But, exclusive of this, the presumption is that the books called the Evangelists, and ascribed to Matthew, Mark. Luke and Johm, were not written by Matthew, Mark, Luke and John; and that they are impositions. The disordered state of the history in these four books, the silence of one book upon matter related in the other, and the disagreement that is to be found among them, implies that they are the productions of some unconnected individuals, many years after the things they pretend to relate, each of whom made its own legend; and not the writings of men living intimately together, as the men called apostles are supposed to have done: in fine, that they have been manufactured, as the books of the Old Testament have been, by other persons than those whose names they bear
Thomas Paine, The Age of Reason, Part Two
Señalaba en la entrada de ayer que el siglo XVIII constituyó un renacimiento del misticismo, si bien en los países protestantes y relacionado fuertemente con el sentimiento prerromanticismo. Sin embargo, el siglo XVIII, es la era de la ilustración y las luces, y su mayor aportación a la historia de la religión es la creación del deismo, un posicionamiento religioso/filosófico al que pertenecieron la mayor parte de los padres fundadores de la democracia estadounidense, aunque la derecha actual pretenda hacernos creer lo contrario.
El deísmo, como doctrina religiosa, es bastante sencillo. Casi se podría decir que se limita a negar la autoridad de cualquier religión organizada, confiando simplemente en la conciencia del creyente individual, para el cual la existencia de dios es evidente con la simple observación del mundo natural y el culto se reduce a la oración y adoración en privado, sin que sean necesarios templos ni rituales externos. Como puede imaginarse, para la mentalidad del siglo XVIII, el deísmo se confundía con el ateísmo, resultando tan peligroso como éste último para la pervivencia de las instituciones absolutistas como la iglesia y el trono.
De entre todos los deístas, Tomas Paine fue quizás el único que llevó los presupuestos del deísmo a sus últimos consecuencias y sufrió asímismo el ostracismo social debido a su radicalismo, siendo calificado de ateo cuando en realidad era creyente. Como he indicado en otras entradas anteriores, Paine es una de las figuras más fascinantes de ese periodo de transición a la modernidad que tiene lugar a finales del siglo XVIII. Participante en dos revoluciones, la americana y la francesa, su obra continúa siendo valida hoy en día, en tanto que proponente de un sistema político que, aunque liberal, tiene como objetivo la justicia social y la protección económica de sus ciudadanos, cuya consecución es el auténtico timbre de gloria de un gobierno, y anticipando lo que se conocerá más tarde como Welfare State.
No obstante, lo que no esperaba es que un libro como The Age of Reason, del que he incluido un pequeño pasaje arriba, en el que Paine resume sus ideas sobre la religión, pudiera tener una influencia aún mayor sobre nuestro mundo actual, hasta el punto de que muchos de los razonamiento que siguen utilizando los ateos contra la superstición y la charlatanería de las religiones se encuentran en germen en este libro, cuando no son copiados casi literalmente, como por ejemplo el descubrimiento de las diferencias entre las dos genealogías de Cristo en los evangelios, incompatibles la una con la otra o la imposibilidad evidente de los hechos que según Mateo acompañaron a la muerte de Jesús, especialmente la resurrección de santos y profetas, seguida por la marcha de estos muertos vivientes por la ciudad de Jerusalem, algo de una excepcionalidad tal que debería haber sido relatado no sólo por los otros evangelios (no lo busquen, esto sólo figura en Mateo) sino por los autores paganos, especialmente por un historiador tan preocupado por las anécdotas mínimas como Flavio Josefo, que en sus Antiquitates Judeorum, una historia del pueblo judío de la creación a la rebelión del 66, no hace referencia alguna a estos prodigios.
