Seguimos con la cuenta atrás para terminar la lista de los cien mejores cortos animados recopilada hace ya unos años por el festival de Annecy. En este caso se trata de Au bout du monde (en los confines del mundo) realizado en 1998 por Constantin Bronzit... y dado que se trata de uno corto divertidísimo, les dejo ahora mismo con él, para que si quieren puedan ahorrarse mis divagaciones sin sentido.
Ahora que estamos de vuelta, lo más llamativo del corto, aparte de su indudable gracia, es como aprovechar en beneficio propio una de las grandes limitaciones y defectos del dibujo animado. Como es sabido, el procedimiento básico para el dibujo animado, esa reína absoluta de la animación hasta destronada por los CGI y el ordenador hacia el 2000 y quedarse reducida al apelativo de animación 2D, consiste simplemente en disponer una serie de figuras que se movían sobre sobre un fondo fijo, con el objetivo de abaratar costes al evitar que se tuviera que dibujar completamente la escena completa con cada fotograma.
Este escenario básico llevó a ciertas servidumbres que son tanto más notables cuando menor es el presupuesto. En primer lugar, el movimiento de los personajes quedó reducido al eje izquierda derecha, y nunca en la dirección dentro fuera, para que los dibujos fueran siempre del mismo tamaño y pudieran reaprovecharse en bucles. En segundo lugar, los movimientos de cámara quedaron prohibidos, no ya por la dificultad de animar el fondo, sino por esa misma necesidad de uniformizar el diseño de los personajes. De esta manera, el dibujo animado en dos dimensiones resucito el aspecto teatral de las primeras películas del cine mudo, que parecían haber sido rodadas desde el patio de butacas, en incluso los intentos por eliminar ese estatismo, mediante la exageración del movimiento, recordaban a la sobreactuación de los actores cómicos de los teatros de variedades.
Otras tradiciones, como el anime, han intentado romper esa bidimensionalidad del dibujo animado, incluyendo fondos en perspectiva, filmados en picado/contrapicado, en el cual se insertan los personajes, además de utilizar encuadres (primer plano y medio) y montaje (plano/contraplano) similares a los de las películas de acción real, lo que llevó a los defensores de la tradición americana, representada por Disney, a calificarlos como no-animación... aunque cuando llegó la revolución 3D, fueron los primeros en abandonar esas limitaciones autoimpuestas y adoptar un modo de rodaje indistinguible de las producciones comerciales contemporáneas.
Bronzit, por el contrario, no huye de esa bidimensionalidad sino que que la subraya, para utilizarlo en su propio beneficio y conseguir un efecto de comicidad bastante saludable. En su corto, la historia de un puesto fronterizo situado literalmente en los confines del mundo, no existe adelante ni atrás, de manera que la aduana se convierte en auténtico obtáculo que tiene que ser atravesado para pasar de una lado a otro de la raya fronteriza. Además, Bronzit, siguiendo otra tradición no menos antigua, deja al descubierto que lo que está filmando no son otra cosa que objetos pintados, creando esa aduana que se sostiene en un equilibrio imposible sobre la cima de una montaña y cuyos bamboleos, a un lado y a otro, constituyen el motor de la comicidad del corto.
Au bout du monde no se queda en un mero juego visual, ya que se alimenta de una tercera tradición, esta vez temática, la de la picaresca rural, encarnada en el aduanero cochambroso y empobrecido, al que poco le importan los intereses geoestratégicos de un poder demasiado lejano y desconocido, por lo que en lugar de defenderlos, se dedica a todo tipo de tratos y conchabeos con los habitantes de ese lugar, algún lugar del este de Europa del que el espectador se queda en la duda de si será precomunista o postcomunista.
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