Siguiendo con mi revisión de los "documentales" de Jean Rouch, le ha llegado el turno a Petit à Petit (poco a poco) que el cineasta francés rodara entre 1968 y 1970. El "documental" toma la forma de la descripción del viaje de sus protagonistas, habitantes de la república del Níger, a la antigua metrópoli, un París en cuya descripción resuena la estruendosa ausencia de las convulsiones políticas del momento. El motivo del viaje es el proyecto de construir un edificio de varias plantas, casi un rascacielos, que muestra a todo el mundo de su país de origen, la importancia y prestigio de la sociedad comercial Petit à Petit, que da nombre al corto.
El viaje pronto derivará en una auténtica escapada a un París cuya imagen es la receptáculo del placer que tanto fascinara a nuestros antepasados del XIX y principios del XX, para acabar convertido en reclamo de turistas e inmenso museo/cementerio. Ese París aún vivo a finales de los 60 del siglo XX, e iluminado con el aura de metrópolis universal, captura y seduce a sus protagonistas, incluso a aquellos que van con la expresa intención de traerlos de vuelta a casa, que acaban perdiendo el sentido de su misión y deciden quedarse a vivir la vida, aprovechando que aún son jóvenes y tienen dinero a espuertas... el de su casa comercial.
Los que hayan seguido estas notas sabrán que el concepto de documental de Rouch es bastante laxo, de ahí mis comillas. De hecho, a medida que avanza el film, el espectador empieza a tener la impresión de que ese viaje en realidad nunca ha existido como tal, sino que es un juego propuesto por Rouch a sus protagonistas/actores, una impresión que se ve reforzada cuando al final de la película descubrimos que ambos no son otros que los protagonistas de un filme anterior, Jaguar, en el cual habían ya jugado otro doble papel, el de actores cuando se rodó a finales de los cincuenta, y el de comentaristas de las imágenes mostradas cuando la obra se montó para su distribución a finales de los 60.
¿Cuál es el juego/experimento que Rouch propone con Petit à Petit? Si uno recuerda un poco la historia de la literatura, verá esta película tiene similitudes más que evidentes con uno de los géneros satíricos que cristalizaron en los siglos XVII y XVIII, la narración del viaje de un extranjero al país de origen del escritor (o su opuesto, el viaje de un natural de un país a otro exótico a través de cuyo comentario, descripción del asombro que le producen unas costumbres incomprensibles, de manera que aquellos supuestos tácitos en los que fundamentamos nuestra conducta y nuestra sociedad, se derrumban unos tras otros, como las convenciones sin justificación real que son.
Rouch crea así una crítica a la sociedad moderna contemporánea y a una ciudad como Paris, que se supone el paradigma del urbanismo, casi la ciudad perfecta, pero que en el fondo no es otra cosa que una inmensa sucesión de fachadas, un escaparate inmenso. A esta inversión de imágenes preestablecidas se une además la deconstrucción de dos elementos que son propios de Rouch, el género en el que se mueve su producción, el documental etnográfico y la crítica al colonialismo. Por un lado, el documentalista francés da a la vuelta a nuestras expectativas sobre lo que debe ser un documental, esa forma de la que esperamos que nos cuente como viven gentes extrañas a nuestro ambiente habitual, y de la que no esperamos aprender, sino simplemente entretenimiento, algo con lo que entablar una conversación al día siguiente.
Al aplicar las convenciones del documental etnográfico a la Francia de finales de los 60, como si los protagonistas buscasen registrar las costumbres de un pueblo y un tiempo destinado a la desaparición, el resultado es demoledor, especialmente porque al hacerlo así, Rouch nos muestra lo mucho que nuestra visión depende aún de los prejuicios del colonialismo, como aún consideramos a esos otros pueblos como seres inferiores, iguales a los animales que pueblan el paisaje que comparten con ellos, objetos que clasificar, cuantificar y exponer en un museo. Un racismo subyacente que queda expuesto de manera descarnada en la secuencia ilustrada al principio, en el que uno de los protagonistas va midiendo a los parisinos que se encuentra, como aquellos sabios del XIX que utilizaban los mismos procedimientos que los mercaderes de esclavos.
¿Cómo acaba la película? La segunda parte es la descripción del retorno de ambos protagonistas a su tierra natal, cargados de regalos, objetos y sujetos, como los exploradores de antaño, además de un absurdo proyecto de edificio. Esta quizás sea la parte más floja de una película hasta ahora ejemplar, puesto que la narración y, sobre todo, la unidad temática y el rigor filosófico, parecen disolverse, pero no deja de tener interés ya que acaba con la impresión de que el abismo entre africanos y europeos (entre los que se incluyen los descendientes de africanos emigrados) no puede ser cerrado, lo que se ilustra con el retorno de los regalos humanos a sus naciones de origen, incapaces de adaptarse a su nuevo entorno.
Un viaje que adoptará también tintes de fracaso (¿o es liberación?) para el duo protagonista, que abandonarán la sociedad Petit à Petit, y retornarán al modo de vida de sus antepasados.
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