Esta pervivencia de los argumentos de Paine se debe a que son de una sencillez sorprendente, de forma que cuando se los encuentra uno por primera vez son tan lógicos y evidentes que resulta dificil comprender como nadie los formuló antes que él, sino es por el prestigio de el libro de los libros que contenía la verdad revelada a la que debía ajustarse cualquier otro. Es aquí donde la palanca racional de Paine encuentra el punto de apoyo para demoler el cúmulo de contradicciones que llenan el antiguo y el nuevo Testamento, ya que el polemista angloamericano, se niega a admitir la cualidad de santo e intocable de la Biblia, de texto fuera y por encima de toda crítica, para considerarlo igual que cualquier otro libro y aplicarle las misma herramientas hermenéuticas que podrían aplicarse, por ejemplo, a los poemas Homéricos.
La reducción de la Biblia a un texto más por parte de Pain es ciertamente interesada, ya que él la utiliza para apoyar sus tesis deístas, puesto que queda demostrado que la doctrina de las diferentes iglesias cristianas se basa en un texto mendaz y tendencioso. No obstante, y a pesar de esta tendenciosidad de Paine, The Age of Reason y sus conclusiones no dejan de ser menos importantes y necesarias. Como digo, Paine fue el primero en despojar a la Biblia de su caracter sacrosanto y de su análisis como un libro más se dedujeron una serie de conclusiones que aún siguen siendo válidas y perfectamente aplicables en la polémica entre religión y ateísmo.
Más importante aún y un factor que agiganta la figura de Paine es que el escritor angloamericano alcanzó estas conclusiones mediante el estudio interno del texto bíblico, sin disponer de otros documentos externos a la propia Biblia, que la arqueología estaba aún por desenterrar de las ciudades del creciente fertil. Gracias a estos textos, los silencios y las distorsiones de la Biblia se han hecho aún más evidentes y estentóreas, como es el caso de las famosas Asheras, nombradas únicamente para celebrar su destrucción cada vez que la religión verdadera ganaba el favor de los reyes, pero que bajo ese nombre sin sentido para nosotros, ocultan ni más ni menos que a la antigua esposa del propio Yahve, o lo que es lo mismo, las pruebas de que la religión primitiva de Israel, como la de sus vecinos, estaba basada en una tríada de divinidades supremas, Dios Padre, Diosa Madre y Dios hijo, de las cuales la revolución monoteísta posterior eliminó a dos de sus elementos.
Thomas Paine, The Age of Reason, Part Two
Señalaba en la entrada de ayer que el siglo XVIII constituyó un renacimiento del misticismo, si bien en los países protestantes y relacionado fuertemente con el sentimiento prerromanticismo. Sin embargo, el siglo XVIII, es la era de la ilustración y las luces, y su mayor aportación a la historia de la religión es la creación del deismo, un posicionamiento religioso/filosófico al que pertenecieron la mayor parte de los padres fundadores de la democracia estadounidense, aunque la derecha actual pretenda hacernos creer lo contrario.
El deísmo, como doctrina religiosa, es bastante sencillo. Casi se podría decir que se limita a negar la autoridad de cualquier religión organizada, confiando simplemente en la conciencia del creyente individual, para el cual la existencia de dios es evidente con la simple observación del mundo natural y el culto se reduce a la oración y adoración en privado, sin que sean necesarios templos ni rituales externos. Como puede imaginarse, para la mentalidad del siglo XVIII, el deísmo se confundía con el ateísmo, resultando tan peligroso como éste último para la pervivencia de las instituciones absolutistas como la iglesia y el trono.
De entre todos los deístas, Tomas Paine fue quizás el único que llevó los presupuestos del deísmo a sus últimos consecuencias y sufrió asímismo el ostracismo social debido a su radicalismo, siendo calificado de ateo cuando en realidad era creyente. Como he indicado en otras entradas anteriores, Paine es una de las figuras más fascinantes de ese periodo de transición a la modernidad que tiene lugar a finales del siglo XVIII. Participante en dos revoluciones, la americana y la francesa, su obra continúa siendo valida hoy en día, en tanto que proponente de un sistema político que, aunque liberal, tiene como objetivo la justicia social y la protección económica de sus ciudadanos, cuya consecución es el auténtico timbre de gloria de un gobierno, y anticipando lo que se conocerá más tarde como Welfare State.
