Hablaba en una entrada anterior de la fiereza del Mizoguchi preguerra, perdón, del Mizoguchi anterior a la censura del régimen militarista japonés de finales de los años 30 y que curiosamente le obligó a adentrarse en el film de época, ese genero al cual pertenecen sus obras más recordadas, cuando lo que realmente le interesaba era la representación del Japón contemporáneo. Viendo este domingo Naniwa Haki (la elegía de Naniwa) mi opinión se ha visto confirmada, especialmente en lo que se refiere a la actitud de sus heroínas, antes y después del conflicto mundial.
Hay que señalar en primer lugar, como ya he apuntado en el párrafo anterior, que la época que realmente le interesa a Mizoguchi es la contemporánea, a la cual retornará una y otra vez, en medio de sus obras (supuestamente mayores). Curiosamente, el retrato de su tiempo, a pesar de la censura creciente, es más libre en las películas de finales de los años 30 que en las de finales de los 40, en las que no pasa de ser un marco en el que se desarrollan historias que bien podrían haber sucedido siglos antes. En las obras de finales de los 30, sin embargo, el retrato es de una sociedad esquizofrénica, fuertemente occidentalizada, donde se han adoptado los modos de vestir europeos, el jazz y la arquitectura vanguardista es omnipresente, mientras que los grandes almacenes y los locales de alterne, que se decía antes, han crecido como hongos en las ciudades japonesas.
Esta occidentalización como puede suponerse no es más que un ligero barniz, ya que los burgueses enriquecidos siguen asistiendo a representaciones teatrales tradicionales y, en cuanto pueden, visten a sus mujeres y a sus amantes al modo japonés. Es en estos dos detalles en los que se fundamenta parte de la fiereza del Mizoguchi preguerra. En primer lugar, al igual que en las viejas novelas realistas del XIX, el motor de sus conflictos es el dinero, no el amor o la pasión, como en sus filmes de los años cuarenta. un dinero cuya importancia, como en estos tiempos de crisis que corren ahora mismo, estriba en su falta, en la inmensa cantidad de cuervos y buitres que se amontonan alrededor del que no tiene fuentes de ingresos, los cuales acabarán por despojarle inmisericordes de lo poco que haya conservado, precipitándole a la pobreza y a la delincuencia.
El segundo detalle es como las heroínas mizoguchianas de los años 30 intentan, siempre que pueden, vestir de forma occidental, para así anunciar al resto del mundo su liberación del estereotipo femenino japonés, lo cual se subraya porque esas ropas occidentales que elijen no son discretas ni sufridas, como ocurrirá en los años cuarenta, sino llamativas y estridentes, múcho más para la época, con lo que constituyen un desafío visible para cualquier transeúnte.
Es por tanto la rebelión lo que caracteriza a las heroínas Mizoguchianas de los años 30, en contra del sacrificio que suele culminar en suicidio tan común en las películas de los años cuarenta. No es que no exista el sacrificio en los anteriores al conflicto bélico. Existe, pero en primer lugar obedece a esas razones económicas de las que hablaba antes, la pobreza de la familia, las deudas que acosan a sus miembros, el miedo a verse arrojados en el pozo del oprobio y la vergüenza, pero se haya unido íntimamente a un sentimiento de rebelión. Las mueres mizoguchianas de los años 30 saben perfectamente que se enfrentan a un régimen opresor y discriminatorio y luchan violentamente contra él, utilizando el engaño, la mentira, sin temer seguir caminos abiertamente ilícitos, casi criminales, de forma que si el punto de vista de la cámara de Mizoguchi no fuera el de esas mujeres, demostrando a las claras que han sido empujadas a ese comportamiento por las propias personas a las que amaban y protegían, podría pensarse que se trata de obras retrógadas en las que se condena la perversa naturaleza del sexo femenino.
Con estos antecedentes, el dinero como único motor de la vida, el conflicto entre modernidad y tradición, occidente y japón, la opresión de la mujer, la rebelión violenta contra ese estado de cosas, no es extraño que las películas de mizoguchi precensura militar acaben en catástrofe y tragedía, en la expulsión del rebelde del seno de la sociedad tras la victoria de los opresores que serán alabados y encomiados por haber terminado con el elemento díscolo. Unos finales biertos pero al mismo tiempo completamente cerrado, porque sólo lleva a un destino, la caída definitiva en la delincuencia y la prostitución, en las que estas mujeres valerosas se ven abandonados por todos, especialmente aquellos a los que amaban y aquellos a los querían proteger con sus acciones.
Doble derrota, doble traición, que hace aún más amarga la trágica resolución final.
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