En el contexto de la larga y complicada historia de las vanguardias, el Lettrismo francés de los años 50 y 60 parece haberse escurrido entre las rendijas del tiempo, sin que su huella y su repercusión pase de de un par de anécdotas y comentarios, antes de tratar otros movimientos supuestamente más importantes y decisivos. Parte de este olvido se debe a su condición de movimiento fronterizo entre diferentes artes, literario en primer lugar, pero que buscaba liberar a la literatura del lastre de las palabras, convirtiendo la poesía en algo similar a la música, la pintura e incluso el cine, como se verá a continuación.
El ser/no siendo característico del Lettrismo, de manera que sus mejores obras son siempre happenings/performances, actos efímeros que no pueden ser conservados, provoca que este movimiento sea especialmente refractario a su inclusión en esos templos del arte llamados museos de arte contemporáneo - excepto aquellos, como el Sofidú, sin colección propia -, convirtiendo al letttrismo en un movimiento invisible para el aficionado, debido a su escaso reflejo en exposiciones, ya sean temporales o permanentes.
Otro factor, quizás más decisivo, es que la evolución artística en la segunda mitad del siglo XX solía narrarse en términos de una migración a través del Atlántico, en la que las semillas de la vanguardia Europea, germinaron y fructificaron en América, con la conclusión implícita de que lo que se continuase produciendo en Europa - fuera de algunas personalidades aisladas - no merecía la misma atención que la nueva vanguardia americana. En realidad, sería mejor hablar de extensión y conquista de nuevos territorios por parte de la vanguardia, para hacerla global, como demuestran la extensión mundial de los informalismos de los años 50 - de Europa a Japón, o la eclosión simultánea del Pop/último modernismo/proto-Postmodernismo, a ambos lados del Atlántico.
Volviendo al Lettrismo, hay una obra que continúa estando al alcance de cualquier aficionado, al contrario que la mayoría de los textos lettristas, desaparecidos desde hace largo tiempo de los estantes de las librerías. Se trata de Traïte de Bave y Eternité, la película rodada en 1951 por uno de los fundadores del movimiento, Isidore Isou, y que aún hoy - valga el lugar común - sigue siendo de una fuerza y una vitalidad inusual en un contexto como el presente, en el que el desengaño y el desapego postmodernista son aceptados incluso por los enemigos de este movimiento.
Como corresponde a un movimiento que se mueve entre diferentes artes, la película de Isidore Isou es en realidad un manifiesto artístico, el único, hasta donde se, que no utilizó el medio del panfleto, la revista o el libro, sino el de la imagen en movimiento, para explicar no solo los fundamentos del nuevo cine lettrista (o discordante) sino crear al mismo tiempo los primeros ejemplos. De esa manera la película, estrctucturada en tres secciones, se abre con la reproducción de un largo debate cinéfilo, donde el alter ego de Isou, Daniel, explica en una sesión tumultuosa como será el cine tras el cine, el cine auténtico y verdadero, tras los torpes tanteos de una larga serie de precursores, entre los insultos, abucheos y burlas del público respetable.
La recreación de esta conferencia no se hace al modo tradicional, sino que Isou la utiliza para mostrar visualmente los conceptos del cine Lettrista, muy resumidamente, el intento de conseguir en el cine una disociación similar a la que el lettrismo había conseguido entre palabra y poesía, solo que en este caso aplicado a la dualidad sonido/imagen característica del cine moderno.Lo que Isou propone es que ambas secuencias temporales, la visual y la sonora, sean completamente independientes, sin que una ilustre a la otra ni viceversa, de forma que cualquier asociación semántica entre ellas sea completamente impremeditada, producto sólo del azar. Más aún, que la imagen que se muestra renuncia a todos los conceptos establecidos por el montaje o la fotografía, utilizando sólo material de archivo, que se monta, remonta y repite de forma completamente caótica, llegando incluso a ser pintado, rallado y desfigurado por el artista/creado del cine lettrista.
Esta teorización practica se complemente con una segunda parte que es ejemplo de aplicación de estos principios, en la que la lectura de una novela al estilo radiofónico - esto es, con narrador y diferentes actores - modo de expresión aparentemente opuesto a las esencias del cine, cual Cahiers y los clásicos lo definieron, se superpone sobre todo tipo de material de archivo, proyectado a la inversa y al reves, manchado y rallado, sin interés aparente ni sin relación alguna con lo que se cuenta, la no menos insulsa narración de las relaciones amorosas del protagonista, caracterizadas por un ansia de posesión cercano al sadomasoquismo.... y sin embargo, a pesar de tratar - y mostrar - naderías, vibrante y vital, fascinante, quizás precisamente por esa continua yuxtaposición de opuestos, de todo lo que no debería ser cine y, a pesar de todo, lo es por antonomasia
La parte final constituye una especie de recapitulación de todo lo visto, del manifiesto/llamamiento a las armas, de la conclusión en el olvido, el desinterés y el desprecio de las relaciones amorosas del protagonista, entremezclado una selección de poesía letrista proyectada sobre imágenes abstractas, similares a la animación abstracta sin cámara surgida en los años 30. Es precisamente esta breve sección la que quizás constituye la clave de la película y del letrismo, a pesar de la falta de significado de los poemas de este movimiento, reducidos a simples ristras de sonidos silábicos sin sentido, la lectura por parte de sus autores acaba recordando a una composición musical, en la que esos bloques de sonidos se estructuran en ritmos y secciones recurrentes, como si asistiéramos a una ceremonia tibral en medio de la vieja - y culta - Europa, permitiéndonos vivir una pasión, una borrachera sensorial, largamente olvidada en nuestro ambiente cultural: la misma que anida en todo el film de Isou de principio a fin.
Traité de Bave et de Eternite no provocó la revolución filmica que soñaba Isou, ni siquiera tuvo sucesores, aparte del famoso Le film, est-il déjà commencé? de su compañero de andanzas Maurice Lemaître. Sin embargo, es su propia soledad, su condición de excepción la que la mantiene viva 60 años tras su rodaje. Pocas veces ha quedado reflejado con tanta precisión la importancia que las gentes de la vanguardia al arte, la pasión inextinguible y abrasadora, rayana en la intransigencia, con que se embarcaban en la creación, y que les llevaba a ir más allá de todo lo existente, a abatir y demoler lo reconocido por todos, para abrir el paso a una forma de vivir y de sentir más plena y libre.
Una manera de ser en el mundo completamente extraña en nuestros tiempos de componendas y claudicaciones, donde todo vale y nada es reprochable, pero que sigue teniendo el mismo poder seductor que antaño, porque en el fondo sabemos que somos nosotros, y no ellos, los que estamos equivocados.
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