No obstante, lo que no esperaba es que un libro como The Age of Reason, del que he incluido un pequeño pasaje arriba, en el que Paine resume sus ideas sobre la religión, pudiera tener una influencia aún mayor sobre nuestro mundo actual, hasta el punto de que muchos de los razonamiento que siguen utilizando los ateos contra la superstición y la charlatanería de las religiones se encuentran en germen en este libro, cuando no son copiados casi literalmente, como por ejemplo el descubrimiento de las diferencias entre las dos genealogías de Cristo en los evangelios, incompatibles la una con la otra o la imposibilidad evidente de los hechos que según Mateo acompañaron a la muerte de Jesús, especialmente la resurrección de santos y profetas, seguida por la marcha de estos muertos vivientes por la ciudad de Jerusalem, algo de una excepcionalidad tal que debería haber sido relatado no sólo por los otros evangelios (no lo busquen, esto sólo figura en Mateo) sino por los autores paganos, especialmente por un historiador tan preocupado por las anécdotas mínimas como Flavio Josefo, que en sus Antiquitates Judeorum, una historia del pueblo judío de la creación a la rebelión del 66, no hace referencia alguna a estos prodigios.
Esta pervivencia de los argumentos de Paine se debe a que son de una sencillez sorprendente, de forma que cuando se los encuentra uno por primera vez son tan lógicos y evidentes que resulta dificil comprender como nadie los formuló antes que él, sino es por el prestigio de el libro de los libros que contenía la verdad revelada a la que debía ajustarse cualquier otro. Es aquí donde la palanca racional de Paine encuentra el punto de apoyo para demoler el cúmulo de contradicciones que llenan el antiguo y el nuevo Testamento, ya que el polemista angloamericano, se niega a admitir la cualidad de santo e intocable de la Biblia, de texto fuera y por encima de toda crítica, para considerarlo igual que cualquier otro libro y aplicarle las misma herramientas hermenéuticas que podrían aplicarse, por ejemplo, a los poemas Homéricos.
La reducción de la Biblia a un texto más por parte de Pain es ciertamente interesada, ya que él la utiliza para apoyar sus tesis deístas, puesto que queda demostrado que la doctrina de las diferentes iglesias cristianas se basa en un texto mendaz y tendencioso. No obstante, y a pesar de esta tendenciosidad de Paine, The Age of Reason y sus conclusiones no dejan de ser menos importantes y necesarias. Como digo, Paine fue el primero en despojar a la Biblia de su caracter sacrosanto y de su análisis como un libro más se dedujeron una serie de conclusiones que aún siguen siendo válidas y perfectamente aplicables en la polémica entre religión y ateísmo.
Más importante aún y un factor que agiganta la figura de Paine es que el escritor angloamericano alcanzó estas conclusiones mediante el estudio interno del texto bíblico, sin disponer de otros documentos externos a la propia Biblia, que la arqueología estaba aún por desenterrar de las ciudades del creciente fertil. Gracias a estos textos, los silencios y las distorsiones de la Biblia se han hecho aún más evidentes y estentóreas, como es el caso de las famosas Asheras, nombradas únicamente para celebrar su destrucción cada vez que la religión verdadera ganaba el favor de los reyes, pero que bajo ese nombre sin sentido para nosotros, ocultan ni más ni menos que a la antigua esposa del propio Yahve, o lo que es lo mismo, las pruebas de que la religión primitiva de Israel, como la de sus vecinos, estaba basada en una tríada de divinidades supremas, Dios Padre, Diosa Madre y Dios hijo, de las cuales la revolución monoteísta posterior eliminó a dos de sus elementos.
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