la campaña de bombardeo aliado contra las ciudades alemanes - de forma que podrían excusarse bajo ese concepto difuso y conveniente de "horrores de la guerra".
Si este mito sigue gozando de evidente buena salud, es porque algo de verdad hay en ello, en concreto la creciente radicalización del sistema nazi, expresada en sus métodos y en sus soluciones, a medida que avanzaba el conflicto. Sin embargo, como ya apuntaran estudiosos como Ian Kershaw o Richard Overy, esa radicalización no es producto de la guerra, sino que es consustancial al nazismo, cuyo núcleo ideológico - explicado pro el propio Hitler en Mein Kamp - era la expansión hacia el este , de forma que Alemania se labrase un imperio colonial en el seno de Europa, a costa de los territorios de Polonia y la Unión Soviética. Evidentemente, este objetivo no se lograría por medios pacíficos, con lo que la creación de un ejército poderoso que permitiera derribar a cualquiera de los posibles oponentes, ya fueran los países víctimas o las potencias occidentales garantes del régimen de Versalles, se convertía en la prioridad número uno del gobierno de Hitler.
En resumidas cuentas, el bienestar del pueblo alemán - entendido esté como los individuos que lo componían, no la entelequia definida por el concepto de Volk - solo se alcanzaría como un subproducto accesorio de la constución del Gran Ejército y de la Gran Alemania, dominadora de Europa y extendida a placer por el este europeo, como de hecho así ocurrió. Como bien explica Tooze, el supuesto pleno empleo de la Alemania nazi tras el abismo de la gran depresión entre 1930-1933, sólo se consiguió con la transformación de la industria alemana de estar dirigida al consumo civil a ponerse al servicio de las necesidades del rearme alemán. Este proceso destrozó internamente el funcionamiento de la economía alemana, hundiendo el consumo privado, cegando las exportaciones y agotando las reservas de divisas del país, de forma que en un momento dado, hacia 1938, Alemanía se quedó sin las fuentes de recursos para adquirir las materias primas necesarias para su rearme, atolladero del que sólo cabía una salida, si no se quería caer en una nueva crisis frente a la cual la del 29 sería un recuerdo agradable: utilizar las fuerzas armadas para romper el bloqueo de las potencias aliadas y hacerse con las materias primas que no podía adquirir de forma legal.
Como señala Tooze en el párrafo que he adjuntado, esta jugada era una apuesta especialmente arriesgada que contra todo pronóstico se saldó con un triunfo casi absoluto y decisivo. No obstante, ese golpe de suerte se convirtió en el comienzo de la perdición definitiva de Alemania, ya que desde ese instante los proyectos más descabellados, las jugadas más audaces, se convertirían en la norma que regiría la política Alemana, en la creencia de que el destino estaba del lado de Alemania y que nada que el nazismo emprendiese podía salir mal. Un modo de pensamiento, el de apostar todo sin pensar en las consecuencias ni tener un plan de repuesto que se traduciría en el ataque masivo contra la URSS en Junio de 1941, su fracaso sin paliativos a las puertas de Moscú, y el nuevo intento de Julio 1942, con unos objetivos aún más ambiciones, no ya dejar fuera de combate a la Unión Soviética, sino utilizar los réditos de la victoria para enfrentarse con posibilidades de éxito a la coalición angloamericana.
Krauch's promise therefore hinged on the assumption that the Werhmacht would conquer the Caucasus in the next few months and that Germany by 1942 would be importing Russian oil at the rate of at least one million tons per annum. Here was the perverse logic of Barbarrossa in a nutshell. The conquest of the oilfield of the Caucasus, 2,000 kilometers deep in the Soviet Union was not treated as the awesome military-industrial undertaking that it was. It was inserted as a precondition into another gargantuan industrial plan designed to allow the Luftwaffe to fight an air war, not against the Soviet Union, but against the looming air fleet of Britain and the United States.
The Wages of Destruction, Adam Tooze
El libro de Adam Tooze citado arriba es una rara avis dentro de las muchas historias de la Segunda Guerra Mundial. Su punto de vista es fundamentalmente económico, examinando en detalle como el sistema nazi administró - y en la mayoría de los casos malgastó - los recursos primero de Alemana y luego del resto de países Europeos que conquistó en el curso de la guerra. Debido a este enfoque, este libro presupone que su lector está familiarizado - o al menos es capaz de comprender - los conceptos básicos de la teoría económica, lo que lo convierte en árido y frío frente a aquellos lectores que buscan la anécdota irrelevante, para así sentirse en medio del fragor de la batalla, como sería el caso de los libros escritos por Anthony Beevor o Max Hastings - o series un tanto fraudulentas como Band of Brothers -. Sin embargo, esta abstracción. propia de un libro de texto, no hace menos imprescindible la obra de Tooze, aunque no acabe de compartir alguna de sus conclusiones.
