En este capítulo de The World at War, Némesis, se nos narra el final de la guerra en Europa. Un periodo que se puede resumir simplemente en que esos meses finales la ira de todos lo que habían sido atacados, vencidos y humillados por la maquinaría de guerra nazi se volvió contra Alemania y los Alemanes, arrasando todo ante sí y dejando a su paso, ruinas, muertos y refugiados.
Como han señalado muchos autores recientes, fue en esos meses, de junio 1944 a mayo 1945, cuando la cifra de muertos alemanes, tanto civiles como militares, se disparó hasta alcanzar la cota de millones con que se cerraría el balance. Debido a este huracán de muerte y destrucción que se desató sobre Alemania - la destrucción sistemática de las ciudades alemanas por parte de las fuerzas aéreas aliadas, la campaña de violaciones masiva realizada por el ejército rojo, la lucha calle por calle, casa por casa en la que degeneraron las operaciones, especialmente en el este - algunos escritores, especialmente los de ciertas tendencias han hablado de genocidio contra el pueblo alemán e intentado poner a un mismo nivel la matanza de estos últimos meses con el Holocausto - curiosamente siempre olvidan las atrocidades alemanas contra el resto de Europeos. El objetivo final, como pueden suponer, no es otro es utilizar la estrategia del "tu quoque" - todos matamos, todos fuimos criminales -, para quitar todo apariencia de excepcionalidad al régimen nazi y así exculparlo.
Las atrocidades aliadas son innegables, se conocen desde hace décadas, como demuestra su aparición en la propia The World at War, y durante muchas décadas más servirán de motivo de debate y vergüenza para todos los que como yo, consideramos que nuestro lado en este conflicto era el de los aliados. Sin embargo, esta realidad innegable, que debe permanecer a la vista en todo relato de la guerra mundial, no debe hacernos olvidar otra verdad no menos patente: Quien desató el conflicto fue la Alemania nazi. Y si lo lanzo fue para hacer realidad un programa absurdo y aterrador de odio racial que hubiera terminado no con la muerte de seis millones de civiles judios y otros seis millones de civiles europeos de todas las procedencias, sino que habría duplicado, triplicado, cuadruplacado esa cifra. Según la propia documentación oficial del nazismo, la paz que seguido a una victoria de las tropas alemanas habría presenciado un experimento social de consecuencias inimaginables y devastadoras para la población del continente.
Es este objetivo final el que resulta imposible de tragar a algunos, incapaces de creer que gente de orden que detuvo al comunismo fueran capaces de ese extremo de locura, más allá de la cuota habitual de muertos para mantener en cintura a las fuerzas subversivas. Sin embargo, es ese objetivo el que explica el rigor y la crueldad con los nazis condujeron la guerra, porque no lo olvidemos, ellos fueron los primeros en bombardear sin piedad las aglomeraciones urbanas y si no lo hicieron más a menudo fue porque no disponían de una aviación de bombardeo estratégico apropiada. Ellos fueron también los impulsores de una política de represión contra la población civil en que cada atentado contra las fuerzas armadas alemanas se castigaba con toma de rehenes y el fusilamiento de 10 de ellos por cada muerto alemán. Ellos fueron también los que no dudaron en arrasar pueblos y ciudades enteras, o de cortarles los suministros y dejarlos morir de ambos, simplemente para mostrar a la población civil que estaban por encima de la ley, de toda restricción, y que si quisieran podrían exterminarlos a todos sin ningún remordimiento. Ellos, en fin fueron los que deportaron a millones de europeos a Alemania, para obligarlos a trabajar como esclavos en condiciones infrahumanas, hasta que ya no servían y había que eliminarlos.
Así que es normal, aunque no disculpable, que cuando Alemanía cayó, cuando la Wehrmacht se desmoronó, la venganza de todos aquellos que habían sufrido bajo su bota se desatara contra la población inerme alemana. Unos excesos que no deben hacernos olvidar un último detalle, que cuando la derrota fue innegable, incluso para Hitler, éste decretó la muerte de Alemania, ya que no había estado a la altura de su destino manifiesto, y no merecía seguir viviendo en un tiempo futuro en el que no estuviesen ni su Führer ni el partido.
Una condena absurda que muestra sin paliativos qué era el Nazismo y el respeto que debe merecernos su líder máximo, ése que algunos parecen añorar.
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