La figura de Piranesi, al cual se dedica una extensa exposición en la Fundación Caixa madrileña, o mejor dicho la pervivencia de su figura en la posteridad no deja de tener un cierto carácter enigmático. En si, este veneciano sería un ejemplo paradigmático del fracaso, alguien cuya vocación fue la de arquitecto, pero que lo único que consiguió fue remozar una iglesia romana bastante anodina, quedando limitada su producción artística al ámbito del grabado, en el cual no pasaría de ser un vedutista más, alguién que intentaba copiar las glorias de la arquitectura pasada para disfrute de aristócratas dieciochescos cultos, deseosos de guardar algún recuerdo del Grand Tour que era preceptivo en aquellos tiempos para toda persona de posibles.
Como tantos otros artistas/intelectuales de la ilustración, en la época de transición del último barroco al neoclasicismo, la figura de Piranesi debería haber quedado en el olvido, reducida a una breve nota en los libros de historia, junto a aquellos que obraron el cambio entre periodos históricos, pero que hoy en día nos parecen completamente prescindibles. Sin embargo, la obra de Piranesi sigue viva, especialmente lo que se conoce como Carceri, influyendo en artistas actuales y fascinando a cualquier aficionado que se pierde por primera vez en esa serie de grabados, como es mi caso.
La clave de esta pervivencia radica en dos detalles principales, por una parte, el inmenso abismo entre sus sueños arquitectónicos y la realidad de lo que llegó a construir. Cuando se examinan sus grabados, especialmente aquéllos que responden al nombre de caprichos o invenciones, el espacio pictórico se halla invadido por arquitecturas completamente imposibles, o mejor dicho, arquitecturas pensadas para una raza de gigantes, perfectas en su absoluta monumentalidad, en las cuales el ser humano no tiene lugar alguno, fuera de las figuras ideales pertenecientes a un pasado, el clásico, que sólo existía en las mentes de sus soñadores.
Una arquitectura, por tanto imposible de construir, por razones técnica y presupuestarias, que no respondería a utilidad alguna y que parece inspirada por un rapto de locura.
Ese arrebato es especialmente notable en lo que constituye la obra maestra de Piranesi, las famosísimas Carceri, que pueden encontrarse en dos versiones, la de juventud, hacia 1745, más libre y radical, y la de 1761, de madurez, donde la atmósfera obsesiva se acentúa hasta llegar al límite, pero que comparte el intento por representar lugares imposibles nunca antes imaginados, especialmente en el siglo XVII, esas cárceles cuya mayor condena es su cualidad de laberinto tridimensional, espacio del que es imposible la huida a pesar de la libertad de movimiento que parece disfrutarse en ellas, ya que su longitud es infinita y nunca podrá llegarse a su final. Condenación eterna acentuada porque en los pocos lugares en que se vislumbra algo que no es la cárcel, es precisamente para mostrar ese otro mundo como inalcanzable, espejismo de la misma tangibilidad que los sueños, sin correlato real alguno, como no sea este mundo en el que vivimos
Un ejemplo es el grabado anterior, una de las reelaboraciones de Piranesi en 1761 de sus primeras versiones. Asombra, como ya he dicho esa condición de laberinto inacabable en el que es imposible orientarse, puesto que el piso desde el que se observa no es ni el último no el primero, otros iguales habrá arriba y debajo, como si la célula que se observa se repetiese igual e inmutable en todas las direcciones del espacio. Unida a esta condición de eternidad el espectador se ve aplastado por la inmensidad del espacio, que como apunte, antes, niega la propia definición de cárcel, de celdas angostas donde los prisioneros son arrojados para ser olvidados. En este caso, como en tantos grabados de Piranesi, la arquitectura parece propia de una raza de gigantes, que si son capaces de concebir tales espacios para sus prisiones, que no serán capaces de imaginar para sus palacios.
Con todo esto, el grabado ya sería lo bastante inquietante, pero Piranesi añade en esta versión un detalle más, la arquitectura es imposible, si se fijan con atención podrán observar que el puente levadizo que domina el grabado, jamás podrá cerrarse, ya que sus goznes están en sobre la pasarela que es atravesada por una de las columnas que parecen sustentar el techo (¿de verdad? ¿hay un techo? ¿Sustenta esa columna algo que no sea ella misma?) Peor aún, porque alrededor de esa columna se enrosca una escalera de caracol que a su vez cruza por encima de la pasarela, subrayando la impresión de que esa pasarela (y todos los caminos y escaleras que pueden verse) no lleva a ninguna parte, que concluye en esa misma columna que impedirá que el puente levadizo se cierre.
Arquitectura imposible, espacios inquietantes, que podrían haber perdido toda su fuerza si Piranesi hubiera adoptado un estilo más realista, ya que a pesar de su presencia sólida, de su fortaleza, todo los elementos de sus grabados están abocetados, reducidos a una maraña de líneas, tan laberínticas como las cárceles que describen, de forma que este espacio de tortura y castigo podría disolverse en un sólo instante, como las imágenes de una pesadilla, mientras que las figuras humanas, las pequeñas y temblorosas siluetas que pueblan estos espacios absurdos y dislocados, no parecen otra cosa que pequeños parásitos, a los que nadie podría suponer los auténticos constructores de estas maravillas.
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