La principal enseñanza que se puede extraer de The Wages of Destrucción es que el análisis mesurado y desapasionado de la economía del sistema nazi sirve para demoler más de un mito, especialmente uno utilizado de forma torticera por ciertos revisionistas que pretenden exculpar al Nazismo de lo que ocurriría durante el tiempo de guerra: el Holocausto y la despiadada dominación de Europa. El mito al que me refiero se suele expresar indicando que si no hubiese sido por la guerra, Hitler hubiera sido recordado en los libros de historias como un gobernante sabio que, a pesar de su autoritarismo, acabó con el paro en Alemania y llevó a su pueblo a una prosperidad desconocida en el pasado - casi como la imagen que los propagandístas del franquismo intentan hacer pasar como verdad en nuestras tierras -. En este sentido, la guerra mundial no sería otra cosa que un tropezón inevitable, involuntario y del que todos, incluyendo aliados, tendrían la culpa, mientras que los horrores posteriores serían producto de una radicalización del conflicto, a la que no serían ajenos ninguno de los combatientes - como demostraría la campaña de bombardeo aliado contra las ciudades alemanes - de forma que podrían excusarse bajo ese concepto difuso y conveniente de "horrores de la guerra".
Si este mito sigue gozando de evidente buena salud, es porque algo de verdad hay en ello, en concreto la creciente radicalización del sistema nazi, expresada en sus métodos y en sus soluciones, a medida que avanzaba el conflicto. Sin embargo, como ya apuntaran estudiosos como Ian Kershaw o Richard Overy, esa radicalización no es producto de la guerra, sino que es consustancial al nazismo, cuyo núcleo ideológico - explicado pro el propio Hitler en Mein Kamp - era la expansión hacia el este , de forma que Alemania se labrase un imperio colonial en el seno de Europa, a costa de los territorios de Polonia y la Unión Soviética. Evidentemente, este objetivo no se lograría por medios pacíficos, con lo que la creación de un ejército poderoso que permitiera derribar a cualquiera de los posibles oponentes, ya fueran los países víctimas o las potencias occidentales garantes del régimen de Versalles, se convertía en la prioridad número uno del gobierno de Hitler.
En resumidas cuentas, el bienestar del pueblo alemán - entendido esté como los individuos que lo componían, no la entelequia definida por el concepto de Volk - solo se alcanzaría como un subproducto accesorio de la constución del Gran Ejército y de la Gran Alemania, dominadora de Europa y extendida a placer por el este europeo, como de hecho así ocurrió. Como bien explica Tooze, el supuesto pleno empleo de la Alemania nazi tras el abismo de la gran depresión entre 1930-1933, sólo se consiguió con la transformación de la industria alemana de estar dirigida al consumo civil a ponerse al servicio de las necesidades del rearme alemán. Este proceso destrozó internamente el funcionamiento de la economía alemana, hundiendo el consumo privado, cegando las exportaciones y agotando las reservas de divisas del país, de forma que en un momento dado, hacia 1938, Alemanía se quedó sin las fuentes de recursos para adquirir las materias primas necesarias para su rearme, atolladero del que sólo cabía una salida, si no se quería caer en una nueva crisis frente a la cual la del 29 sería un recuerdo agradable: utilizar las fuerzas armadas para romper el bloqueo de las potencias aliadas y hacerse con las materias primas que no podía adquirir de forma legal.
Como señala Tooze en el párrafo que he adjuntado, esta jugada era una apuesta especialmente arriesgada que contra todo pronóstico se saldó con un triunfo casi absoluto y decisivo. No obstante, ese golpe de suerte se convirtió en el comienzo de la perdición definitiva de Alemania, ya que desde ese instante los proyectos más descabellados, las jugadas más audaces, se convertirían en la norma que regiría la política Alemana, en la creencia de que el destino estaba del lado de Alemania y que nada que el nazismo emprendiese podía salir mal. Un modo de pensamiento, el de apostar todo sin pensar en las consecuencias ni tener un plan de repuesto que se traduciría en el ataque masivo contra la URSS en Junio de 1941, su fracaso sin paliativos a las puertas de Moscú, y el nuevo intento de Julio 1942, con unos objetivos aún más ambiciones, no ya dejar fuera de combate a la Unión Soviética, sino utilizar los réditos de la victoria para enfrentarse con posibilidades de éxito a la coalición angloamericana.
Krauch's promise therefore hinged on the assumption that the Werhmacht would conquer the Caucasus in the next few months and that Germany by 1942 would be importing Russian oil at the rate of at least one million tons per annum. Here was the perverse logic of Barbarrossa in a nutshell. The conquest of the oilfield of the Caucasus, 2,000 kilometers deep in the Soviet Union was not treated as the awesome military-industrial undertaking that it was. It was inserted as a precondition into another gargantuan industrial plan designed to allow the Luftwaffe to fight an air war, not against the Soviet Union, but against the looming air fleet of Britain and the United States.
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